El trance


ALMA KARLA SANDOVAL -.

Vino a consultarme porque quería que la ayudara a olvidar algo. Le llevó cinco sesiones confesar que no quería dejar de fumar, beber o adelgazar. La noté sana, con el pelo brillante y el cuerpo torneado. Sonaba inteligente y mucho más madura de los veintidós que dijo tener. Esas cosas no me interesan, aunque bueno, son datos importantes a la hora de la hipnosis. La verdad es que se dan sorpresas de todo tipo. Yo prefiero intimar poco o casi nada con los pacientes. Lo cual es complicado porque terminan contándote su vida y yo detesto, pero no se los digo, cuando sin haber entrado en trance comienzan a llorar. Es un espectáculo horroroso que debo aguantar por la paga. Gustosos sueltan los dos mil pesos sin regatear. Lo cierto es que no sé cómo me sucede, cómo los hago dormir.


Me pasó desde niño, en la primaria, cuando noté que mi maestra me trataba diferente cuando me le quedaba mirando pensando con todas mis ganas que no nos dejara más tarea, que estuviera feliz para que no regañara a nadie y curiosamente sucedía. Creí que era un sueño mío. Pero con el tiempo corroboré mi influencia sobre los demás y terminé comprando un péndulo en la Lagunilla, tomando dos o tres cursos de New Age además de neurolingüística y con buenas amistades y algo de la suerte que nunca me ha abandonado, abrí un consultorio en la colonia del Valle. Las coincidencias no dejan de sorprenderme. Ignoro por qué puedo dormirlos y convencerlos de que al despertar ya no se fumen un solo Marlboro. He adelgazado a los más obesos. He recuperado a jovencitas anoréxicas. Al principio creí que Marisol era una más, pero no estaba lo que se dice flaca. Cuando comenzó a soltar la sopa habló del gallo dorado en la punta de un cuerno de chivo. Luego repitió una lista de regalos que incluía coches, joyas, países de Europa y apodos como “El Pinto”, “La Cabrona”, “El Jefe”. Después comenzó a desvestirse sin que se lo propusiera. La desperté porque no quería abusar antes de que se bajara los jeans. Se asustó un poco, pero regresó la siguiente semana.

Traía lentes oscuros y supuse que tenía un ojo golpeado. Acerté. Se durmió más rápido que las sesiones anteriores. No se desvistió. Lloró porque la hice retroceder a la infancia. Abuso, claro. Los primos y un tío. Las escenas se desarrollaban de noche, en el patio, y otras veces en un hotel en el que era llevada a la fuerza. Pero eso no fue lo más duro. De un relato a otro siempre aparecía el mismo gallo, decía tenerlo en la vagina y excitarse después de tenerlo repetidas veces entre las piernas. Dispara, dispara, dispara, suplicó. El orgasmo que tuvo me incomodó bastante. Entonces pensé en convertirme en el tío o en el narcotraficante del AK 47 bañado en oro. Pero me controlé. Esa noche, en la casa, mientras eyaculaba dentro de Flora, mi mujer, comprendí lo del disparo. La metáfora, tan clara, no me dejó dormir. Menos sabiendo que volvería a ver a Marisol y continuar con el tratamiento para hacerle olvidar, a cualquier costo, todas aquellas violaciones. Olvidar o superar, que no es lo mismo. La hipnosis no puede contra la memoria. Es lo que no entienden los pacientes. Lo que hago es conseguir que el recuerdo no moleste. Sólo eso. Pero no sé por qué no quería que ella superara su problema. Bueno, si sé. Me gustaba su enfermedad. Le ocultaba que la hacía repetir cinco o siete veces las escenas. No en las que lloraba, en las que, a fuerza de sentir el arma en el cuerpo volvía a hacer la misma súplica. El martes llegó y tenía un nuevo plan: hurgar más hondo, ver si había otras formas de hacerla estallar en mi diván café que acababa mojado, con un penetrante olor a sudor y perfume caro que ella usaba. Pero no llegó. Me asomé por la ventana y nada. Dieron las seis y llegó un gordo moreno. Salí de las consultas a las ocho. Bajé al estacionamiento del edificio. Me estaban esperando dos tipos en el coche. En menos de tres minutos me levantaron. La golpiza incluyó amenazas. Nunca mencionaron su nombre, pero sé que fue por ella. Me arrojaron por la carretera rumbo a Acapulco. Toda la noche escuché corridos. Fumaban, inhalaban coca, bebían whisky y me pateaban cada vez que hacían una escala para ir al baño. No sé cuánto tiempo pasó. Quiero olvidar, doctor, por eso vine.

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5 Comentarios

  1. Anónimo17/4/11

    Me ha escalofriado tu relato. Veo una línea roja, muy estrecha, donde se mezclan la realidad con la ficción. Hay mucha realidad en lo que cuentas.
    El realto es bello e intrigante al mismo tiempo.

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  2. Un relato escalofriante con vuelta de tuerca sorprendente en el final.

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  3. El narcotráfico se está comiendo las columnas de las sociedades como hambrientas termitas.
    El poder político, judicial, policial e incluso militar parecen estar perdiendo la batalla en casi todos los países. ¿Qué pasará cuando las columnas estén completamente raídas? Perdone mi digresión, pero su escrito lleva inserto este drama. Felicitaciones por la calidad de su relato.

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  4. Anónimo19/4/11

    Un relato fascinaste que no da respiro.
    Mis sinceras felicitaciones.
    Esthercita

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  5. Excelente historia. Parece argumento de serie de tv yankie.

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