Carta a las mellizas, 29 0ctubre 2005


Por Concha Pelayo

Mis queridas Carmen y Marisa:

La vida nos coloca en situaciones inverosímiles y coincidentes al mismo tiempo. Como si algo intangible en el cosmos se uniera para canalizarse a través de nosotros mismos.

Coincide que son fechas de conmemorar a nuestros muertos y, vosotras, estáis muertas ya. Desde muy temprana edad y de forma trágica. Primero te fuiste tú, Carmen y poco años después, tu hermana. Y os juro que me sentí como huérfana.

La imagen que ilustra este post es un paisaje que recorrimos siendo niñas, cuando vinisteis a pasar unos días a mi casa del pueblo. La fotografía la tomé apenas hace unos meses. Me envolvió la bruma del atardedcer, su luz. Me enamoré de ese instante.


Y ayer finalizó el ciclo poético/literario que se ha desarrollado para recordar a vuestro hermano Claudio Rodríguez. Han sido tres magníficos días que bajo el título: "Nuevas miradas sobre Claudio Rodríguez" yo he podido disfrutar, todos hemos disfrutado, de la poesía, de la palabra y de la musicalidad que cada una encierra. Y mientras así ocurría, yo os recordaba e imaginaba lo que hubierais disfrutado de compartir esos momentos. Recordaba vuestra alegría, vuestra inocencia, vuestra generosidad, vuestra inteligencia, vuestra ilusión y orgullo cuando, siendo apenas unas adolescentes de doce o catorce años, me dijisteis un día: "A mi hermano Cayín le han dado el Premio Adonais de Poesía..." Entonces yo no tenía ni idea de semejante premio ni de que vuestro hermano fuera poeta, aunque yo también escribía, pero sólo para mí, para saciar esa vocación que me llegó desde muy niña.

Las cosas se torcieron para vosotras, se torcieron y estrangularon. Murió vuestra madre. A vuestro padre apenas lo conocisteis. Erais niñas cuando murió también. Vuestros hermnaos eran dos intelectuales que habían volado de Zamora. Y vosotras, apenas sin referencias, con una madre rara que apenas se relacionaba con nadie. Y os fuisteis a estudiar a Madrid, tres años en un colegio de monjas. Al salir, la gran urbe os esperaba, abiertas sus fauces para engulliros y hacer de vuestras vidas barquitos a la deriva en mar tempetuoso. Y ya no quiero decir las circunstancias de vuestras muertes porque profanaría vuestra memoria. Además, estos tres días hemos rendido homenaje a Claudio y recuerdo que en las pocas ocasiones que hablé con él, cuando intenté mencionaros, decirle que había sido vuestra amiga, -ignorante de mí- rechazaba la conversación. Debía resultar muy amargo para él. Nunca más volví a hablarle de vosotras, mis queridas amigas.

Estos días, ya que ni sé dónde reposan vuestros doloridos cuerpos, me acercaré a la tumba de Claudio, monumento glorioso, purificador y fluvial, cuya laboriosidad corrió a cargo de Luís Quico, un loco artista, entrañable, que estos días, postrado en cama, hace recuento de su, también, desdichada vida.

Cuántas evocaciones me han traído estas jornadas.

Los poemas han fluído, también, de los labios de Fernando León de Aranoa (cómo os hubiera gustdo conocerlo) brillantísimo director de cine. Mi sorpresa ha sido que devora la poesía de Claudio que, incluso, su película "Los lunes al sol" , está inspirada en uno de sus poemas. Incluso hay versos que son frases que utilizaban los propios protagonistas. Sí, una agradable sorpresa. También estuvieron otros reconocidos poetas como Rafael Argulló, Tomás Sánchez Santigo, Fernando Gómez Aguilera, o el portugués Nuno Júdice. Todos ellos y algunos más han cantado a vuestro hermano y todos nos hemos sentido ebrios de ese don indefinible que Claudio universalizó.

Un abrazo amigas. Descansad en paz y que la penumbra del silencio os acoja bajo esa suave luz.

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3 Comentarios

  1. Escribas lo que escribas, Concha, todo lo conviertes en literatura... envidiable tu síndrome de Rey Midas.

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  2. Anónimo15/1/11

    Muchas gracias Claudio. Ojalá que fuera así. Un beso.

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  3. Cuántos silencios, dolorosos silencios, encierra esta carta tuya, querida Concha. Pero como bien dices, es preferible no profanar la memoria. Queda en pie la grandeza de tu recuerdo y la obra imperecedera de Claudio Rodríguez, el vate de la Ebriedad.

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