Carta a Liala ( y 2)



Por Concha Pelayo


Mi querida Liala. Cuántos acontecimientos están ocurriendo en estos momentos. Por un lado, el pueblo egipcio lucha por sus libertades y, por otro, Australia, tu país de residencia espera con angustia el mayor ciclón de su historia. Te imagino allí, en tu casita de Werribie, frágil como una cáscara de nuez en un charquito. Tal vez te hayas mudado de domicilio, tal vez hayas ido a Escocia con tu esposo. No sé, me preocupa tu situación, la situación de los australianos, de ese país joven y emergente, donde sus habitantes son, en su mayoría, asiáticos. Sabes, Liala, eso me llamó mucho la atención cuando, una vez celebrada tu boda, pudimos recorrer Melbourne, una ciudad donde nadie se siente extraño. Era llamativo para mí las enormes filas de escolares de todas las edades, uniformados, yendo de acá para allá, visitando museos, asistiendo a eventos escolares. Todo era un ir y venir de gente jovencísima y asiática. Yo no conozco los EE.UU, pero algunos de mis acompañantes decían que Melbourne le recordaba a muchas ciudades norteamericanas. Liala, qué vida tan singular la tuya. Siendo la hija de un famoso Rey de Egipto, en posesión de unas fabulosas joyas pertenecientes a tus nobles antepasados y tú, viviendo de forma tan sencilla, sin pompa ni fasto alguno. Te dedicabas a leer el futuro, eras medio pitonisa y, al parecer, tenías mucho éxito.


Me enteré, tras tu boda, que haces importantes donativos, siempre a tu nombre, Liala Faruk y tú querías que, aunque sólo fuera para honrar el nombre y rango de tu padre, querías que tu boda fuera una boda real y así la programaste, invitando a toda la realeza europea. Y a nosotros, al grupito de españoles de andar por casa, también. Recuerdo que tras la visita a tu casa me llevasteis al Palacio donde iba a celebrarse el banquete, un precioso edificio renacentista inmerso en medio de una de las campiñas verdes australianas. Por los alrededores del palacio había unos coches que no había visto en mi vida, coches de película, al estilo de los de James Bond. Todavía conservo alguna foto al lado de aquellos cochazos. Me mostraste la mesa donde iba a sentarme y me dijiste que esperabas al Príncipe de Asturias que compartiría mesa conmigo. Menos mal que nunca me lo creí. También decías que asistirían los Reyes de Bélgica. Tampoco me lo creía, aunque, al perecer, estaban invitados. Era todo muy divertido. En el fondo, aunque yo era consciente de que todo aquello era fantástico e irreal, (me refiero a los invitados ilustres que iban a asistir) me gustaba creerlo y tú, Liala, hablabas con tal convencimiento que era imposible no creerte.

Al día siguiente nos levantamos con los nervios encendidos. En el pequeño motel, donde nos acicalamos los invitados y los novios, habían dispuesto por si lo necesitábamos, peluqueros, maquilladores, manicuras, fotógrafos, etc…pero nosotros no utilizamos ninguno de aquellos servicios. Yo llevaba un vestido largo, precioso, muy historiado, que me había prestado una amiga muy pija que viste muy bien y tiene mucho dinero. Además vive en un palacio que perteneció a un obispo. Deberías conocer la historia de esta amiga, simpatiquísima, por cierto.

Me puse mi vestido largo, me hice un moño y concluí el peinado con un tocado a juego. Los guantes largos. Una vez vestidos, con Liala y su novio preparados, nos dispusimos para ser llevados a la iglesia donde se celebraría la ceremonia. Al salir de los jardines del motel, varias limusinas blancas no esperaban. Te juro Liala, que nos quedamos de piedra. A una boda real y en limusina. Junto a los vehículos, unas cuantas chicas, las damas de honor, vestidas de rojo, dos para cada limusina, nos invitaron a introducirnos en ellas. Una vez en el interior, comprobé que son tan enormes, o más, de lo que parecen. A los lados de los asientos, una especie de compartimentos. Yo pregunté que si allí se guardaba el champán. Lo había visto en las películas, Una de las damas abrió una de las portezuelas y sacó una botella de champán y cuatro copas. Seguía sin creerme todo aquello, pero, pensándolo bien, Liala. Estoy segura de que tú también estabas viviendo tu boda como algo extraordinario, algo fuera de lo común.

