José Lezama Lima y el asombro de lo invisible

MANUEL GAYOL MECÍAS -.

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Cuando la ensayista cubana Ivette Fuentes de la Paz, en una augural mañana de invierno tropical, en diciembre de 1993, habló sobre José Lezama Lima (1910-1976) en la Facultad de Filología de la Universidad de La Habana, ante un grupo de consumados catedráticos, confieso que esa vez sentí el estremecimiento de lo invisible.

Hoy, con el prudente distanciamiento de varios años, puedo escribir acerca de esa experiencia que gravó un instante perdurable en mi memoria, por acordarme de la sorpresa feliz que recibí al escuchar el resumen de su tesis para optar por el grado científico del Doctorado en Ciencias Filológicas, y darme cuenta de que en aquel momento, y por mucho tiempo, ese poeta de Cuba que era (y es) José Lezama Lima se había hecho sentir en el enorme recinto universitario; pero que aún, más allá de aquel instante, el Poeta se hubo de instalar definitivamente entre Ivette Fuentes y yo como una resonancia humana y sensiblemente creadora.

La exposición de Ivette acerca de la verticalidad de la espiral en la poética de Lezama se constituyó en un conjunto de conceptos creativos, capaz de sorprender de manera positiva tanto al físico y al filósofo como al teólogo y al poeta que la escucharan. Sus argumentaciones —a través de un discurso mezcla de lo mistérico-imaginativo y lo técnico-científico— confirmaban por principio el aserto de que la estética lezamiana, en su proyección, parte de la poesía (y aun más, de lo poético) para irradiar raíces en un universo filosófico en el que la relación estética que ella establecía no era la del filósofo-poeta, sino la del poeta-filósofo.

De igual modo tuve la intuición de que la ensayista lograba demostrar la relación entre cultura y fe que se descubría en los escritos del gran poeta cubano, entendiendo yo que para Lezama la espiral que Ivette recreaba estaba llamada a rebasar la cosmogénesis poética y dirigirse al punto Omega de esa cristogénesis que postuló el padre Teilhard de Chardin; relación que anuncia, de manera esperanzadora, una futura fusión del cuerpo y el espíritu como calidad transfigurativa de la Resurrección, y que sólo ahora puede ser intuida mediante los paradójicos instantes (de fuga-eternidad) que contienen la poesía y la fe, y que en ese entonces logró coherencia en alto grado, gracias al hondo sentido poético con que la especialista argumentó su tesis.

En el estudio, ella exponía las coordenadas espacio-temporales (cronotopo) de una poesis mítico-histórica que se desarrollaba en los poemas y escritos de Lezama Lima. Y lo hacía —para buena parte del público, para mí y para los asombrados profesores— con un talento que nos convencía de que realmente con la poética de Lezama se estaba afirmando algo nuevo dentro del contexto histórico de la poesía cubana y también universal.

El caso es que su análisis desbordaba creativamente los límites de una tesis, afirmando que la poética del autor de Muerte de Narciso no era solamente un simple conjunto de categorías poético-filosóficas, sino que se situaba, teóricamente, en un contexto de mayores posibilidades a investigar desde una perspectiva sincrónica y también diacrónica. Por lo que su estudio representaba ser una especie de texto-árbol acerca de la creación lezamiana; un ensayo abarcador de los sentidos admisibles dentro de determinadas disciplinas humanísticas tales como la estética propiamente dicha, la poesía, la mística, el mito, la filosofía, la historia y la teología, junto a otras esferas del conocimiento como la física y las matemáticas. En fin, pienso que su tesis se insertaba asimismo en el gran tiempo, del cual hablara Mijail Bajtín, en esa calidad de “diálogo entre culturas”. De modo que considero —y esto fue uno de los grandes méritos que tuvo la ensayista en su exposición— que la “dialogicidad entre culturas”, al caracterizar su investigación, logró descubrir el sentido universal del sistema imaginario que presenta la poética del fundador de Orígenes, y desde una perspectiva fenomenológica-creativa, al mismo tiempo, se constituyó en parte igualmente representativa del universo imaginativo de Ivette Fuentes.

