Mirando hacia atrás sin ira

JESÚS CHAMALI -.

Desde que lo conocí, allá por 1986, yo siempre quise ser como mi amigo Fructuoso Rivera, a pesar de lo mucho que nos diferenciaba nuestra trayectoria y del rechazo que me producían algunas de sus ideas. Era una atracción perversa, lo reconozco, pero su vida era como una novela de acción y la mía un prospecto de medicina: aburrida al máximo e incomprensible para casi todos.

Antes de seguir he de decir que ese no es su nombre real. He elegido el de un presidente de su país, Uruguay, para sustituirlo.

Yo tenía por aquella época 24 años; él andaría por los 46 o 47. Yo era de lo más ingenuo, él iba sobrado tanto en experiencia en la vida como en anécdotas, de las que tenía un repertorio sin fin.

Aventurero y lanzado desde joven, había sido militar profesional en su tierra, de la que tuvo que salir huyendo en uno de los movimientos de intentona de golpe de estado. Era una época, la suya, de asonadas militares, revoluciones, contra revoluciones, matanzas y venganzas. La 2ª mitad del siglo XX fue pródiga en esos sucesos en el continente americano.

Como para lo único que se había preparado en su vida era para matar, y dado que se preparó para ello en la mejor universidad del momento, la escuela del Comando Sur, (el USSOUTHCOM), en Panamá, con instructores americanos expertos en guerras, guerrillas, sabotajes y asesinatos varios, escuela donde los países de la zona mandaban a sus soldados e instructores para que aprendieran tan depuradas técnicas de acabar de una manera rápida -lo de limpia era lo de menos- y dolorosa con sus enemigos. Especialmente con todos esos subversivos izquierdistas, tupamaros, senderistas, indigenistas, etc. que pululaban por ahí. Decidió pues alquilarse para ello en cualquiera de las decenas de guerras que se libraban en África donde la mano de obra experta era bien remunerada.

De esa manera, quitándosela a otros por un puñado de dólares, se ganó él la vida. Y lo hizo bastante bien, porque le dio para montar una pequeña fábrica de cuchillería en su país para que su familia sobreviviera.

Pero para todo hay una época.

Y la de matar negros, a pesar de lo que los odiaba, también. Así que aprovechó un trabajito para el que el gobierno de España estaba buscando "personal cualificado" y junto con otros candidatos desembarcó en las Islas Canarias. Después el Gobierno decidió que el trabajo en cuestión, un atentado contra un dirigente independentista a realizar en un país extranjero era mejor que lo realizaran militares españoles (por cierto, resultó una chapuza de las grandes) pero él ya estaba asentado y viendo las posibilidades de un cambio de negocio, y del negocio de la muerte se pasó a el de la jodienda, mucho más divertido y bastante menos cansado, desde luego. Así que, con ese dominio suyo de la lengua, tanto de la física como de la intelectual, se hizo amigo y protector de una serie de chicas de buen ver y mal vivir, a cuál más hermosa.

Ahí sí que ganó dinero. A espuertas. Él siempre fue un Dandy. Decía que podría tener malos ratos, pero jamás malos gustos.

Vivía a cuerpo de rey. Y sin tener que matar a nadie, que era lo mejor. A lo sumo, dar algún sopapo si alguna de sus "amigas" se hacía la remolona o la listilla con él. Nada grave. Un ojo morado como mucho, pero él siempre procuraba no golperlas en la cara. No era de buen empresario estropear el género.

Luego se dio cuenta de que los años iban pasando y que para ese negocio había que tener una planta y trabajar mucho de noche, y eso era cansado y aburrido, así que se dedicó a las artes adivinatorias.

Fructuoso era un gran embaucador. Un estafador perfecto: inteligente, culto, excelente psicólogo, bien plantado, buen organizador, sin escrúpulos...Lo tenía todo para triunfar y lo hizo. 

