Maldito sindicalista

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.

Mis arrebatos sindicalistas han generado dos corrientes de opinión en el Maule. Los que me han puesto a la altura de un héroe justiciero y aquellos que me acusan de oportunista y manipulador. Haciendo honor a la verdad creo que los dos están equivocados. Ya me referiré en detalle al primer juicio y sus entretelones, pero del segundo puedo decir que la alta dosis de envidia que se desprende de algunos comentarios los hace perder cualquier grado de objetividad. No creo en absoluto ser merecedor de esta clase de reacciones, pero algunas personas son capaces de envenenar la marraqueta crujiente del vecino o acriminarse por el último asiento disponible en el microbús. 

De los siete colegas que me acompañaron en la gesta para conformar el primer, único y breve sindicato de trabajadores del diario, debo hacer una mención especial a Rodrigo. Pese a que siempre tuvo hacia mí un trato amable, me provocaba una leve antipatía su pinta de villano de teleserie, risa fácil y cierta fanfarronería que lo asemejaba al archienemigo de Condorito, Pepe Cortisona. Más aún cuando supe que su padre era el mejor amigo del dueño del diario, y ambos coincidían en la directiva del escuálido representante talquino en el torneo de básquetbol de la Dimayor. No tardé en catalogarlo como un vulgar agente del enemigo, uno más de los soplones del explotador. Por eso, cuando mi colega Manolito Herrera me comentó el interés de Rodrigo de sumarse a nuestro grupo, quise descartarlo de plano. Sólo la insistencia de mi colega me hizo recapacitar: “Anda, dale, conversa con él. Es de total confianza”. Cité a Rodrigo en la salita dispuesta para hacer entrevistas y le expuse con reticencia los pasos a seguir para poder conformar el sindicato. Me escuchó atentamente y al momento de preguntarle si pondría su firma en la lista temeraria, no demoró ni un segundo en responderme afirmativamente.

Pasadas las 23 horas de una calurosa noche de víspera de Navidad del 2004 –momento de la citación en la sede de Talca de la Central Unitaria de Trabajadores junto a los representantes de la Inspección del Trabajo-, uno a uno fueron cruzando el portón de fierro los convocados para formar el primer sindicato de trabajadores de una de las tantas razones sociales de la empresa (todos, salvo el Hueso, editor de policía y tribunales, quien pese a su compromiso, nos hizo la desconocida y la tierra se lo tragó por unas horas).

Como era de esperarse, la noticia fue tomada por el dueño de la peor manera. Luego de que la Inspección del Trabajo lo visitara para comprobar en terreno las irregularidades de nuestros contratos y condiciones de laborales, comenzó con su táctica de echar a correr rumores, amedrentar con gritos a juniors, secretarias y vendedores, amenazar con despidos y recortar los sueldos según su antojo a periodistas y gráficos. Ante tamaña sarta de fechorías, decidí dedicar días completos a la gestión sindical redactando cartas e introduciéndome en los vericuetos del Código del Trabajo. Cierto lunes por la tarde, recibí la orden del jefe de informaciones de presentarme en la oficina del gerente para explicar mis reiteradas ausencias. Los gestos tiesos de mi jefe directo lo delataron como parte de la encerrona de la que sería objeto por los mandamases de la empresa.

Cuando me dirigía hacia el despacho del gerente, vi a Rodrigo sentado sobre el escritorio de la secretaria, echado hacia atrás, contando chistes y provocando la hilaridad de todos los que allí estaban presentes. Sin embargo, al verme pasar, todos modificaron su semblante como si fuese un cadáver lo que pasaba frente a sus ojos. Todos salvo Rodrigo quien me sonrió en su estilo Cortisona. Dada la gravedad de lo que ocurría, me resultó molesto que se tomara el asunto tan a la ligera y preferí la opción de aquellos que se comportaban como si fueran mis deudos. 

El gerente y el dueño me esperaban en la oficina, cada uno sentado en un extremo de la habitación con cara de que la acidez corría por sus gargantas. Conversaron por un rato trivialidades, fingiendo ignorar mi presencia, hasta que el dueño me miró con su cara de bulldog rabioso para increparme: “Nadie te invitó a sentarte, pero ya que lo hiciste es mejor pa’ que no te vayai de espalda con lo que te voy a decir. No me interesa lo que voh pensí, lo que voh hagai, reclamís y cacarís. Podís hacer lo que querai, mandar cartitas a mí ni a este otro huevón –en alusión al gerente- o a los huevones de la Inspección del Trabajo. Cagaste conmigo y te declaro desde ahora mi enemigo número uno –tras mirarme con odio durante todo su discurso, su rostro se distendió unos centímetros-: Ya, ahora habla, aunque no me interesa lo que digai”. 

