Carta a la señora Ángeles

CONCHA PELAYO -.

Mi querida señora Ángeles: 

Hoy, rebuscando entre mis papeles, he dado con una foto suya. Creo que es la única que tengo de usted. Parece que la estoy viendo, con su pelo gris, ondulado, siempre de peluquería. Caminaba renqueando por el largo pasillo de su casa, donde pasé tres, cuatro años. Ya casi no recuerdo. Era un 17 de julio cuado llegué a Barbastro acompañada de mi marido, mi novio entonces. Y yo me incorporaba a mi primer y único trabajo. Había aprobado una oposición a CAMPSA, y me destinaron a aquella localidad prepirenaica, a Barbastro (Huesca), una bulliciosa población en aquellos momentos, porque se celebraban las fiestas patronales y había una gran algarabía por todos lados.

Habíamos hecho el viaje, desde Zamora en uno de aquellos legendarios 600, que se calentaban terriblemente y había que parar de vez en cuando. Tardamos más de doce horas en llegar. Yo había viajado muy poco entonces, por tanto, el viaje era el más largo y distante que había hecho en mi vida. Además iba a conocer Aragón, los Pirineos. Allí me aficioné al esquí, un maravilloso deporte que llegó a apasionarme y me hizo disfrutar como nada. Aún siendo deportista como soy y procuro hacer deporte a diario, el esquí ha sido lo que más alegría y placer me ha proporcionado. Para mi desgracia, una vez que me fui destinada a mi tierra, ocho años después, apenas volví a esquiar. A mi marido le daban mucha pereza los desplazamientos y yo acabé resignándome.

La recuerdo mucho señora Ángeles, con su voz potente y portando la bandeja con la comida. Esperaba a que yo saliera de mi trabajo para comer juntas. Usted, mientra comíamos, me hablaba de los años que había vivido en Barcelona y de los viajes que hacían a diferentes lugares y de las fiestas con sus amigos. Yo era muy jovencita, 23 años exactamente y no sabía nada de nada de la vida. Eso sí, leía muchísimo, todo lo que caía en mis manos y eso me hacía tener un riquísimo mundo interior. Usted era una mujer mundana. Se le notaban esos aires que confieren a la gente las grandes ciudades. Me hablaba, incluso, hasta de sus amigos homosexuales y de la gente tan estupenda que era. Tanto su marido, como usted, no tenían prejuicios y a mí aquello me parecía sorprendente pues yo no estaba acostumbrada a que personas tan mayores fueran tan liberales. Con su marido, me decía, la vida era siempre una continua sorpresa.

Me hablaba mientras fumaba lentamente unos cigarrillos de color rosa y con boquilla. Yo no había visto fumar a una señora tan mayor, pues tenía más de 70 años y ni mis abuelas, ni mi madre, por supuesto, habían fumado jamás.

Recuerdo que mi novio entonces, iba a verme todos los fines de semana y, claro, dormía en la casa. Yo en mi habitación, a un extremo del pasillo, usted en el centro en la suya y mi novio en otra, al lado contrario de la mía. Usted, muy leída y muy "escribida" no quería que mi novio y yo permaneciéramos en la habitación, más de un tiempo prudencial, justo para que nos besáramos un poco, nada más. Pese a que era tan liberal, sin embargo, entendía que yo estaba a su cargo y sabía que era vírgen por lo que yo le había contado y, claro, pensaba que tenía cierta responsabilidad. Y así era en realidad, actuaba como lo hubieran hecho mis propios padres.

Fue aquella una temporada muy divertida para mí, aunque he de confesarlo, también echaba un poco de menos a mi familia: a mis padres y hermanos, a mis amigas de Zamora, pues era mi primer trabajo, mi independencia económica y aquello suponía mi alejamiento de la que había sido mi vida hasta entonces, absolutamente dependiente de mis padres. Pero por lo demás todo resultaba novedoso para mí. La casa donde vivíamos, estaba en el centro del pueblo, en el paseo principal y todo lo que pasaba en el pueblo, pasaba por allí. Debajo de nuestra casa estaba la Peña Taurina Barbastrense y, cada tarde, yo bajaba para ver bailar a un grupo de joteros, jotas aragonesas. Nosotras, pese a la diferencia de edad, nos entendíamos muy bien y hablábamos de todo. Usted me decía que su padre que murió con, casi, cien años, fumaba como un carretero y le decían: "Debes de dejar el tabaco pues te hace mucho daño" y él respondía: "pues si dejo el tabaco, para morir, tendréis que matarme". Yo me reía con estas ocurrencias pues las contaba con mucha sorna.

