Jiménez, enamoradizo y etílico

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.

Mientras yo elaboraba una nota de televisión tras otra sin lograr convencer al dueño del canal que me pagara el sueldo, Jiménez hacía lo mismo, pero a su propio ritmo, por puro divertimento. Su trabajo de reportero en el diario de la ciudad le permitía darse ese lujo.
Las fuentes oficiales como la Intendencia, la Gobernación, la Municipalidad y otras oficinas públicas, ya estaban acaparadas por los periodistas antiguos, así que al resto de los novatos sólo nos quedaba salir a la calle a inventar denuncias vecinales o bien apelar a la inspiración y dar rienda suelta al artista que llevábamos dentro. Jiménez optaba por lo segundo y se le veía feliz de la vida, ausentándose de las latosas reuniones de pauta y trabajando sus propios temas, sin importarle los pelambres que dejaba a su paso. “Este huevón cree que se manda solo”, comentaba una periodista anteojuda con ínfulas de editora, cuando nuestro transgresor colega ya se encontraba bebiendo, leyendo un libro, escribiendo poesía, escuchando música o acariciando el cuerpo desnudo de una mujer.
Incluso antes de conocerlo me declaré admirador de su trabajo, sobre todo al ver su nota costumbrista sobre las victorias de la Plaza de Armas de Curicó -últimos carruajes tirados por caballos que iban quedando en el país-. En ella se veía a Jiménez, de pera y bigotes, terno oscuro y corbata, micrófono en mano, sentado en el carruaje, abrazado de una damisela. La nota terminaba con un corte al estilo de las películas antiguas semejando un párpado que se cierra. “¿Y eso?”, le preguntó la paciente coordinadora de piso al revisar la nota en el monitor, a lo que Jiménez respondió: “Un efecto, querida Cecilia”, sin lograr convencerla en absoluto.
También recuerdo aquella nota donde invitó a todos los enamorados de Curicó a invadir los rincones más oscuros e inspiradores del Cerro Condell, besando a otra damisela dispuesta a juguetear con él delante de la cámara para encender la libido de los telespectadores. “Yo le dije que se había ido al chancho”, comentó el camarógrafo, cuando intentaron pedirle alguna explicación por la “fechoría” de la cual fue cómplice y dónde se hacía hincapié en la necesidad de usar preservativos.
A todas luces, estos arranques demasiado “vanguardistas” de Jiménez no siempre eran aceptados por el resto de los reporteros, en su mayoría formados en la escuela de la “pirámide invertida” que debía responder a las clásicas preguntas periodísticas del qué, cómo, cuándo, dónde y por qué.
“Yo quiero mucho a Juan Pablito, pero alguien me puede explicar qué tiene esto de informativo”, comentó el colega responsable de los boletines horarios, mientras contemplaba la pantalla con el ceño fruncido y la nariz arrugada. No logré convencerlo que a nuestro amigo no había que entenderlo, sino celebrarle sus ocurrencias para que no perdiera la espontaneidad.
Pero Jiménez no necesitaba mi defensa. De mutuo propio persistió en su estilo hasta que se aburrió de trabajar gratis en el canal. En un gesto de generosidad, me llevó consigo al diario de la ciudad para que yo le secundara -entre medio de la bitácora policial, reportajes por encargos a empresas, organizaciones filantrópicas, políticos y una que otra crónica informativa-, en escamotear las preguntas de la “pirámide invertida”, pese a la incomodidad del gremio tradicionalista y la cara de limón de la jefatura.
EXPERIMENTOS
En aquel tiempo fuimos los gestores de curiosos experimentos que, al parecer, sólo a nosotros nos interesaban, aparte de alguna escritora amante de Jiménez. Por ejemplo, los reportajes escritos a dos manos. Uno de ellos trataba sobre los efectos de una jarra de ponche con duraznos en la visión de dos periodistas sentados en una de las mesas de la fuente de soda “El Deportivo”, un sábado por la tarde. En otro  texto abordamos las posibles consecuencias de la caída de la estación espacial soviética Mir en mitad de la Plaza de Armas. En las páginas sociales dedicamos unas líneas de describir el recorrido de un transeúnte desde el centro de la ciudad a la periferia para concluir lanzándose a las aguas del Mataquito.
También nos desquiciamos con las historias del Curicó de hacía décadas, rescatadas de las ediciones antiguas arrumbadas en la azotea de la sala de archivos y decoradas con fecas de rata. Mientras tanto, el editor y el director del diario nos buscaban por todos lados para enviarnos a cubrir noticias más urgentes, como asesinatos, incendios o la visita de algún Ministro de Estado.
La amistad con Jiménez es una aventura compleja. No acostumbra a dar demasiadas concesiones a los amigos. Por el contrario, los somete a duras pruebas para ver quien es capaz de superarlas. Muchos han quedado en el camino. Otros pocos hemos tenido la posibilidad de enmendar y seguir en carrera. Como maestro de colegio antiguo, nos evalúa por debajo de lo que creemos justo.
Cada vez que se me ocurre proponerle beber un pisco sour, siempre sale con el mismo comentario: “¿Y desde cuando te gustan los tragos de puta?”. Y cuando considera que el centro de atención se escapa de su persona, repite la siguiente máxima: “El protagonista de esta historia soy yo, ¿entendiste? Métetelo en tu cabezota”.