En vista de la poca intención de diálogo de mis interlocutores, me paré de la silla y dije lo único que se me vino a la cabeza: “No estoy acostumbrado a conversar con este nivel de groserías y menos con personas mayores, así que con permiso”. Al intentar salir, el gerente demoró unos segundos en apretar el botón electrónico, no sé si para amedrentarme o de lo nervioso que estaba por las bravatas de dueño (yo aún recordaba su servil comportamiento cuando el representante de la Inspección del Trabajo me acompañó hasta su oficina para presentar mis credenciales como presidente del sindicato, hacía una semana, oportunidad en que ofreció toda su colaboración con nosotros). Afuera, me encontré con decenas de miradas expectantes. Yo incliné la cabeza y sonreí. Rodrigo saltó del escritorio de la secretaria para hacer ingreso a la oficina del gerente moviéndome las cejas en señal de complicidad. “Ahora me toca a mí”, dijo al pasar. 

Intrigado, esperé su salida de la reunión con los orangutanes. Lo intercepté en el pasillo y le pregunté que había pasado durante ese cuarto de hora: “Me echaron, Claudio. No voy más en el diario. El dueño me pegó la patada en la raja”. Aún sorprendido, lo detuve con la mano: “Esto no puede ser. Vamos de inmediato a la Inspección del Trabajo a hacer la denuncia. Yo por práctica antisindical y tú por despido injustificado”. Rodrigo se resistía a mis indicaciones, pero su argumento final me enfureció: “Mira, Claudio, de verdad prefiero ver el asunto con mi viejo. No quiero que tenga atados con el dueño, no ves que son amigos”. En ese momento, dejé de contenerme: “¡Tenís más de 21 años, ya eres un huevón hediondo y andai escondiéndote en las faldas de tu papito! ¡Córtala y haz la denuncia en contra de este desgraciado! Por actitudes como la tuya este sujeto sigue impune”. No logré hacerlo entrar en razón. Me retiré del diario rumbo a la Inspección del Trabajo para hacer los reclamos mascando la rabia por la cobardía de Rodrigo. Si él no se presentaba en persona a realizar la denuncia, el atropello del dueño del diario no existía. 

Fue Manolito Herrera quien me reveló la verdadera razón del despido de Rodrigo a días de ocurrida la pataleta del dueño del diario. “El papá de Rodrigo le pidió que lo contratara, pero él le dijo que no, porque necesitaba periodistas con experiencia. Entonces, el papá de Rodrigo le rogó que lo contratara de todos modos y que el sueldo lo pagaría él de su bolsillo, sin que su hijo lo supiera. Bueno, cuando el dueño se enteró que Rodrigo estaba en el sindicato le contó todo y trapeó con él por malagradecido. Por eso no te quiso acompañar”. 

Transcurrido un tiempo, topé a Rodrigo al otro lado del mesón de una carnicería en el Mercado de Talca. Al verme, me saludó con su sonrisa gigantesca extendiendo la mano sobre las máquinas y la carne trozada: “Hola, Claudio, ¿cómo estás?”. Le respondí muy avergonzado y traté de evitar un diálogo que rememora viejos tiempos. Le pedí que me diera un cuarto de carne molida especial y me respondió: “Para usted, con yapa, compañero”, dijo y le agregó un poco más a la balanza.

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7 Comentarios

  1. NO dejarse avasallar, para mí eso es fundamental en la relación laboral.
    Las buenas intenciones y las justas aspiraciones reivindicatorias en este plano no te quitan el peso de la culpa cuando alguien sale mal parado en este tipo de cosas. Pese a ello, creo en seguir tu línea de pensamiento inicial y enfrentar las situaciones conflictivas que se nos presentan.

    Me encantó el relato, sentido y reflexivo.

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  2. LUIS2/3/12

    Excelente relato.Me quedé en blanco y sin nada que decir.

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  3. LUIS2/3/12

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  4. infinitas las desventuras que se tienen que soportar en el laburo cuando se asume un rol tan importante. Desde el lado de mi viejo tengo afinidad con ello pero mi esposa me ataja por el bien de la familia y la buena convivencia con los compa que en vital para seguir sobreviviendo.
    muy interesante su escrito. saludos

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  5. Malditos en mas de un sentido. Hay unos que son malditos por los hijos de remil p... que son y otros que están malditos porque no logran ni medio objetivo propuesto por causa y culpa de los primeros. Una verdadera desgracia

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  6. Qué desafortunada experiencia para la conciencia suya, pero es parte del juego y no se puede escapar a eso. Animos y continue la lucha si puedo o dediquese a salvarse a si mismo, despues de todo asi hace la mayoria de los mortales y nadie podría o debería condenarlo por eso.

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  7. Anónimo13/1/13

    Las armas. Hay que tomar las armas. Recuérdelo Rodríguez.

    La Mano Piadosa

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