El trayecto hasta la iglesia fue relativamente corto, apenas unos kilómetros. Al aproximarnos, una enorme multitud, como en las bodas reales de verdad, se apiñaba por los alrededores de la iglesia. Había varias cámaras de televisión, fotógrafos y toda suerte de medios que habían sido convocados por ti, Liala, para que tu boda tuviera la difusión que pretendías. A un lado de la iglesia, una banda de gaiteros escoceses, ataviados con las típicas faldas escocesas, comenzaron a interpretar su música. Era todo emocionante Liala. Aunque mi marido me recrimina de vez en cuándo el dineral que me gasté en aquél viaje, te juro que lo di por bien empleado. La experiencia fue maravillosa, diferente a todas las que había vivido y además visité el país más alejado del mundo y pude ver con mis propios ojos a los aborígenes, gentes marginales en su mayoría, que no están integrados en la sociedad australiana. Se agrupan en jardines, en las puertas de las iglesias y en sus lugares de reunión, comen bocadillos y viven pobremente. Eso es lo que percibí. Incluso uno de ellos nos permitió fotografiarnos con él. Y cómo olvidar la casita del Capitán Cook, ubicada en uno de los grandes parques de la ciudad, donde las ardillas salen por la noche de sus escondrijos para recibir la comida que le dan los paseantes. El Capitán Cook fue un distinguido navegante inglés que, en tres viajes que realizó durante diez años a partir de 1768 logró resolver más interrogantes geográficos respecto al hemisferio Sur que cualquier otro investigador en el pasado. Un grupo de estudiantes, tomaba buena nota escuchando las explicaciones de su profesora. Esta casita es la más antigua de Australia y fue trasladada, piedra a piedra, desde Great Ayton a Melbourne. Me hubiera gustado haber podido comentar contigo, Liala, de todos estos aspectos para saber qué opinabas tú de ello pero fueron solamente ocho días mi periplo a Australia y no hubo tiempo para casi nada.

Otra de las cosas que no olvidaré de aquél viaje, fue cuando sobrevolaba el Himalaya. Mi reloj, que todavía no había cambiado, marcaba las tres de la tarde y el pasaje dormía pues llevábamos muchas horas de viaje. Me desperté de repente y abrí la ventanilla, entonces pude contemplar el paisaje más maravilloso que he contemplado nunca. Durante dos horas fui extasiándome ante el Himalaya completamente nevado. La cordillera, a mis pies, refulgía por el sol. Aunque la azafata me dijo en dos ocasiones que cerrara la ventanilla no le hice caso. Le pedí por favor que me permitiera ver el espectáculo. Me dejó.

De la ceremonia de tu boda, casi no me acuerdo, fue muy larga, eso sí y la gente iba muy elegantemente vestida pero, si he de serte sincera, Liala, como no había ni príncipes, ni princesas, ni reyes, los invitados que lucíamos mejor, éramos el grupito de españoles. El banquete se alargó hasta altas horas de la madrugada, sin dejar de servir platos, a los que seguía una larguísima pausa que podía durar más de una hora mientras los novios salían a bailar o lo hacían con sus invitados. Eso sí, reconócelo, Liala, fue muy pesado.

Aquella noche, una vez despojados de nuestros trajes de boda, pudimos dormir y descansar, para despertarnos de un surrealista sueño. Lo curioso es que el sueño fue real. Tan real como tu boda, querida Liala.

Hoy he pedido al Emperador tu dirección electrónica para ponerme en contacto contigo. Ahora ya utilizo el traductor del Google y podremos contarnos nuestras cosas. Espero tus noticias.

Un fuerte abrazo.

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3 Comentarios

  1. Anónimo3/2/11

    Tu relato es enriquecedor. Me leí sin querer la segunda parte primero, pero ahora voy por la primera. Gracias por compartirlo.

    Sonia

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  2. Muy conmovedor, real y actual. Gracias por darle pronta continuidad a la primera.

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  3. Imagenes casi cinematográficas, como las antiguas películas en Tecnicolor, algo del folletín del siglo XIX, y del cronista maltrecho contemporáneo. Un ojo de repara en el detalle preciso, en el gesto abarcador, en el comentario oportuno. No te imaginas, Concha, como nos transportas a las vidas de tus personajes epistolares, habitantes de tierras lejanas geográficamente, pero cercanas en el dolor.
    Gracias, quierida amiga, por compartir tus escritos con nosotros.

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