Buenos Aires Acondicionados

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
El vuelo Buenos Aires – Santiago era la oportunidad propicia para el recuento de las vacaciones de esta esforzada familia chilena (recuento, actividad predilecta de mi amigo Fernando Meza, el mesocrático dueño del blog que acogió en un comienzo estas líneas y que compartió generosamente su humanidad en algunos pasajes de este viaje). Pero los anuncios de mal tiempo en esta parte del continente y ciertos desajustes en la ruta, pusieron a prueba la condición del Pater Familia. Nada para extrañarse, en todo caso, si se tiene en cuenta que la responsabilidad nunca sale de vacaciones. Bajo esta premisa, Rodríguez debió velar por la tranquilidad de su esposa e hija con todo su arsenal disponible de lugares comunes, aunque el zangoloteo de la aeronave de Piñera y Asociados dijera otra cosa en su choque con las nubes y la correspondiente turbulencia. Desde ya, felicitaciones al piloto, quien desde el parlante, con una voz sumamente cálida y cordial, comentaba los contratiempos del viaje en un tono digno de gurú de autoayuda. En todo caso, aquello no fue nada en comparación al viaje de ida, donde por momentos el asunto del zangoloteo se puso color de hormiga para los Rodríguez, cuando la Capital Federal era sólo una quimera en sus aspiracionales cabezas…
Pasado ese trance, con sus mujeres y su equipaje en tierra chilena, Rodríguez ya se encuentra en condiciones de hacer unos cuantos comentarios –bastante arbitrarios por lo demás- de éste, su primer viaje a Buenos Aires (el cual se concretó únicamente para sacarle el empacho de recorrer las librerías, comprar discos y buscar películas en Dvds a precios botados, que nos hace recordar el comercial de un tipo que a cualquier propuesta de compra o adquisición para el hogar hecha por su mujer, responde con la palabra “moto” hasta que ella le dice, muerta de la risa, “adelante” y la moto es una realidad en el idílico mundo de la publicidad de los créditos de consumo. De igual forma, se dio el viaje a Buenos Aires de la familia Rodríguez, sin querer ser peladores, en todo caso…)
La proyección de esta gran metrópoli sudamericana en la cabeza de Rodríguez estaba directamente relacionada con sus lecturas. Cierta perplejidad ambiental y cotidiana de Julio Cortázar; rincones, cuchillos y compadritos comunicándose, a lunfardo puro, en la laberíntica cabeza del bibliotecario avícola Jorge Luis Borges; la vida como tragicomedia política de dibujos animados a cargo del gordo Osvaldo Soriano; depresiones y obsesiones fantasmales en las cloacas y los subterráneos nacidas en las pesadillas de Ernesto Sábato… y un largo etcétera de autores que fueron dibujando una ciudad en probeta, con cierta semejanza a Valparaíso en clima y espíritu, pero más grandecita. A cambio de todo eso, la familia Rodríguez se topó con una urbe donde el calor y la humedad pueden ser tan sofocantes como el sol de verano de las tres de la tarde del Paseo Ahumada. Aunque con una gran salvedad: los aromas que brotan de las esquinas bonaerenses son más variados (cafés, dulces, carnes, peronismo en flor desde los árboles, gotitas de aire acondicionado desde los cielos, un poco de gases en suspensión para no ser menos…) que el olor a heces fermentada y falta de aseo matutino de algunos habitantes de la ciudad planificada por el Alarife Gamboa. En cuanto a la semejanza con Valparaíso, efectivamente las hay en elementos como los hermosos edificios islas (similares a una rebanada de torta bien cortada), el agua estancada del puerto de La Boca, las calles con adoquines y, lo más importante, el gusto por el tango a cualquier hora del día… El resto es pura y santa diferencia con Valparaíso y sobre todo con Santiago, hasta los tiempos de espera en los tacos del tránsito (mi amigo Meza asegura que es sólo un espejismo debido a que todo el mundo está de vacaciones).
Rodríguez tuvo ante sus ojos una ciudad con notorias y justicialistas ansias de ser más que el resto del Tercer Mundo, cuyo origen trasciende el actual Peronismo Kirchneriano, y se remonta a la época de derroche estatizador del primer gobierno de Juan Domingo Perón y su colosal infraestructura vial y arquitectónica (Rodríguez piensa en políticos chilenos con la misma sintonía contagiosa y megalómana y sólo encuentra leves atisbos en el caudillismo paternalista de Arturo Alessandri y la socialdemocracia regañona de Ricardo Lagos). El nombre del populista milico argentino, junto al de sus mujeres Evita y Estela, resuena en cada esquina de la ciudad, como si se tratara de una nave nodriza a la cual regresar cuando todas las brújulas están rotas (acuso que la frase original corresponde al poeta Pablo de Rokha). Pero, por otro lado, hay un Buenos Aires que se acerca al resto del continente, con decenas de pordioseros en las calles y restoranes, algunos de los cuales, con sus cabellos rubicundos y sus ojos claritos, perfectamente podrían ocupar cargos gerenciales en el clasista y potijunto mundo empresarial chileno y, porqué no, probar suerte delante de las cámaras de nuestros canales de televisión abierta. Esto, por cierto, si cuentan con una asesoría adecuada en el buen vestir que les permita pasar por profesionales con capacitación permanente en el competitivo mundo de hoy…