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10 Comentarios

  1. Anónimo4/5/11

    Todos tenemos un amigo de esos.
    Me copé. Salute"

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  2. Anónimo5/5/11

    Amigo Rodríguez, siga escribiendo, no se detenga... cuéntenos más de todos esos personajes que siempre tiene bajo la manga y siga sorprendiéndonos y alegrándonos la vida...

    Sole

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  3. Los buenos amigos son por lo general los que te representan un desafío, te ponen en apuros y también te asisten cuando es uno el que está metido en ellos.
    Genial, saluditos ♥

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  4. Amigo y compinche el que nos saca de la rutina del trabajo con sus ocurrencias, un hermano ! Desde ya que todos tenemos uno así que aun estando casados no dejamos de frecuentar y envidiar, quién pudiera ser aquél y no uno mismo jajaja

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  5. Anónimo6/5/11

    Ese Juan Pablo, impredecible, hombre -niño, sigue siendo quien es, en la fauna de este Curicó cada día más transformado por una obligada metamorfosis. Lo más lindo de J.P. es su arrogante desafío ante la injusticia y su trabajólica actitud ante lo hermoso de la vida;el amor humano, la música y el codificar en mensajes subliminales el profundo cariño que tiene por quienes somos sus amigos. A los otros, a las personas del "lado oscuro de la Fuerza" siempre los remata en un ajusticiamiento intelectual: su desprecio, al que me sumo porque tiene muy buen ojo. Así es este periodista a la antigua. Más feliz que muchos amargados que pelean consigo mismo blandiendo espadas al aire, en una lucha de la que jamás saldrán como vencedores... Artes

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  6. Proponga a Jiménez para Plumas, amigo Rodríguez. Estoy seguro que tiene sabrosas historias que narrar.

    Buen escrito. Rescatando la historia más pura a través de la tangente de valiosas vidas particulares.

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  7. Anónimo7/5/11

    Que envidia me da ese Jiménez, como quisiera combinar con tal maestría el placer y el deber...

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  8. Compañeros como el tal Jimenez nos hacen más llevaderas las tediosas jornadas laborales. Qué gusto conocerlo a través de tu relato Claudio. Impecable como siempre :)

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  9. Marucha23/8/11

    será el jimenez que conosco?? podrá ser?? me las pagará!!

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  10. Srta. Marucha: ¿Quién se las pagará concretamente? Supongo que Jimémez. Si es así, proceda con toda confianza.

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