Asimismo, la imaginación reflexiva de la ensayista también contribuyó a demostrar una vez más lo que había calificado Octavio Paz, en cuanto a la poética del cubano, como “un mundo de arquitectura en continua metamorfosis”, pero haciendo énfasis (Ivette) en que esa “arquitectura” es en forma de espiral y su “metamorfosis” no otra cosa que lo lleno y lo vacío de un singularísimo flujo del tiempo que no cesa…

Muchas cosas más podría decirse de lo importante que fue aquella conferencia de esta especialista cubana no perteneciente a los grupúsculos literarios oficialistas del país, debido a la irreverencia y audacia de sus ensayos. Pero esa mañana decembrina, Ivette Fuentes demostró que, además de la filosofía y la danza (en la tesis empleó elementos teóricos de esta última disciplina), en el sistema poético de Lezama Lima se postula un camino enigmático, pero muy coherente, hacia la actividad imaginativa del hombre, por lo que se apoyó en lo estético-plástico y lo estético-poético, para revelar así un nuevo campo de luz interior, y que podría llamarse la estética de lo invisible, quizás como sentido de espacio-luz subyacente.

Con el uso de las mismas categorías alternativas, que eficazmente propuso en su disertación de lo lleno y lo vacío dentro del flujo espacio-tiempo, se desprende la posibilidad de dimensionar la estética de la realidad objetiva hacia otra estética de la realidad imaginaria tal que haga que el mundo presente (natural-concreto-visible) pueda sentirse creado, y motivado siempre, por el mundo ausente (poético-subjetivo-invisible), una extrapolación platónica —probable, pero al mismo tiempo no menos real— si llegamos a sentir el éxtasis de lo invisible. El mundo ausente (la imaginación entre tantas cosas) aquí sería la causa formativa del mundo presente (nuestra vida históricamente concreta). La creación poética (en este caso el poema) es presente y a la vez nostalgia por un pasado que viene desde el origen; es la solidificación (lo material luminoso) de la estela de luz que dejan los corpúsculos al cruzarse entre sí en la visión del poeta.
Esa estela, como iluminación fugaz, traspasa la barrera de lo objetivo para instaurarse y re-crearse en la astralidad de lo imaginario. Ahí comienza el nuevo viaje, otro flujo de luz invisible en ascensión que va de lo poético a las intuiciones de fe, buscando siempre alcanzar el punto Omega: un viaje de la cosmogénesis a la cristogénesis. Pero esta instalación es profundamente ontológica, se registra un tanto más allá de lo sensible, si acaso se percibe en lo más recóndito del ser… Y fue así, en lo íntimo, adonde yo guardé estas impresiones de aquella mañana cubana, que me permiten afirmar ahora que el poeta José Lezama Lima no sólo llegó a convertir su vida en un símbolo poético, sino que además su obra se erige como uno de los baluartes de la literatura universal.

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Fundador de las revistas Verbum (1937), Espuela de Plata (1938), Clavileño, Nadie Parecía (1942), Poeta y Orígenes (1944), Lezama fue el creador por excelencia en su lucha tenaz —eternidad de todo poeta— por atrapar la esencia de lo inefable, esa intuición paradójica de una imposible virtualidad, su intención por corporeizar la forma inapresable de lo imaginario como poema e imagen del mundo ausente.

La vida y la obra de Lezama Lima, a pesar de los avatares de la represión política que sufrió, se integraron en una interrelación de vida-imagen que proyectó siempre —tanto en sus jugosas conversaciones como en sus insólitos textos— un corpus de concepciones creativas, sistematizados por tres elementos clave: la imagen como estética de lo invisible, el dinamismo como estética de lo cambiante y la temporalidad como estética de lo trascendente (Ivette Fuentes).

Para Lezama, el mundo se encuentra en constante cambio y mutación, movimiento que determina unas coordenadas espacio-temporales en expansión. El poema es entonces el instante (creación) de una imagen efímera y fugaz que al ser atrapada escapa, para volver a ser atrapada y escapar de nuevo, y así sucesivamente hasta la infinitud. La verdadera imagen del mundo viene a ser todo aquello que sirva al poeta para intuir los momentos de su identidad esencial: el origen paradisiaco de la espiritualidad y la imaginación.

Este fascinante poeta dedicó su vida a recomponer las piezas del mundo que se disgregaron después que el ser humano perdió su dimensión originaria (por ello su fundación, junto a otros creadores, del grupo Orígenes en los años de la década del 40). Para él el mundo visionado es la re-creación que nos llega a través de los recuerdos y de los misterios de la voz que dicta el acto de reconstruir. Ante la amenaza de la desintegración está la esencia poética, cuerpo del poema que se torna efímero, que ya escapó, que escapará, pero que nos mantiene en un incesante afán de espiritualidad. De aquí que su sistema poético no fuera un sistema filosófico ad usum. Lezama era un poeta-filósofo del ser, como entretejido verbal de poema-metáfora-imagen. Sistema en el que se desarrolla una ruptura total de coordenadas conocidas, como presencia que se destruye para una completa restitución en la nueva imagen; esa que escapa a su “definición mejor”.

