Cuando pasa el río

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Nunca dejarán de sorprenderme las puestas en escena de Jenny cuando se propone sacarnos adelante. Nada queda bajo la improvisación; su buen cálculo incluye hasta los más mínimos detalles. Nuestros familiares y amigos siempre concluyen que ésa es la razón de porqué hemos permanecido juntos todos estos años. Ella, la voluntariosa y batalladora jefa de hogar; yo, un pusilánime marido con tendencia a la melancolía y la ensoñación. De verdad, espero que eso sea suficiente para el más importante proyecto emprendido en conjunto, aquel experimento donde miden fuerzas nuestras certezas y prejuicios, consecuencia de horas de placer descuidado, y que toma cuerpo en quien arropo todas las noches en su camita.
Dedicaríamos las próximas horas a la primera batalla que debía librar nuestro Capitán, con la sensación de que todo era demasiado prematuro, si recién nos habíamos acostumbrado a su expulsión del vientre materno. Pero la suerte ya estaba echada y no había vuelta atrás. Una vez conocidos los resultados, no ahorraríamos esfuerzos por mantenerlo en el podio de los triunfadores o bien para sacarlo a la brevedad de gueto de los derrotados. Sin embargo, yo tenía muy claro cuándo debía hacerme a un lado y evitar cualquier influencia negativa sobre él. Mi rol se limitaría a un aplicado ayudante, siempre solícito cuando se le requiere para que la sabiduría de la madre se desenvuelva con total naturalidad.
Cuando pedí permiso en el trabajo para participar en el proceso, recién sopesé la importancia que significa acompañarlo en esta etapa de su vida. Al contrario de lo que pensaba, no recibí broma alguna de mis colegas sino que, por el contrario, sólo buenos consejos de quienes ya pasaron por lo mismo, en especial de mi jefe. Me arrepentí de no haber recurrido a mis contactos en el Ministerio de Educación para hacerle todo más fácil. Más aún al pensar que ya tendría el Capitán la oportunidad de saltar obstáculos sin que nosotros estuviésemos allí para desvelarnos.
Los preparativos de aquella larga jornada se prolongaron hasta avanzadas horas de la noche, con dos termos, uno de café y otro de té, una docena de sándwiches, un queque, cigarros, discos compactos, libros (Jenny siempre pensando en mí), guías con ejercicios, documentación varia, dos linternas y pilas, cigarros, que trasladamos desde la mesa de la cocina a la parte trasera del automóvil estacionado en el antejardín. Al terminar las idas y venidas sentí ganas de tomar la mano a Jenny y salir a dar un paseo como en los viejos tiempos, antes de que el Capitán le absorbiera buena parte de sus energías y la alejara un poco de mí. Pero al verla sobarse los brazos de frío y bostezar, creí más adecuado verificar la reja de la calle, apagar las luces de la terraza y poner la clave de la alarma. Cuando todo estuvo listo, Jenny comentó que alcanzaríamos a dormitar un par de horas antes de salir.
-El Capitán podrá seguir durmiendo en el auto; total, cuando le toque dar las pruebas de admisión será bien entrada la mañana –dijo ella y yo asentí con la cabeza.
Sin embargo, tuve miedo que el insomnio me ganara de nuevo la partida y, como consecuencia, anduviera como un zombi durante todo el día. Si bien mi aporte sería tangencial, de todos modos mi familia contaba conmigo y no quería hacer papelones como en otras ocasiones, cuando Jenny con su mejor y amoroso tono, me conminaba a regresar a casa.
El despertador sonó a las cuatro de la mañana después de un descanso a sobresaltos. Aún soñoliento me metí en la ducha como pude sin encender la luz. Al salir con la toalla en la cintura, goteando en la cabeza y en los pies, un poco más despejado, vi que Jenny tenía todo el trabajo adelantado, desde el aseo del living, las camas hechas, la loza lavada, inclusive al Capitán sentado vestido en el living mirando dibujos animados de la televisión por cable, sin imaginarse la aventura en que lo involucrarían sus padres por su propio bien.
-¿Me demoré mucho? –pregunté.
-No te preocupes. Yo me doy una ducha rápida y estamos –dijo Jenny-. Mientras, vístete y preocúpate que el Capitán que no se duerma porque al salir lo podría agarrar una corriente de aire. Está medio helado afuera.
Cuando salimos de la casa y la conducción de Jenny nos enfilaba por la explanada que bordea el río, en el cielo se divisaban unas cuantas nubes huérfanas de octubre. Calculé que debían ser las cuatro y media de la mañana. Aún quedaba una larga jornada en nuestra lucha por lograr un cupo para el Capitán en ese colegio que tanto nos habían recomendado de todos lados. Al menos intentaríamos estar entre los primeros en sacar número para ser atendidos por la comisión evaluadora; claro, después de los que se quedaron a pernoctar allí mismo, en las afueras del centro educacional, sacrificio que nos superaba como familia.
Mientras descendíamos a la ciudad y sus luces se acercaban, se me vinieron a la memoria otras madrugadas recorridas a pie, sin movilización alguna, cada vez que el padre borracho de Jenny la obligaba a entrar a la casa interrumpiendo nuestros arrumacos en el antejardín. Quise compartir parte de mis recuerdos con ella, pero de inmediato dejó en claro su punto de vista, aquel que yo conocía de antemano y que por descuido siempre olvidaba.
-Sabes que no me gusta recordar esa cosas –dijo antes de desquitarse con la caja de cambios poniendo toda la fuerza en su pequeña manito.
Miré al capitán que dormía con la boca abierta mientras un hilo de saliva rodaba por sus mejillas. Ojalá que el frío no le haga orinarse en los pantalones, pensé. Conozco muy bien esa clase de vergüenzas.

