Conspiradores de la realidad

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.

¿Verdad que cuesta manejar eso llamado realidad? Diría que es imposible si no se posee una que otra artimaña ya sea aprendida o heredada. Para los nóbeles se presenta chúcara e indomable como una fierecilla salvaje que agobia con su zangoloteo. En otras ocasiones, cuando todo transcurre con la placidez soporífera de un paisaje del Valle Central, viene la sensación de que no se tiene otra actividad más que respirar antes de convertirse en polvo eterno.

Pero de vez en cuando aparecen sujetos con temple que deciden tomar del pescuezo a la realidad, zamarrearla, drogarla, hipnotizarla y manejarla a su gusto aunque sea por unos momentos y con la ayuda de la ficción.

Ignoro si existe alguna consecuencia para este tipo de acciones, como aquella que afectó a Alonso Quijano instándolo a solucionar los problemas del mundo metido dentro de unas latas y montando un caballo, emprendiéndolas contra los molinos de viento y buscándose una novia entre las prostitutas.

La última de estas gracias la leí en un blog de un respetable escritor español (al menos eso decía él en su reseña) describiendo a un Franz Kafka muy diferente al atormentado autor de La metamorfosis (La transformación, según los postmodernos) que hemos conocido por sus biógrafos oficiales (el mismo que los nazis tildaron de “judío decadente”).

Esta nueva versión habla de un Kafka aficionado al tenis y a los burdeles, así como dueño de una ruidosa motocicleta con la que recorría Praga alterando la paz de esa ciudad de Europa Central (¿una figura anticipatoria de los Ángeles del Infierno, del personaje que Marlon Brando interpreta en Salvaje, de los motoqueros de Busco mi destino o hasta de un juvenil Che Guevara?); todo lo contrario al tipo torturado, lleno de miedos, con sólo una novela publicada, con dos o tres novias (a duras penas), que prefirió nadar antes de enterarse de la Primera Guerra Mundial, que sólo descansó de sus fantasmas –y de su rudo progenitor- cuando la tuberculosis le dio visa para cruzar al otro lado del puente. Aquel que murió creyendo que su amigo Max Brod se desharía de sus papelitos, incluyendo los borradores de sus novelas El Castillo y El Proceso. Por el contrario, este nuevo Franz Kafka es a la medida de ciertos escritorcillos que juegan a la pose de la maldad con un retrato más para su desordenada galería que integran los bullados beatniks, L. F. Celine y J. D. Salinger.

Otro ejemplo de este tipo es el dibujante Robert Crumb, convertido en ícono de la psicodelia sesentera, hippie, “aspiracional”, de guitarras rasgueadas, anárquica y aclanada, pese a que se trata de un artista reaccionario, que odia todo ese ambiente. De hecho, prefiere el sexo compulsivo, a veces solitario, los viejos discos de jazz, mofarse del cuerpo protuberante de las negras y de las costumbres de las minorías. El cómic underground El Gato Fritz, una de sus obras más famosas, corresponde a una sátira a ese mundillo infestado de drogas, desenfreno y flojera, más que un homenaje.

Ni siquiera el longevo Chavo del Ocho se ha salvado de esta mitología de bolsillo: en alusión al capítulo donde él y sus amigos, Chilindrina y Quico, ingresan a la casa de doña Clotilde y ven un pastel que desparece, una escoba que vuela y a la propia Bruja del 71 preparando una poción mágica para que por fin Don Ramón caiga rendido a sus pies. Bueno, todo eso, según los creadores de esta teoría conspiratoria, es una alusión al uso del LSD (ácido lisérgico) por parte del guionista Roberto Gómez Bolaños.

Yo mismo tengo mis propios delirios: por ejemplo, sueño con un río Mapocho más ancho, semejante al Río de la Plata, con una que otra islita al medio y no la acequia ordinaria que es en realidad, cuna de infecciones, rateros, vagabundos y pelusitas. O también mi esperanza de que Sigrid ¿Alegría? sea en persona tan tierna y dulce como los personajes que interpreta en las teleseries nocturnas, totalmente alejada de las locuras de Britney Spears, París Hilton o Lindsay Lohan, vida loca con la que suelen tentarse la mayoría de las luminarias.

No lo digo yo, lo dicen las estadísticas.

Imagen: Jesse Lenz

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8 Comentarios

  1. Un Kafka vacilón resulta algo muy atractivo de leer. Algo parecido me pasó al leer sobre el comportamiento habitual de César Vallejo. Sus amigos de juerga confidenciaron que era uno de los espíritus más desordenados de la noche, bromista, entretenedor, preocupado de sus amigos y muy alegre.

    Las biografías más conocidas de los escritores se suelen hacer en las academias de literatura y en las editoriales, siempre ansiosas del efectismo trágico. Quizás hasta digan algún día que nosotros éramos almas tristes y pusilánimes.

    Desde ya pongo el grito en el cielo.

    Excelente escrito, amigo Claudio.

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  2. Anónimo4/9/12

    Me gusta tu texto estimado Claudio. Te felicito. No todos los escritores son tristes. Saludos a Jorge. Me encontré un libro de David Foster Wallace. Me lo compré hace unos días. ¿Le conocen?
    Las academias litearias me producen bostezos. Gentes como tú y Jorge deben escribir la historia de la literatura. Mis saludos desde la península.
    Aldo.

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  3. Anónimo4/9/12

    Me gusta la actitud de Kafka. Un genio.

    Otra vez yo.

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  4. Anónimo4/9/12

    Era "academias literarias". Mis disculpas.

    Hasta luego.

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  5. Y qué espera que no conspira contra su propia realidad?

    Inteligente entrada.

    Saludos

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  6. Hay gente que conspira para que no veamos la realidad, hay gente que se ocupa de generar realidades paralelas para pasar unas buenas vacaciones mentales. Los últimos son mis aliados y con ellos estoy, a los otros todo mi repudio pues lo que hacen esconde fines egoistas y perjudican a la gente.

    Muy bueno, un abrazo.

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  7. Según investigaciones posteriores, el Cholo Vallejo también era bueno para el sandungueo, un dicharachero alegrador de ambientes. Un buen amigo.

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  8. Anónimo7/9/12

    Muy bueno, demasiado bueno. Entre la nostalgia y la iluminación nos da un pantallazo de la realidad circundante.

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