Nombre y motivo de su visita

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Tal cómo los viejitos gagas, aquí voy de nuevo con la cantinela. Por increíble que parezca, el verano de 1995 ya suena a naftalina y polillas copulantes. Siguiendo la tradición del contacto pitutero, logré cruzar la puerta de las oficinas de Radio Chilena en Phillips (en ese entonces, un imperio, no tanto como Los Mercurios y Copesas, pero la sotana y el rosario, antes como ahora, pesan a la hora de los quiubos). No había espacio para un aspirante a periodista del montón como yo, así que el cabezón Corona y un tal Pisani me ofrecieron en complicidad de sabérselas por libro y la bienaventuranza de la piedra en el pecho, el rol de junior. De más está decir que mi desempeño fue como las pelotas. Facturas, recibos, vueltos y mensajes perdidos quizás en qué nubecilla de smog. De verdad, moverse en ese oficio en el centro de Santiago en la época Freidora Modernizante requería (y supongo que aún requiere) la pericia de un Ministro de Hacienda en medio de una pelotera "díscola".
Yendo al grano de lo granado: me tocó abrir la puerta al escritor José Miguel Varas y no dejé de recordar que se trataba del heroico hombre de letras que puso su voz a las lecciones moscovitas de la clandestinidad con que mi padre intentaba enseñarme que la vida -en plena dictadura- estaba en otra parte. Tan heroica como la primera era su tarea de sacar un cuento dominical en las páginas añosas, ladrillientas y hoy denostadas del diario La Época. Sin embargo, adoctrinado como estaba de que debía hacer las preguntas precisas para no seguir mandándome embarradas, le pregunté por su nombre y su objetivo de venir a nuestras oficinas.
-José Miguel Varas. Vengo de dejar mi boleta de honorarios -contestó el más privado de nuestros escritores, sin importarle, de seguro, que un pelotudo más en Santiago del Nuevo Extremo no supiera ni vislubrara que tenía al frente a un futuro Premio Nacional de Literatura.
Lo mismo me sucedió con el folclorista Jorge Yañez y eso sí que mi padre no me lo dejó pasar con un merecido coscorrón.
-No decirle nada al autor de El Gorro de Lana es de pajarón -dijo.
Y yo le creí.

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3 Comentarios

  1. Con el escritor Claudio Rodríguez, tal como con la escritora Lorena Ledesma, me he tomado a menudo la confianza de sustraerles algunos correos, por la calidad narrativa que he visto expuesta en ellos. Cuento de antemano con su comprensión. El correo en cuestión data de 1997, carecía de título, y el que puesto en este caso es sólo una personal arbitrariedad mía. Es posible percibir la atmósfera que se respiraba en Chile durante el gobierno de Eduardo Frei, las luces exitistas del comienzo de ese período, que pronto dieron lugar a una de las más profundas crisis de los últimos años acaecidas por estos rincones. Es cierto que la crisis asiática hizo agua a muchas economías en el mundo, pero aquí contamos además con la ayuda entusiasta de nuestras sobrevaloradas autoridades económicas de entonces.
    Dejo, pues, a disposición de nuestros amigos lectores este íntimo y clarificador borrador de chilenismos y miserias de esa época.

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  2. Anónimo31/10/10

    Por mi querido amigo Jorge Muzam entro en este blog de cabreados y desasosegados, incómodos con el sistema y con evidentes ganas de cambiar el mundo. Me uno en vuestra lucha de acidez y os animo a que no cejéis de vuestro empeño. El tiempo os dará la razón.

    Quiero agradecer al propio Jorge y a Claudio Rodríguez los comentarios dejados en mi blog, cuyo contenido me anima a seguir. No voy a abandonar el blog mientras alguien como vosotros me aliente. Ocurre que ando de allá para acá y no puedo mantenerlo como quisiera.

    Un cariñoso abrazo.

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  3. La calidad de tu escritura es digna de toda nuestra admiración, querida Concha. Lo que expresas con tanta limpieza y poesía nos ensimisma, nos vuelca a la reflexión y a ratos nos cala el alma. Me alegro mucho de que no abandones tu blog.
    Este mismo blog, Plumas Latinoamericanas, en el que nos empezamos a reunir, considéralo también como tu casa. Si ya contar con tu visita y comentarios es un gran honor, contar con tus propios escritos sería una enorme felicidad compartida.

    Un cálido abrazo austral, querida amiga.

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