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(La búsqueda de los orígenes)
José Lezama Lima fue un hombre muy apegado a lo cubano (y lo digo porque no basta haber nacido en Cuba para serlo); probablemente lo sintió en demasía. Es verdad —como se ha dicho— que su vida giró siempre en torno a los papeles y las imprentas, y que la tinta y el polvo de los impresos debieron contribuir a su asma (naturalmente, muy cubana también). Pero asimismo es cierto que en sus conversaciones y escritos vibraba siempre, de manera fundamental, el tema de la cubanía.
Lezama fue un amante socarrón y travieso de la naturaleza y la arquitectura, de la música y el color de la isla, de toda lectura enciclopédica, de las costumbres, tradiciones y de la cultura culinaria populares. Además de los profundos conocimientos universales, que le otorgaban una impresionante erudición, y de la imponente apariencia física de escritor inalcanzable, era un hombre campechano, bromista y cultivador de su imagen de Maestro.

No hay parte de su obra toda —poesía, ensayos, relatos y novelas— que no tenga en el meollo la consustancialidad de lo cubano. Poeta por encima de todo, Lezama Lima siempre resultó un fundador en cada cosa que se propuso como creador, y así lo fue de importantes revistas literarias, entre ellas, Orígenes (publicación trimestral que vio la luz en 1944 y duró hasta 1956, dedicada al arte y la literatura, y que nucleó y divulgó las creaciones de un grupo de destacadas figuras de la cultura cubana contemporánea; grupo que se conoció con el nombre de la propia publicación y que dio lugar a un movimiento renovador de la cultura en Cuba, a partir de la década del 40).

Lezama fue autor de una destacadísima obra poética, con libros tales como Muerte de Narciso (1937), Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), La Fijeza (1949), Dador (1960) y Fragmentos a su imán (1977), así como de una ensayística de novedosas y estimables concepciones, y de las novelas Paradiso (1966) y Oppiano Licario (1977), que han logrado pautas de renovación en la literatura hispanoamericana. Sólo un espíritu como el suyo pudo plasmar las esencias de una isla —tan pequeña en su forma exterior y tan grande y compleja por dentro— en las coordenadas de lo culto y lo popular, cuando logró hacer la historia de una vida grandiosa, al dar las raíces angélicas de Cuba en una novela de resonancia tan universal como Paradiso.

Estimo entonces que un ser sensible como Lezama —que en un principio, al igual que unos cuantos intelectuales cubanos, debió parecer un crédulo de la aurora, como diría Guillermo Cabrera Infante— al ver a su patria envuelta en tanto dolor de vasallaje, politiquería y militarismo, de frustración: primero republicana y luego totalitaria, tuvo que purgar la agonía de vivir muriendo.

Pero en Lezama se agigantaba el duende inquieto de la creación; y de alguna manera, por ese destino que todo hombre tiene que cumplir se convirtió en el centro solar del grupo Orígenes; movimiento que desplegó una energía en la cultura como posiblemente pocas veces se había dado en Cuba, y que de hecho ha colocado a nuestro país en un lugar importante de la historia literaria universal.

Pienso que a diferencia de José Martí, Lezama nunca tuvo la exacta idea de lo que era la práctica, los trasfondos y los rejuegos de la política (y creo que ni le interesó siquiera) en cada una de las etapas que vivió; pero sí amó a Martí, fundamentalmente porque lo consideraba un ejemplo de aquel que, a pesar de los “trasfondos” y “rejuegos” de la política nunca se dejó arrastrar por ellos. Por eso, para Lezama (y según sus propias palabras) “José Martí fue para todos nosotros el único que logró penetrar en la casa del alibi. El estado místico, el alibi, donde la imaginación puede engendrar el sucedido y cada hecho se transfigura en el espejo de los enigmas”*

No obstante, lo que sí puedo afirmar —junto a otros que lo han hecho ya— es que la ideología de Lezama fue la imaginación, el misterio mismo de lo poético, la estética de una realidad imaginaria que proviene de los fondos de un pueblo que todavía no ha tomado conciencia de su potencialidad humana y creadora, a pesar de la miseria política y económica que le tocó en suerte.
José Lezama Lima fue así el precursor y uno de los esenciales fundadores de la revista Orígenes, publicación que fue entonces algo más que una generación de escritores y artistas; porque devino un movimiento que engendró criterios en las relaciones de los seres con sus circunstancias. Era, incluso, la latencia de la cubanidad en sus trasfondos remotos, buscando la trascendencia, la religiosidad y lo esencial de este ser complejo que somos los cubanos.

