La imposibilidad de la mirada

JORGE MUZAM -.

Tras trotar 800 metros cuesta arriba, me detuve exhausto en la cima de la colina. Una considerable parte del bosque de eucaliptos que me solía acariciar con su aroma y su sombra en ese lugar, había sido cortado e incendiado. Sentí desazón ante ese atropello. Los propietarios legales no entienden que los verdaderos propietarios somos quienes queremos y admiramos y necesitamos a esos árboles. Di media vuelta y mi ira se disipó en el oleaje lejano. Vi decenas de barcos estacionados, casi inmóviles en medio de la bahía de San Antonio, vi sus trémulas sombras, como oscuras alfombras apenas extendidas hacia el levante, vi sus diminutas estelas como gargaritas de peces delatando su marcha, intenté imaginar que eran juguetes, sí, barquitos de papel o de plástico navegando en un charco sucio, de verdad lo intenté pero no me resultó. Una neblinosa desesperación adulta truncó mi deseo infantil. Seguí mirando, intentando ahora percatarme de lo que estaba mirando, mirando hacia el interior, abofeteándome, dando silenciosos gritos de auxilio hacia los espíritus de los árboles quemados, hacia las nubes sin lluvia en su día de playa, pero el grito volvía como un boomerang atronador. Reparé en el pastizal seco, en la maleza espinosa que parecía siempre sobrevivir a toda quemazón, a toda ventolera, a todo pisoteo incauto.

Pensé en cuan a gusto debía sentirse esa maleza en la intemperie, sin cuidados de ningún tipo, sin una regadera vespertina, ni una caricia ni una mirada ni una palabra de afecto diario. Pensé si acaso yo era también maleza espinosa, porque quienes se me acercan mucho terminan dañados, y no porque yo los quiera dañar, sino porque la imposibilidad de atrapar por completo mi alma los hiere, y sus heridas me duelen también. ¿Quién sino una sabandija desearía causar daño a otro? Y si fuese verdad que soy una maleza espinosa, ¿por qué no puedo vivir a la intemperie? La lluvia me reconforta y me resfría, la soledad la necesito a la vez que me espanta, el viento que escarmena mi cabello y me palpa con libertina lujuria me impide oír los otros llamados de auxilio. Mi propia intemperie es la falta de afecto, no puedo vivir sin amor, la frialdad de los otros es mi muerte antes de tiempo, pero eso a quién podría importarle. Cada uno construye funcionales búnkeres de acero en torno a sus sentimientos. Antes de bajar la colina volví a levantar la mirada. Los barcos apenas se habían movido, sus sombras se habían alargado y las olas parecían dormitar.

Miré largo rato casi sin pestañear. Miré intentando darme cuenta de lo que miraba, miré intentando no extrañar, no desear, no evocar, no amar, no resentir ni odiar, miré intentando que cada una de mis emociones no envolvieran y desplazaran mi mirada, miré y miré, hasta convencerme de que no podía ver nada, y entonces pensé: “cuando logre encontrar nuevamente belleza en ese cuadro, estaré recuperado”.

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7 Comentarios

  1. Anónimo15/3/11

    Muchos te queremos Jorge.

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  2. qué tremenda y escalofriante viñeta, amigo... más escalofriante a medida que se hace más real y cotidiana...

    Un abrazo, amigo.

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  3. Los que trotamos por la vida, saltando obstáculos solemos mirar por encima de ciertas situaciones que en el cotidiano ir y venir el ciudadano gris no contempla. Nadie asocia su vida a la maleza si no sabe o conoce su propia capacidad de resistir los embates que este trotar vamos aprendiendo.
    A veces, resentir, rebotar, recomenzar surge luego de un incendio o un cataclismo.
    A muchos nos pasó un tsunami por la vida más de una vez, y como siempre, tarde, pero descubrimos que volvíamos a brotar más verdes y radiantes que nunca y oh sorpresa, las malezas también florecen.
    El eucaliptus crece nuevamente a través de los renovales, a menudo son un par de varas flacas que recupera rápidamente la altura del árbol original. No tiene la fuerza del original, es una mala copia, pero desde la altura honra su presencia.
    En el sur, el mar que salió de su cuenca arrasó los árboles acabando con la sal de su vida, la vida de los bosques. Pero vendrá la naturaleza porfiada como la maleza a escribir nuevamente la historia de su vida.
    Un apretado abrazo a los que nacen nuevamente.

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  4. Así es mis queridos amigos, los eucaliptus volverán a crecer.

    Un fuerte abrazo y mi agradecimiento por sus confortantes palabras.