Una cosa que no me gustaba nada de usted era que, cuando se levantaba para hacerme el desayuno, entraba directamente a la cocina y a mí me desquiciaba pues eso quería decir que tocaba el pan y los alimentos que me preparaba sin lavarse las manos y yo era, sigo siéndolo, muy escrupulosa para casi todo y mucha más para la comida. Al principio desayunaba de muy mala gana pero no me atrevía a decirle nada. A veces, procuraba levantarme yo primero para hacerlo yo misma pero en cuanto me oía, me echaba de la cocina. Consideraba que si estaba en su casa como pupila, tenía la obligación de atenderme. Pero llegó un momento en que no podía soportar lo de las manos y dejé de desayunar en casa. A usted le molestaba mucho y me reñia pero yo no podìa evitarlo. Me llevaba una manzana o algo así.

Todos los domingos íbamos invitadas a comer a casa de su sobrina María, la mujer de mi jefe, el señor Juan Díaz Bonati, un hombretón grandote y fanfarrón. Usted decía que era un "poca sustancia" porque presumía mucho. Un día, estábamos en la oficina y, de pronto, empezó a contarme cosas de una chica con la que había tenido una especie de "rollito", mientras yo le escuchaba demudada pues no comprendía cómo mi propio jefe se atrevía a hablarme de aquellas cosas. Me llegó a decir que un día vio que tenía la bragas rotas y que aquello le tiró para atrás. Cuando yo llegué aquél día a casa, llorando, y le conté todo lo que me había contado el señor Díaz Bonati, usted se puso furiosa y me dijo que no le hiciera caso, que era un "poca sustancia", calificativo que utilizaba para gente que tiene comportamientos de ese tipo o de otros, pero extraños. Y aquél mi primer jefe, para mí, una chica que no sabía nada de nada, ni había visto apenas nada, que me hablaran de esas cosas, resultaba de lo más extraño. Muchos años después comprendí que, aquel hombre me decía todo aquello por pura fanfarronería, para presumir delante de mí, pero, creo, nunca se hubiera atrevido a nada más.

En aquellas comidas de los domingos, además de nosotras dos, iban también los tres hijos del matrimonio con sus cónyuges y los nietos. La señora María, su sobrina, era la mejor persona que he conocido en mi vida. Era bondadosa, llena de generosidad y siempre dispuesta a atender a los demás aunque estuviera agotada. Recuerdo que su marido era muy grosero con ella, le hablaba dando voces y con muy poco respeto. A mí aquello me sentaba muy mal.

Muchos años despuès, estando ya en Zamora, me enteré de que aquél mi primer jefe se suicidó arrojándose desde el balcón. Vivían en un séptimo piso. Nadie supo porqué lo hizo. Su mujer murió de pena, o de remordimiento, pues seguro que pensaría que no lo cuidó o vigiló lo suficiente. Usted también debió morir por entonces.

Allí quedaron mis recuerdos, mis deslumbrados ojos cuando contemplé por primera vez los Pirineos, y mi nostalgia al alejarme de ellos: "aún recuerdo el aroma/ a aquellos gigantes pinos, a aquél verdor tan intenso/que me llenaba yo toda /con sabor de mil quimeras./ Pero estoy aquí, en Castilla/ y esta aridez me abrasa/y me quema el alma"/.
Hasta siempre amiga.


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8 Comentarios

  1. Anónimo27/2/11

    La fotografía de los dos árabes besándose la tomé en la feria de arte ARCO, la semana pasada en Madrid.

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  2. Mucho antes de convertirme en historiador tuve la certeza de que la mejor manera de escarbar en la memoria histórica era a través de la buena literatura.

    Tu evocación tiene el sabor de una cereza recién cortada. Al retratar tan limpiamente a un grupo de personas de aquel entonces, retratas también a millares muy parecidos a ellos, a sus contextos, a sus manías, divertimentos y opresiones.

    "Pero estoy aquí en Castilla..."

    Conmovedor mi querida Concha.

    Un gran abrazo.

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  3. Anónimo27/2/11

    Parece una fotografía tan amigable, pero me pregunto cuántos árabes y judíos podrían verlo de esa forma.
    Su historia está llena de imágenes y personajes inolvidables.
    Un saludo de mucha admiración y respeto.

    María Paz.

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  4. Anónimo28/2/11

    Nobleza y sabiduría en sus palabras y mucha nitidez en sus recuerdos. Gracias por compartirlo.
    Saludos
    María Paz

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  5. Un relato magistral que refleja toda una época y una tierra. Excelente y tierno relato, Concha. Y excelente ilustración.

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  6. Redondito de principio a fin. Un acierto la gráfica.

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  7. Carlos San Martín29/2/12

    Hermosa historia. Parece una película nostálgica. Me gustó eso de "muy escribida"

    Saludos

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  8. Concha: me ha encantado. Nos has deslizado magistralmente por esta etapa de una vida tan creíble que resuena.
    De pronto he pensado en mis veintitrés años con dos hijas y una plaza de maestra.

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