Eran años en los que, por España, el juego y los echadores de cartas florecían como hongos. Él, además, con ese acento yoruba, esa intuición innata, ese desparpajo que derrochaba, tenía por fuerza que ganar dinero...y lo ganó. ¡Vaya si lo ganó! La gente se pirra porque alguien le cuente su pasado o le interprete su futuro, y con el condicionamiento adecuado está dispuesta a creer lo que le digas; y si es malo, mejor.

"Tenga cuidado con una amiga suya" "Alguien de su entorno, moreno por más señas, le está haciendo daño"

Y la gente le pagaba para que les contrarrestara ese mal. ¿Se podía vivir mejor?

Cuando yo le conocí, ya había sentado la cabeza. No sé si se sentía viejo, cansado o que ya le tocaba. El caso es que estaba preparando su boda con una señora. Sus días de correrías habían pasado.

Yo aprendí mucho de él. Cómo matar rápidamente y silenciosamente. Cómo hacer que el humo parezca otra cosa. Cómo leer las reacciones de los demás. Cómo influir en ellos...

Trató también de hacer de mi un conquistador de mujeres, pero ahí falló. La materia prima no ayudaba y pesaron más en mi mis temores y complejos que sus enseñanzas.

El mayor elogio que me hizo fue que de tener que dar un golpe grande en España, yo sería su socio ideal porque era incluso mejor que él a la hora de llevarme la gente a donde yo quería, y según él, una vez diera el primer palo, los escrúpulos de señoritinga que tenía se me irían por el retrete. Pero que si lo daba, tendría que matarme después, porque cuando un lobo salvaje prueba la sangre, no paraba hasta ser líder de su manada, y en su manada sólo había sitio para un macho alfa: él.

La vida nos separó poco a poco. 

Yo derivé en lo que soy hoy día. Él es un anciano enfermo, cansado y acobardado por las circunstancias. Creo que en el fondo nunca pensó, con la vida que tuvo, llegar a vivir tanto, y eso le asusta. 

Y a mi también.

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5 Comentarios

  1. Fructuoso fue un personaje literario salvaje y adictivo, de esos que amaría Joseph Conrad. No diría admirable, porque encantador o no, era un asesino.

    Creo que da para una excelente novela, amigo Jesús. Es muy interesante también el papel que asumes en el relato, tanto o más complejo que el mismo Fructuoso.

    Soberbio, mi querido amigo.

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  2. Por cierto que siempre me gustó ese título de John Osborne, aunque tú lo haces sin ira. También me gusta el título de Wallace Stevens "Trece formas de mirar a un mirlo".

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  3. Mi fascinación hacia ese hombre era más hacia lo truculento de su vida, no hacia su persona o sus ideas.
    Era una persona cruel. El típico milico de los 60/70 en Latinoamérica: fachento, impune, con un desprecio a todo lo que no fuera el ejército y las armas y hedonista. Sin embargo, era también un hombre ávido de lecturas científicas. Y aunque resulte extraño en alguien de su perfil, escribió dos o tres libros sobre historia, política y ufología.
    Era sin duda un personaje complejo y retorcido como la vida que llevó, y a mi, lector voraz de la vida de otros, desvahída sombra patética en mi vida propia, supo seducirme con horas y horas de interminables charlas, con sus anécdotas, con las semblanzas de los personajes que conoció...
    Su racismo, su desprecio total por la vida (propia y ajena), su machismo absoluto eran la cara sucia de una brillante moneda. Nunca compartí esa ideas y él me lo recriminaba, pero de la misma manera que leo obras de autores de todo pelaje, y de todas saqué alguna enseñanza -no existen verdades absolutas- de él también aprendí muchas cosas que de alguna manera acabaron por despertarme.

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  4. Anónimo30/1/11

    Qué gran historia señor Jesús. Es muy interesante analizar el por qué nos sentimos atraídos a personajes tan siniestros. Leemos biografías de personajes sanguinarios como Klaus Barbie con mucho mayor interés que con el que leemos una biografía de Teresa de Calcuta. El mal nos atrae al mismo tiempo que nos repele.

    Saludos

    Laura

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  5. Estoy absolutamente de acuerdo con usted, Laura.
    Un saludo.

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