La inmigración peruana y de otros zonas más “tostaditas”, al igual que en Santiago de Chile, también es una luz y bocina de alerta en las calles porteñas, con la diferencia que el ajetreo la vuelve más anónima y menos amenazante que en nuestra tóxica capital, donde ya es posible oír gritos de adhesión al Fiürer cuando los forasteros y sus costumbres se vuelven “extrañas, sucias y molestas”.
Pero estas líneas no buscan convertirse en un tratado sobre la última chupada del mate en materia de viajes al país más vecino de nuestros vecinos. El propio Fernando Meza le daría a Rodríguez cancha, tiro y lado en estos afanes. Simplemente se trata de una visión simplista y banal del recién llegado, del advenedizo ignorante que lanza frases a diestra y siniestra. Asombrado, por cierto, de las infinitas ofertas en libros (ojo, la librería El Libertador de Corrientes con precios tan bajos que dan hipo), los restoranes de “tenedor libre” para llenarse hasta el hartazgo de pizzas, pastas y bifes chorizo, las milanesas (primas de las escalopas chilensis), los panchos (socios en la mafia del colesterol de nuestros nacionalistas completos), mientras se bebe jugos y gaseosas con sabores menos dulces que los diabétizantes bebidas embotelladas por la Coca Cola local o la CCU. En algo hay que expiar las culpas, se conforma Rodríguez
O bien admirar la arquitectura que distribuye, entre medio de tanta abundancia, edificios de un siglo, medio siglo y sólo décadas con cierto equilibrio y buen gusto –detalle ausente, por cierto, en el gran Santiago-, aunque dejando espacio para la marginalidad de las Villas Miserias, las cuales según el Presidente Kirchner son culpa del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y sus devotos en Argentina (afirmación recién salida del horno cuando candidateaba a su esposa desde un púlpito en Mar del Plata).
A Rodríguez le queda de recuerdo un país lleno de edificios fiscales que no alcanzaron a ser desmantelados durante la era neoliberal de Carlos Saúl Menem, y donde un barriecito cualquiera, como La Boca sin ir más lejos, alcanza el mote de zona turística, con cientos de chucherías ofrecidas en sus pintarrajeadas esquinas (con precios superiores a las tienda de liquidación de la calle Florida o Corrientes, nunca está demás decir) y bailarinas de tango que no dudan en posar las manos de los turistas sobre sus carnudas nalgas para inmortalizarlas ante el flash de las cámaras digitales, con el correspondiente bochorno de un Rodríguez, tan chapado a la antigua que es este hombre… A eso él agrega la precisión del reciclaje de Puerto Madero, las interminables ferias de las pulgas de San Telmo, las arboledas verdeinfinitas de Palermo y la Recoleta, más y más baratas de libros en el Parque Rivadavia y, por cierto, el sobredimensionado Obelisco, una suerte de Rey Sol de todo el universo bonaerense. Todos estos lugares más bellos aún, cuando se les contempla desde el cómodo asiento reclinable del climatizado bus de la agencia de viajes, porque si se les recorre como peatón, las basuritas se acumulan y acumulan en las aceras más de lo recomendable. “Calcadito a Santiago”, dirá Rodríguez, y su esposa de acuerdo y su hija pidiendo que le compren más dulces, “total acá todo es más barato, poh papi”.
Tan recargado mosaico resulta imposible recorrerlo por completo y dar cuenta de todos sus detalle, por más que se tome el Subte, un trencito destartalado, bullicioso, añoso, pero digno de colección, que cubre buena parte de la ciudad. Rodríguez reconoce que se queda corto en el intento. Y si la familia llega a realizar un segundo viaje a Buenos Aires, lo más probable es que pase lo mismo, y Rodríguez regrese, de nuevo, abarrotado de libros, películas y discos, rogando que el vuelo de regreso no se zangolotee demasiado, porque los lugares comunes también se agotan. Además, lo haría poniendo su mejor cara y aprendiendo de la serenidad del piloto de Piñera y Asociados que bien podría escribir un libro como El Alquimista u otro por el estilo, de esos sobre ser inteligente y emocional al mismo tiempo o salir en busca del queso perdido…