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6 Comentarios

  1. Qué lindo relato. Precioso para leerselo a mi marido y descubra las maravillas de ser papá aun cometiendo muchos herrores. el miedo es de lo mas comun. Las mujeres nos mandamos de lleno y lo damos todo.

    Gracias y un saludo.

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  2. He releído una y otra vez este relato, Claudio, y cada vez que lo hago sigue enterneciéndome. Es para mi un potente relato lleno de momentos visuales, de recuerdos -lejanos ya- pero siempre vivos en mi mente.
    Muchas gracias, amigo.

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  3. Anónimo7/2/11

    Amigo Claudio. Por lo que veo, tú no valoras tu rol de padre. ¿Sabes lo que significa para una mujer, para una madre, que su compañero valore todas esas cualidades que señalas? ¿Sabes lo importante que es para la mujer/madre, que su compañero sepa detectar esos desvelos, esos cuidados, esos gestos y habiliades para que todo en el hogar, funcione?
    Te felicito y felicito a Jenny y a tu Capitán por tener junto a ellos a una persona como tú, tan humilde y tan efectiva.
    Las familias requieren hombres como tú para que todo funcione a la perfección, para que, cada uno de sus miembros sepa cual es el lugar que corresponde a cada uno.
    Un abrazo amigo Claudio.

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  4. Ni bien acababa de pelear con mi papá, mi mamá decía: es un buen padre. Al momento parecía un comentario estúpido pero al rato uno se quedaba pensando y sin darse cuenta separaba un rol del otro: es mi papá y su marido. Aunque por cuestiones laborales mi papá se perdió gran parte de nuestra infancia supo capitalizar los pocos momentos compartidos para hacerse sentir. No podría discernir si fue bueno o malo, presente o ausente. A esta altura de la vida todo lo que sé es que lo amo con el alma, tanto como a los 5 años.. ese sentimiento es constante y tengo la certeza que me durará para siempre.

    Conmovedor relato, que no sé si es autorreferencial o no pero da cuenta de tu inmenso corazón por cómo lo exponés.

    Gracias y un gran abrazo.

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  5. El hombre, el padre, el niño-crecido que a regañadientes se deja arrastrar por la cordura previsora de la mujer. Personalmente siento afinidad con ese personaje masculino, pues nada hubiese querido más que librar a mi descendencia de los engranajes aspiracionistas de la sobrevivencia moderna. Tengo la profunda convicción de que ninguno de esos pasos valen la pena, pero en las actuales circunstancias no puedo hacer valer mi criterio, pues el camino alternativo ofrece muy pocas posibilidades.

    Potente amigo Rodríguez.

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  6. Aprovecho de la débil señal de Internet para agradecerles a todos ustedes, Jesús, Alejandrita, Concha, Lorena y Muzam, sus gentiles comentarios a mi relato que -como comentábamos hace un tiempo- no es más que una mentira con conocimiento de causa.
    Un abrazo.

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