Varias de las importantes figuras de la cultura cubana contemporánea que formaron este grupo, además de Lezama Lima, fueron José Rodríguez Feo, Eliseo Diego, Gastón Baquero, el padre Gaztelu, Virgilio Piñera, Julián Orbón, Alfredo Lozano, Justo Rodríguez Santos, Mariano Rodríguez, Fina García Marruz, Cintio Vitier, Octavio Smith y Lorenzo García Vega, entre otros.

Orígenes, en contra de toda profanación extranjera, hizo —mediante la creación y la reflexión imaginativas— su propuesta nacionalista de buscar y encontrar las raíces de lo cubano para reafirmar la identidad, y de este modo se constituyó en una respuesta al avance terrible de un proceso de corrupción en lo económico, político, social y cultural, en general, que venía perfilándose ya. En este sentido, parece que Lezama y Orígenes, sin saberlo, se mostraron tan preclaros como los profetas antiguos.

Entre los posibles postulados del grupo Orígenes también se encontraba el aspecto de ser una reacción contra la cultura de masas, contra esa mediocridad que ya desde hacía años venía frustrando a la intelectualidad cubana, y que toma fuerzas en el llamado “quinquenio gris” (que en lo particular pienso que no fue un “quinquenio”, y mucho menos resultó ser “gris”, sino que fue y ha sido un verdadero impasse de muchos años en contra de libertad de expresión y del ser humano, por lo que debería nombrarse la “era oscura”). Es por ello que, después de un alienante proceso de masificación literaria y artística, del “realismo socialista” en Cuba, el reconocimiento de los principios estéticos de Orígenes y Lezama Lima ha vuelto a esgrimirse —por parte de muchos escritores, ensayistas y críticos literarios cubanos, entre los que destacan siempre creadores de las nuevas promociones— como una fuerza aglutinante en busca de recuperar la identidad perdida, sin que esta reacción en nuevos escritores significara “elitismo”.

Quizás, esto de “recuperar la identidad perdida” sea un tanto el papel que ha intentado desempeñar, desde hace unos cuantos años, la revista Vivarium, dedicada al análisis ensayístico, filosófico y teológico, así como a la narrativa y a la poesía, en el contexto cubano y universal; un medio de expresión —que hasta donde yo conocí y mientras participé en él— fue totalmente independiente y alternativo de las líneas y publicaciones oficialistas; y que ha sido el órgano divulgativo del Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana (CAEH), auspiciado por la Iglesia Católica de Cuba; otro grupo en el que se encontraban en los años 90 nuevas voces, y que en realidad, en cierto sentido, parecían inspirarse en lo que fue Orígenes, como ejemplo de patrimonio y centro primario de irradiación cultural. Sin duda, aquel nuevo fenómeno de Vivarium y el CAEH, si se quiere, podría verse —más que todo— como un intento de recuperar un sentido de libertad creativa que en esos momentos (año 1989, que yo recuerdo) se constituía en una audaz experiencia, un proyecto de seguir hurgando en las problemáticas culturales contemporáneas de la cubanidad con una perspectiva universal, al menos, tratando un acercamiento a los más vigentes postulados origenistas —sin que por ello el CAEH y Vivarium dejaran de mostrar sus propias características y logros, fundamentalmente una bien definida pluralidad de criterios y expresiones—, significando también una importante irreverencia contra la cultura estancada y tergiversadora de los “oscuros tiempos”.

En Orígenes hubo una actitud antivanguardista y antipragmática, debido —pienso— a que ambas corrientes podían provocar el automatismo de seguir las orientaciones de moda, sin comprender la necesidad de encontrar las verdaderas esencias de lo estético en nuestras raíces culturales. Más que plantear el requerimiento de lo teórico, se imponía en ellos la búsqueda mediante una reflexión creativa y, al mismo tiempo, una creación poética y artística basadas en la recuperación de las imágenes e ideas originarias del ser humano, en cuya búsqueda también se insertaba de manera sustancial el hecho antropológico, social y artístico de lo cubano.

