El Duero: Un río inteligente


Por Concha Pelayo

Cuando España y Portugal pusieron en marcha, hace más de sesenta años, los proyectos de seis centrales hidroeléctricas en el tramo Castro-Miranda de Douro, sus mandatarios respectivos no eran conscientes del gran desastre ecológico e impacto ambiental que causaban a un paraje único, como son los Arribes del Duero. Tal vez las intenciones de aquellos Jefes de Estado, Franco y Salazar, iban encaminadas hacia la generación de riqueza para aquellas zonas apartadas, deprimidas y desconocidas para el mundo. Sin embargo, andando el tiempo, las gentes de esos lugares comprobaron que tan ingentes obras no afectaron para nada a sus economías y desarrollo ya que la riqueza que allí se generaba iba a parar a lugares muy alejados como Cataluña, el País Vasco, incluso Francia. El potencial económico hidroeléctrico zamorano pasó de largo siguiendo el mismo camino que seguían las líneas de alta tensión, por encima de nuestras cabezas y sin detenerse.


Y digo de nuestras cabezas porque yo nací y crecí en uno de estos lugares, en Muelas del Pan y, de niña, me producía una gran inquietud cuando pasaba por debajo de algunas de estas gigantescas torres de hierro de alta tensión y percibía su “zumbido” característico.

La construcción de estas centrales hidroeléctricas transformaría al Duero cuando descendía vertiginoso 650 metros, en un recorrido de cien kilómetros. La Revolución Industrial también afectaría al Duero justamente en el lugar que éste es protagonista de un fenómeno geológico sin parangón.

Cuando el Duero, tras recorrer la meseta apaciblemente casi desde su nacimiento en Soria y atravesar las últimas tierras zamoranas, llega a la frontera portuguesa donde choca frontalmente contra las paredes graníticas del macizo Hespérico que le cierra el paso y le obliga a realizar un giro en dirección suroeste pues la dureza del afloramiento batolítico es de tal envergadura que ni las caudalosas aguas del Duero son capaces de horadar. Y es aquí, por tanto, cuando el río hace que se produzca el singular fenómeno.

Inteligentemente, el Duero, tal vez, hechizado por la magia y magnetismo que irradia la pétrea roca, se adosa estrechamente a ella y va tanteando los bordes hespéricos durante cien kilómetros de recorrido hasta encontrar un punto más débil y quebradizo a la altura de Mogadouro. Allí concentra toda su energía erosiva hasta atravesar la frontera, sus aguas ya sosegadas, y recobrar su tradicional recorrido en dirección pendiente: dirección Este-Oeste y discurrir mesetario.

Es en estos cien kilómetros de recorrido fronterizo, adosado a la roca granítica, donde el Duero, a lo largo de, aproximadamente, trescientos cincuenta millones de años, construye el cañón, conocido por los Arribes del Duero.

Y así se presenta en la actualidad, majestuoso e imponente entre acantilados de más de doscientos metros de altura, por donde el águila real, la cigüeña negra, el alimoche, el halcón peregrino, el buitre común, el águila perdicera, el búho real o el roquero solitario entre otras especies, planean silenciosos, ojo avizor, prestos a alcanzar su presa.

Una vez más, la realidad supera, con mucho, a la imaginación. Como escribiera Shelling:”Poseemos una revelación más antigua que cualquiera otra, la Naturaleza.”

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3 Comentarios

  1. Anónimo30/4/11

    Impecable escrito, mi querida Concha. Me maravillé ante ese sendero geológico delineado por el Duero.
    Hoy, ya no hay ríos en el mundo que estén libres de las embestidas de las hidroeléctricas.
    El costo para las poblaciones contiguas a estos ríos masacrados es absoluto, pues los beneficios económicos pasan de largo. Finalmente, se pierde el río, se pierden los lugares amados, las especies, la belleza. Nada hay más feo que los paisajes contaminados visualmente con torres y cables eléctricos.

    Un cálido abrazo.

    Jorge Muzam

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  2. Anónimo1/5/11

    Muy buen relato. La foto es increible. Deberíamos hacer algo para evitar que se destruya la naturaleza de esta manera. hay que lucharla.
    Alicia Aguirre

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