Carta a Antonia, 12 de octubre de 2005

Por Concha Pelayo

Mi querida Antonia:

Apenas han pasado 24 horas desde que te cubre la tierra. Por fin has ido en pos de tu marido, muerto hace muchos años. Y tú te has ido a la edad de 103 años. Parece que te estoy viendo, hace algo más de tres, cuando fui a verte a la residencia donde pasaste los últimos tiempos. Cumplías 100 y te hacían una preciosa fiesta. Pudiste recitar poesías a placer, a tu gusto, sin que las palabras de tu hija te recriminaran. No le gustaba que "me dieras la paliza", decía. Sin embargo a mí no me dabas ninguna paliza. Pese a la diferencia de edad nos unían las mismas inquietudes. Te gustaba escribir, como a mí, componías versos, como yo. Nos gustaba el arte. Tú, incluso, pintabas. Los retratos de tus hijos eran soberbios. Son soberbios. Tenías una rara habilidad para plasmar las flores: los tulipanes, los girasoles, los bosques...

En el fondo, aunque tu hija te reñía mucho, se sentía muy orgullosa de ti. Te admiraba y no lo disimulaba. Sólo que ti no te lo demostraba. Y...lástima, porque eso duele. Duele que un ser querido hable maravillas de ti a los demás y que, después, todo sean reproches. Pero los mortales somos así de complejos. Y los seres queridos mucho más.

Ayer, antes de que te llevarámos al cementerio estuve contemplándote largo rato dentro de tu ataúd. Te habías quedado muy delgada, pero todavía se notaba esa fuerza que irradiabas en tu rostro, en tu menudo cuerpo.

Mi querida amiga, cómo recuerdo aquellas tardes, cuando iba a pasar un rato contigo. Se te iluminaba el semblante cuando me veías, incluso cuando oías mi voz desde la puerta. Tu voz potente me venía ligera: "Ven Conchita, ven, mira lo que te voy a enseñar..." y tras los abrazos me hacías sentar frente a tu sillón, junto a la cama. Tu cuarto era un santuario. Las imágenes se colgaban por las paredes, al igual que los relicarios, los rosarios, las cajitas de todos los tamaños, forradas de papeles florales o de telas, incluso de ganchillo hecho por ti. En ellas guardabas joyas, fetiches, botones, dedales, estampas, poemas...las cartas de tus hijos, textos que escribías a unos y a otros, hasta al Presidente de Gobierno le escribiste una vez porque querías reivindicar no sé qué cosa.

A veces me pedías que te los pasara a máquina. Cuando eso ocurría tu hija de acercaba y te reñía enérgicamente. La verdad es que escribías con una letra menuda y abigarrada que se me hacía muy difícil entender pero no me importaba. A tu hija no le gustaba. No quería que me molestaras. Pero si no era ninguna molestia. Yo, en mi trabajo, tenía mucho tiempo libre y mis horas las pasaba leyendo, escribiendo, pensando, estudiando...no, no era ninguna molestia. En el fondo yo creo que tenía un poco de celos pues ella era mi amiga y después te conocí a ti y mi amistad contigo fue siempre mucho más profunda y cómplice. Con tu hija también, no te pienses, pero con ella siempre hablàbamos de otras cosas. Ella me hablaba mucho de sus hijos. Fíjate, cuando yo conocí a tu hija ya tenía a sus cuatro niños y yo ninguno. Mi hija nació algunos años después, yo era más joven y me había casado mucho más tarde que ella. Te diré una cosa que aprendí de tu hija.Cuando tuvo a su niña, después de los cuatro chicos, Elia, así quise que se llamara pues soy su madrina, recuerdo que la tomaba en sus brazos cuando apenas tenía unos días y le decía: te quiero, te quiero, te quiero...siempre se lo decía tres veces seguidas. Pues bien, te diré un secreto Antonia. Yo no recuerdo que mi madre me dijera nunca eso, te quiero. No, no te vayas a pensar que era porque no me quería, no. Es que mi madre no decía esas cosas. Tal vez a ella tampoco se lo dijo nunca mi abuela.