Por esta razón, combatían el ocio intelectual y rechazaban la jerarquización de la política. Para ellos, la poesía era una categoría central de la estética, además de una función de profundas posibilidades para el conocimiento; la poesía en su intención de alcanzar lo real del hombre como ser pensante e imaginativo. De aquí la prioridad del intuicionismo por encima de un viciado racionalismo. Con José Lezama Lima y Orígenes, la poesía se constituye en la suprahistoria (o sea, en el verdadero mundo real), sin que exista un esteticismo pueril, vacío y gratuito, sino una búsqueda de la verdad, una indagación y penetración de la realidad que siempre le dijo no a la poesía y al arte de partidismos políticos.

(Bell, 1999-Corona, California, 2007)


*Tomado de una breve introducción de Efraín Rodríguez Santana (“Una puerta abierta hacia adentro”) al poema de José Lezama Lima, La casa del alibi (La Habana, Ediciones UNION, Colección Vagabundo del Alba, 2001) en el cual, según Rodríguez Santana, “alibi es un término latino que significa: en otro sitio, en otra parte o lugar. De modo que la casa del alibi es también la casa de la salvación de la poesía como contribución ma¬yor de la reescritura de la historia; es asimismo la formulación del espíritu del cubano como renacimiento en otro sitio posible, la única alternativa del mis¬terio y de la revelación de ese misterio contenidos en la figura de Martí”.


[Este trabajo es el tercer capítulo del libro
La razón de la mentira poética. Intuiciones I]

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8 Comentarios

  1. Notable, Manuel... siempre es bueno conocer a nuestros autores, más aún a uno de la talla de Lezama Lima, quien aún me acompaña con esa prosa fascinante, hipnótica y atemporal de Paradizo.

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  2. Anónimo14/5/11

    Me nace felicitarlos por la gran calidad de los aportes al blog, contribuyen enormemente a ampliar los horizontes culturales de quienes les leemos. Gracias.

    Gladys

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  3. Anónimo16/5/11

    Traduzco, a través de su ensayo, que la obra de Lezama Lima es esencialmente una búsqueda, a través de los elementos intuitivos del conocimiento, del sentido de ser del hombre. Una búsqueda paralela a la reflexión racional, donde la poesía actúa como una exploradora imprescindible de esa búsqueda.

    Un ensayo valioso que da pie para reflexionar en distintas direcciones.

    Atentamente

    Raúl Marambio. Profesor de Artes Visuales.

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  4. Recuerdo haber leído que Esterházy utilizaba el desecho como componente principal de sus obras. Como si las sociedades fuesen vitrales de basura, desparramados, sucios, obscenos, que el autor rearticula para otorgar nuevos y originales sentidos a la narrativa.

    Lezama Lima da pasos en la oscuridad y en la luz, en la niebla y bajo el fango, en los silencios y en los gritos destemplados, en cada lugar donde se respire vida auténtica. Porque la vida ha existido y seguirá existiendo más allá de las ideas que pretenden explicarla, la vida se basta con la invisibilidad de sus incansables motores.

    Un ensayo que homenajea justicieramente a un gran escritor como Lezama Lima, y que a la vez, pone a la poesía en el lugar que le corresponde, el más alto.

    Un fuerte abrazo mi querido amigo.

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  5. Anónimo16/5/11

    Grande maestro Gayol. ¡Por una Cuba Libre, carajo!

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  6. El hombre es la suma de todo lo que le precede, y en ese sentido, la escritura de Lezama Lima parecía querer aprehender todos los dígitos de la operación. Algo así como una Zeitroman afirmándose en las incontables raíces de su origen.
    Las restas vendrían a ser precisamente las ideas fuerza que anquilosan épocas enteras y atentan contra el libre albedrío de las personas.

    Notable, amigo Gayol. Las palabras vuelan en todas direcciones.

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  7. Sinceramente.. qué difícil cometar o hacer algún aporte significativo a un texto tan preciso y a la vez que se proyecta en tantas direccciones.. Lo leí mil veces y me quedo pensativa con el teclado desafiándome.. Me quedo con felicitarlo y decirle que estoy encantada de poder leerlo por acá que es un acceso directo a gente muy admirada y querida.

    Gracias y saludos!!

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  8. Un verdadero placer leerlo.
    Saludos a todos los que hacen este excelente Blog.

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