Beso, beso, beso

LILYMETH MENA -.

Tuve tan mala noche que se me olvidó por completo que tenía que ir al registro civil. Hace un mes llegó de Tijuana mi tía Laura, la hermana menor de mi madre. Vino con la firme idea de casarse con su novia, Susana, ya que aquí en la ciudad de México están legalizadas las bodas gay desde el pasado mes de marzo. Y aunque muchos se escandalicen, un matrimonio gay en México goza de todos los derechos y obligaciones de un matrimonio común. Pueden casarse con bienes mancomunados, comprar una casa, heredar a su pareja, adoptar un niño. Lo único que se encuentra pendiente (bendita burocracia), es que el seguro social acepte que se puedan dar de alta como esposos ante ellos, para recibir atención médica. Todo lo demás, igual que un matrimonio heterosexual.

Pues bueno que me lancé al registro civil más cercano, en la delegación Venustiano Carranza; una oficinita fea, oscura y fría donde, sin duda, a mi me deprimiría casarme. Pero supongo que todas las oficinas del registro civil son igual de feitas. Ya quisiera uno que se adornaran con flores para las bodas, o con globitos de colores para registrar a un bebé.

Las pobres empleadas (que raro, no había un sólo hombre), eran del clásico tipo de señora con cara de regañona. Bajitas de estatura, muy morenas, rellenitas. Embutidas en faldas rectas y blusas holgadas con flores de colores. Será uniforme?
Aunque ninguna estaba haciendo absolutamente nada, tuve que esperar a que alguna se acercara al mostrador a atenderme. Por fin una de las más jóvenes (que no por eso menos redondita y pequeña), se me acercó con cara de pocos amigos, le echó una hojeada a los documentos y se aseguró que el ticket de pago fuera original. Me indicó que esperara a que la señorita del escritorio de “Matrimonios” me hiciera alguna seña. La señorita en cuestión, con cabellos mal permanentados y desteñidos, terminó primero de comer lo que tenia en las manos antes de llamarme. Cuando me senté frente a ella le comenté rápidamente que mi tía y su novia habían ido ayer (ella se sacudía de la ropa las migajas), que habían presentado sus documentos, que les faltaba hacer el pago y regresar para que les dieran fecha y hora. La dependienta puso cara como de incredulidad revuelta con asco. Miró los nombres en la solicitud y luego esbozó tamaña sonrisota. “Ah claro, me acuerdo muy bien de la señora Laura¡”. Cosa que no dudo ni tantito, pues mi tía, al igual que mi madre, siempre se han caracterizado por ser señoras “simpáticas”, de esas que platican hasta con las piedras, y que a todo el mundo le caen bien.

Sin dudarlo un segundo, la rechoncha mujercita rellenó un papel con los datos de las contrayentes, revisó la agenda y me dio la fecha. Yo la verdad es que no podía creer lo que veían mis ojos, aquella agenda estaba tan llena como la de Santa Claus en noche buena. Le dije que no lo podía creer. Con su carita redonda me miraba y sonreía. “Y ya tengo llena toda la semana que sigue y la que sigue”. Yo le dije que tenía la idea de que hoy en día la gente no se quiere casar. Como podrás imaginarte, la mujer tenía cara de burla sin hacer ningún intento por ocultarla. Me dijo que estaba muy equivocada, que la agenda esa nunca tiene hora en que se quede vacía, que al día acuden por lo menos unas cien personas a pedir la lista de requisitos o a meter sus documentos, que entre todas esas parejas, por lo menos tres, son parejas homosexuales.

La verdad es que salí de ahí contenta. Al final le di la mano a la señorita y también me despedí de la primera. Creo que me dio gusto ver que la gente todavía tiene espíritu aventurero, que hay quienes no le temen al compromiso, y que todavía se tiene fe al amor, a querer compartir la vida con alguien.
Que todavía existen los soñadores, dispuestos a casarse debajo del techo gris de una oficinita fea y oscura.
Creo que sólo yo he tenido muy mala suerte. Ggrrrr ¡¡

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7 Comentarios

  1. Es muy entretenido dejarnos llevar por tu mirada, querida Lilymeth. Pestañeamos contigo, nos exasperamos, nos reímos y pataleamos frente a tantos absurdos sociales y también frente a esas funcionarioas rellenitas y regañonas que se toman su tiempo para atender, aunque sea para sentirse un poquitín importantes. De paso nos dejamos envolver gustosamente por tu coherente voz política que no deja títere con cabeza.

    Un abrazo grandote.

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  2. Una oficina gris y fea adquiere jerarquía en el universo Lilytiano... cuidado con su ojo de gacela que no deja títere con cabeza... un texto tan delicioso como una enchilada o una torta de jamón...

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  3. El partido verde ecologista ahora quiere echar por tierra el derecho de los matrimonios gay para adoptar un hijo. La izquierda se manifiesta en contra. Algo que no solo seria anticonstitucional, sino inhumano, querer tratarnos según nuestra raza, ritos religiosos o preferencias sexuales; y aplicarnos la ley de manera tan rasista. Están enfermos. Ya estaremos más idiotas de lo que estamos, si permitimos que esa ley se apruebe.

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  4. Ufff... Vamos re bien... dos pasos para adelante, tres pasos hacia atrás...

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  5. Los ecologistas transformados en estructuras clásicas de poder, suelen adoptar las mismas mañas que previamente han criticado.

    La resistencia más fuerte que encuentran las parejas gay es la posibilidad de que adopten niños en igualdad de condiciones que una pareja heterosexual.

    En ese punto casi todos se vuelven conservadores furibundos.

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  6. En todo lo relacionado con la adopción de niños debe prevalecer siempre el bienestar del adoptado y no el de los adoptantes. Dicho lo cual, queda todo dicho, pues cualquier persona, con dos dedos de frente, sabe lo que necesita un peque para crecer sano. Lo cual, y pecando de un exceso de síntesis, se resume en cuatro palabras; amor, estabilidad, disciplina y familia. El resto del ruido reinante en el debate sobra. Todo aquel que pueda ofrecer lo anterior a un niño no debería encontrar trabas legales para adoptarlo.

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  7. Esas empleadas rechonchitas y odiosas son bastante comunes por acá. Cuántas veces he tenido que batallármelas con ellas. Por eso mismo intento no hacer ningún trámite y espero no volver a casarme nunca más.
    Muy entretenido tu relato Lilymeth. Un abrazo.

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