Pues bien, cuando nació mi hija, un año después de Elia, desde el primer instante que la tuve en mis brazos le dije también: te quiero, te quiero, te quiero...y se lo sigo diciendo. Incluso cuando nos comunicamos por MSN...bueno, tú no tendrías ni idea de lo que eso, pero también se lo digo. Y ella me lo dice a mi también. Y me gusta.

No sé por qué te digo todas estas tonterías ahora que ya estás muerta. Tal vez estés helada pues hoy ha llovido mucho.

Siempre que voy a un entierro y dejo allí a un ser querido, llueve, llueve. Tal vez para que la humedad de la tierra mitigue el dolor y disimule las lágrimas de los que se quedan.

En fin, mi querida amiga, ayer evoqué todos los momentos que pasamos juntas, incluso cuando me contabas tu vida de niña rodeada de lujos allá en Extremadura. A tu hija no le gustaba que hablaras de aquellas cosas. Decía que eras muy clasista, pero yo creo que no lo eras. Simplemente me contabas tu vida y te ceñías a lo que había sido. Lo que ocurre es que eras muy novelera y cuando hablabas no prescindías de tu propia literatura. Eras creativa y eso aderezaba muy agradablemente tus discursos.

Descansa en paz, Antonia. Hasta siempre.

POEMA DE ANTONIA

"El credo de los ancianos": Creo en Dios

Porque creo en Dios
sufro yo este tormento.
Unos me dejan a un lado
y otros me ponen muy dentro.
Dáme ánimo Señor,
aún cuando sea un momento
para que viva cual soy
y no me agobie el complejo.
¿Por qué se ríen de mí
y dicen que no comprendo,
y me tratan de tontita
diciendo que yo no entiendo?
Y si alguna vez tropiezo
porque no me dan la mano,
me dicen: ¿pero no ves,
tienes los ojos cerrados?
sin fijarse que mis ojos
de llorar están cansados.
¿Por qué castigas, Señor?
¿Por qué me alargas la vida,
si, de pronto me la premias
y al momento me castigas?
¿Por qué me das la memoria
y borras el pensamiento?
¿Por qué me dan los abrazos
y me azotan al momento?
¿Por qué tener que sufrir
en el mundo este tormento?
¿Por qué se arruga mi piel,
por qué mi cuerpo tan viejo?
¿Por qué se encorva mi espalda
por qué se merma mi pecho?
No comprendo, Señor,
no comprendo.
Si castigo yo merzco,
castígame mi Señor
y mándame al cementerio
que allí no molesto a nadie
y mi alma sube al cielo.
Antonia Rodríguez de Ledesma
Una anciana de 84 años

Publicar un comentario

5 Comentarios

  1. Intento imaginar lo que es vivir cien años, cien años de ver nacer, crecer y morir ante nuestros ojos a tantas generaciones; cien años contemplando las noticias del mundo; cien años viviendo en carne propia los sucesos de una época tan convulsionada.
    En definitiva, cien años amando la vida, porque a la luz de lo que nos narras, tu amiga fue siempre una sibarita existencial.

    Una delicada y muy sentida evocación mi querida Concha.


    Un gran abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Es uno de los escritos más bellos que he leído de usted, Concha.
    Una carta hacia sí misma, para aplacar el dolor de una partida, pero también un homenaje a una persona maravillosa como Antonia.
    Quienes pueden disfrutar de un familiar en la plenitud de sus facultades hasta esos años, pues son muy afortunados.
    Antonia llegó a ser una poeta centenaria, de esas que se pueden dar el gusto de ser rebeldes hasta con la muerte.
    ¿Podría usted mostrarnos algún poema de Antonia?

    Tenga todo mi respeto y admiración.

    María Paz.

    ResponderEliminar
  3. Eres una mujer muy dulce y maravillosa, Concha. Tenemos mucha suerte de que nos compartas tus vivencias y tus letras.
    Hoy, esta carta me conmueve.
    Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo22/1/11

    Un relato inolvidable en que la autora se va acercando paso a paso a esta anciana, a los recovecos y pliegues de su vida, hasta llegar a la piel de su alma arrugada. Son semblanzas de mujeres que pasan por la vida de Concha Pelayo y dejan una huella en su piel.
    Mariaeu

    ResponderEliminar
  5. Me ha conmovido la poesía de Antonia.

    ResponderEliminar