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4 Comentarios

  1. El ácido estilo Rodriguista en su plenitud. Sin duda que no te conferirán la Gran Medalla de San Martín, pero los buenos lectores te tendrán en gran estima.

    Tengo entendido que este escrito antecedió y probablemente influenció a los guionistas de la familia Simpson para hablar de sus tribulaciones viajeras.

    He sido un beneficiado directo de estos periplos al otro lado de los Andes. Parte del botín libresco traído por Rodríguez ha terminado en mi biblioteca.

    En Chile, los libros suelen ser más de un 100% más caros que en Argentina, y los títulos muy limitados. Aún persisto en la Cosa Nostra y en algunos textos de Hammett y Chandler sustraídos desde Buenos Aires.

    Excelente escrito.

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  2. Luego de leer vuestro texto, me puse a revisar las historias y estilos de los mejores escritores de viaje de la historia. Me encontré con uno en particular que logró asombrarme por su calidad y su postura ante el mundo. W.G. Sebald, académico y escritor alemán, fallecido en un accidente automovolístico en 2001, consiguió en su breve vida creativa rondar la perfección estilística. Utilizó variadas técnicas narrativas y desdeñó otras tantas muy comunes. Utilizó la fotografía como medio expresivo en sus obras, así como la narración versificada. Sus novelas son esencialmente eruditas, vitalistas y filosóficas. Existen escasas traducciones al español, y la mayor parte de su obra sólo es accesible en inglés y alemán. Lo que sí es posible leer a través de Google, son varias entrevistas que concedió durante los noventa.

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  3. Buenos Aires como un yacimiento infinito de libros, películas y música... te consta, amigo Muzam...

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  4. Adoro este tipo de relatos. Cuando trabajaba en el área turística siempre me mostré predispuesta a oir sus apreciaciones sobre la ciudad.

    Es imposible recorrerla en la brevedad de las vacaciones de un sudamericano, tal vez en las extensas que gozan los primer mundistas. Recuerdo que los israelíes solían decirme que éstas les duraban cuanto menos un año... Qué placer vacacionar por tanto tiempo!!

    Ciertamente es el paraiso para los amantes de los libros. Disponés de una amplia variedad que se corresponde con la demanda local. Todo lo que quieras te lo consiguen y entre los usados se pueden encontrar verdaderas joyas. Respecto a los precios los locales no podemos decir lo mismo de los precios que al igual que la tarifa media de los bares parecen altos a nuestros ojos. Disfruten...

    Algo que me perturba y me angustia es que en el imaginario del turista parece predominar la idea que todos los argentinos debamos ser blancos descendientes de la inmigración europea ... Sepan que hay muchos más morenos de lo que creen. Una vez tuve que batallar con un canadiense que insistía en que era peruana. De serlo no me molestaría pero soy 100% argentina.

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