Terquedad

LILYMETH MENA -.

La clínica parecía estar pasando una mañana tranquila; en el consultorio, antes de mí, había solamente dos ancianos y una joven con una criatura en brazos esperando consulta. Después de que la mal humorada señorita del escritorio me subiera a una báscula de la era cuaternaria para medirme y pesarme, me pidió que tomara asiento y aguardara hasta escuchar mi nombre. Me senté junto a uno de los ancianos de aspecto a leguas campesino, con sombrero de palma, pantalón de vestir desgastado y sin planchar, zapatos  polvorientos, chamarra que alguna vez fuera azul marino, manos cuarteadas y calludas.
Me disponía a perderme en el repertorio musical de mi celular, cuando el anciano así como si nada, se inclina un poco hacia mi sin mirarme, y dice con toda naturalidad, como si se tratase de la continuación de una charla interrumpida –Siempre supe que esta mano estaba destinada a sufrir las cosas mas terribles.
Hasta ese momento reparé en la mano encogida del hombre, convertida toda en una gran costra, las uñas negras y los dedos engarrotados.  
Intentando seguir con la misma naturalidad impuesta al dialogo realicé la pregunta que sentía tan idiota como obligada-¿Por qué?
-Cuando tenia yo como seis años la recargué toda en el comal donde mi madre echaba tortillas. A los quince me fui a trabajar al campo con mi padrino y pizcando maíz me corte parte del dedo gordo con el machete. Cuando cumplí veinte y me casé pensé que todo ese asunto de la mano era cosa de mi imaginación, así que deje de pensar en ella. Nacieron mis dos primeros hijos y ya había pasado mucho desde el ultimo accidente. Una tarde estaba yo desensillando al Alazán, el caballo fino del que era mi patrón. Era blanco, percherón, en un momento me tiró al suelo relinchando, me pisó dos dedos y desde entonces ya no pude usarlos.
El viejito y yo guardamos silencio, seguramente imaginando cada una de las desgracias sufridas por ese pobre miembro chamuscado.
Él con la mirada absorta parecía ya no tener intención de continuar hablando, pero yo no podía quedarme sin saber el resto de su historia.
-¿Y que fue lo que le pasó ahora? – Terminé preguntando con la misma obviedad idiota.
-Ayer venia yo caminando ya noche…yo vivo por Cuemanco. El carro me deja como a quince minutos de la casa. Entonces, venia yo caminando a un ladito de la carretera. Nomas sentí un golpe y fui a rodar al suelo pegando de vueltas. Me aventó un camión. Cuando pude levantarme me di cuenta de que no tenía ni un rasguño en todo el cuerpo. Pero la mano me quedó así como la traigo. Mi hija fue a verme luego en la mañana cuando supo y me trajo a que me curen.
–¿Le duele? (no paro de hacer preguntas idiotas). –Me creerá usted que no. Hace mucho que renuncié a esta mano. Me hice a la idea de que no la tendría conmigo por mucho tiempo, y lo que me sucede en ella es como algo esperado, que por esperado no sorprende ni duele.
Se abrió la puerta del consultorio trece y alguien dijo entonces un nombre en voz alta, el anciano se levantó y entró a curación.
Jamás volteó a mirarme.
No he podido dejar de pensar en aquel hombrecito ya encogido por la edad y su mano negruzca llena de cicatrices y su vida llena de tragedias. Supongo que es mas fácil rendirse ante la fatalidad. Sin embargo aplicando el ejercicio de la mano maldita a las relaciones familiares, de trabajo o amorosas, y dando por hecho que lo peor esta aun por venir, no puedo encontrar como consuelo la resignación de darlo todo por perdido mucho antes de que suceda.
Siempre me ha gustado más la gente terca. 

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7 Comentarios

  1. Anónimo4/4/11

    Muy buen relato, me hizo recordar la sencilla pero no menos efectiva sabiduría de mi abuelita campesina, a la que ya perdí. Cuando era niña solía reconfonfortarme de algunos pequeños dolores con sus palabras, que me transmitían una forma de ver y vivir la vida tal como se presenta, doblegándose mansamente ante lo que no se puede remediar.
    Muchas, incontables veces, he tenido la intención de adoptar esa misma actitud ante una particular situación de mi vida, como estrategia para dejar de sufrir por ella, pero no está en mi ser la resignación ante nada, todo lo contrario, siempre me ha animado la tenacidad y la obstinación, no sé los resultados, quizá termine derrotada, pero no sé hacer otra cosa que seguir luchando...

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  2. Gran historia. Personajes en apariencia minúsculos para una lección universal de humanidad. Me recordó un cuento de Bolaño, pero acá hay más cercanía y menos cinismo. Un acierto la imagen.

    Saludos, Lilymeth.

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  3. ¿Con quién realmente hablaba el anciano?
    Sin los preámbulos del saludo o de una presentación formal, el anciano continúa su conversación con la vida que tiene ante sí, esa vida amalgamada de espíritus, antepasados, santitos, personas queridas, animales queridos, lugares añorados, momentos de aflicción, sombras, caras, risas, lágrimas, lluvias, tempestades, sueños y candelabros soplados por las brisas del tiempo. Un diálogo en paralelo con los vivos y los muertos, con los que existieron y los que nunca existieron. El campesino sabe que a su vida le faltó esa mano, y que esa fatalidad puede provenir de una condena por culpas que desconoce.

    Un relato asombroso, querida Lilymeth.

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  4. Nada más interesante que la charla con un desconocido. Siempre, siempre se habla uno a uno mismo y no se dice nada.

    Saludos y buen sábado ¡¡

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  5. Anónimo10/4/11

    Preciosa historia y fantástica la forma de contárnosla.
    Un abrazo.

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  6. De esas historias que te hacen querer cambiar.. al menos a mí porque no soy así sino todo lo contrario. Cuando se me presentan dificultades así no sé afrontar con coraje el reto y me dedico a renegar un buen tiempo, incluso a recriminarme por mis propias debilidades sin lograr otra cosa que seguir haciéndome daño. Qué le voy a hacer, sé que no está bien pero así salí y aunque trato de cambiar y ser mejor no tengo buenos resultados.. ¿será la solución aceptarme? No, esa sería caer rendida ante mi misma y para eso no estoy lista.
    Saludos Lilymeth, adoro leerte.

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  7. Anónimo13/5/13

    "Hace mucho que renuncié a esta mano." La de la escritora, con las cicatrices que dejan en ella las historias de otros.

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