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  5. Esperar a que cresca es un buen consuelo, pero se extrañará el viejo paisaje y todo lo que recordabamos haber vivido en el. Pero así debe ser, siempre para adelante.

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  6. Desde hace unas semanas, comenzamos a salir a caminar de noche en familia. No es una mala costumbre, nos hace bien en la medida que hace bien a la salud y aprovechamos el encuentro diario para darnos algunos abrazos necesarios para distender el alma. En lo personal me proporciona una suerte de libertad especial que me permite aislarme por completo tras una jornada de trabajo y de pensamientos excesivamente negativos. A esta hora en que hace bastante fresco así como al amanecer, los malos pensamientos me asaltan de un modo que no siempre sé sobrellevar. Por razones de seguridad optamos por permanecer en la costanera nueva, el bañado Sur, pues está más iluminado y concurrido. Llegamos y me dejo ir con cierta alegría. Nadie sigue mi paso, eso no me disgusta. Adoro dejarme ir, abandonarme a la voluntad de mis piernas. En mi aislamiento, jugar a la rayuela imaginariamente con los cuadritos de la vareda me pareció un buen entretenimiento dado que damos vueltas entre un numero limitado de cuadros. El río negro sigue llamandome la atención de un modo simbólico: vida - muerte, por eso cada vez que pasamos por la parte más próxima a éste lo miro con intensa curiosidad y trato de memorizar el sonido que produce al golpear por la playa desnuda para luego volver a mi juego con los cuadritos. Doy cada paso con alegría esperando llegar al cielo, tal es el objetivo de la rayuela. Entonces recuerdo por un momento las veces que dibujé con tiza o una piedra mis cielos en las calles de mi barrio y si mal no recuerdo el final de la traza se representaba como una nube bien gorda. Me sonrío pensando en esos cielos porque todo pensamiento dulce y colorido me redirecciona a un querer que duerme oculto en mi alma, la cumbre de mis sueños. La sonrisa no me dura tanto como quisiera, hay algo triste en eso por ser más que imposible y la melancolía surge trayéndome un poco de pena anexa a mi corazón.. es inevitable. Damos exactamente tres vueltas y para la última, cuando el cielo se me fue haciendo tan lejos que comprendo que no lo podré alcanzar, empiezo a recolectar imágenes con la mente.

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  7. Este lado de la costanera está más iluminado, es más prolijo y los palmares le dan un look muy Miami. Andando y observando comienzo a asociar las voces que antes oí a las personas concretas, puesto que en el tiempo que llevamos de recorrida no muchos se han mudado a otras partes, sino que por el contrario a medida que avanza la noche se van sumando. Detecté a tres pancheros en sus puestos aguardando que alguno se acerque a comer, también reconozco no menos de cinco parejas jovenes que ejercitan y se toman sus descansos a los besos y otras tres de más edad que toman mate entre sonrisas y miradas complices. Asociar los perros que oí y que vi pasar cuando tenía la mirada clavada en el piso es curiosisimo en sí ya que en muchos casos mi mente los ha adivinado tal cual son en realidad. La mirada más triste la doy cuando me proyecto entre las sombras de la noche y del follaje en la acera opuesta a la del río, ahí se divisan una chozas de lo más precarias. No me es difícil imaginar la vida ahí, las historias que jamas serán contadas ni atendidas por nadie. Cada tanto sale de por ahí un chico o un joven cuyo aspecto pone en alerta a la policia que custodia toda la zona tanto en moto como con personal de a pie. Si no estoy mal informada, no sean producido hechos delictivos por ahí, la mayoría de las alertas a la policia están asociadas a los desmanes que producen los que salen borrachos o simplemente alterados de los bailables que están en esa misma zona, que no son precisamente marginales sino todo lo contrario. Está tan negro ahí, tanta oscuridad me transmite que me dejo ir a otro lado de mis pensamientos oscuros, eso que me aterra y me frustra. Me gusta tanto salir a caminar y sin embargo allí también me asaltan los terrores nocturnos.. Ya estoy mayor por lo que descreo que la noche me produzca miedo, temo al dolor del mundo, ese por el cual nada puedo hacer, así como al de la intimidad de mi alma que anhela un abrazo como pocas personas en el mundo.. Mientras camino por la noche sumergida en mi propio silencio siento un desamparo tan grande que no encuentro otro consuelo que el cansacio.. He ahí lo bueno de tanto andar, dentro y fuera de mí, que llego a la casa cerca de la medianoche y me voy directo a dormir, sin fuerzas para llorar.

    Pufff.. la imposibilidad de mi mirada?? Mi familia dirá que sencillamente soy imposible, insoportable!

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