La maleta


CONCHA PELAYO -.

Mi ciudad celebra sus fiestas patronales. San Pedro y San Pablo. Todas las calles rebosan de gentes. Vendedores ambulantes, charangas, música, niños que miran boquiabiertos los gestos de esos hombres estatua que adoptan una postura y no la cambian hasta que alguien le arroja una moneda. Miro con indiferencia todo el jolgorio y pienso que yo también fui niña alguna vez.

Un encuentro fortuito y agradable. Mi primo Pepe, que vive a caballo entre Estados Unidos y España. Qué alegría tan grande encontrarse con Pepe. Fluye siempre la conversación con gracejo. Él me cuenta, yo le cuento. Él acaba de regresar de Mozambique donde ha ido a visitar a uno de sus hijos que está trabajando en un programa humanitario. Yo también le hablo de mis últimos viajes. Nos queremos, nos respetamos y nos admiramos.


Me dice de pronto. "Tengo una sorpresa para ti. He encontrado algo que te va a emocionar." Aunque le pido que me de alguna pista, no lo hace. Dice que es mejor que lo vea primero. "Son muchas las pistas que te daría pero no voy a hacerlo."

Quedamos en vernos en nuestro pueblo, en nuestra casa, esta misma tarde, a las cuatro. Ya habíamos preparado el café. En la casa, bastante tranquilas por suerte, mi madre, mi hermana Manoly y yo. Pepe entra con una viejísima maleta llena de polvo.

No tiene ni idea de cómo ha ido a parar esa maleta a su casa. La coloca encima de una mesa y la abre. Lo primero que veo es mi libro de escolaridad, con sus pastas azules, con mis suspensos. No fui buena estudiante durante el bachillerato. Se me resistían las matemáticas. Se me resistió la Reválida. Hasta tres veces. Díos mío, qué vergúenza... Aparecieron varios blocs de láminas de papel grueso, amarillento ya, donde dibujábamos. Todos ellos estaban agujereados por los extremos y anudados con un cordón, muy empolvado. Dibujo lineal, historia, geografía. Un laborioso trabajo que servía para diferenciar los estilos arquitectónicos: gótico, románico, mudéjar, o los diferentes países, cada cual con sus características. Fotografías de la Mezquita de Córdoba, del Acueducto de Segovia, del Puente Romano de Mérida, las Pirámides de Egipto. Fotografías, fotocopias de revistas, dibujos, todo servía para ilustrar los diferentes monumentos del mundo. Cada una de ellas con su lectura. Un trabajo manual que servía, inequívocamente, para que el alumno identificara cada monumento con su país. Se aprendía de esa forma, construyendo como hace el artesano para que no se olvide. Construyendo cada detalle.

Seguí revolviendo en la maleta. Varios libros religiosos, algunos con las hojas sueltas o rotas. Pequeños folletos que enseñaban a identificar los diferentes tipos de piel: mixta, seca, grasa; tablas de gimnasia completas, el catecismo del Padre Astete, aquél que tenìamos que aprender de memoria. Y que aprendíamos, cómo no. Hasta una breve obra de teatro editada en 1914. "Bruno el Tejedor" , ese es su título. Autor Don Ventura de la Vega. Y añade una lectura que dice así: "Esta comedia ha sido aprobada para su representación por la Junta de censura de los teatros en 30 de junio de 1.849". Cuántos años acumulados en aquella vieja maleta. Cuántas horas contemplando con ojos de niña y extasiada. las fotografías de lugares desconocidos. Al mirarlos hoy, ya materializados en mis recuerdos, pensaba en las veces que los imaginé y en lo que sentía. Cuando he conocido todos esos lugares, he intentado recordar lo que yo esperaba de ellos. A veces, mi imaginación se adaptaba perfectamente a la realidad. Otras me llevaba una gran decepción como, por ejemplo, con la Fontana de Trevi, tan monumental y al mismo tiempo ubicada en un lugar tan poco adecuado que al llegar a ella desencanta. Si no se está prevenido, la Fontaba de Trevi nos causa una tremenda desilusión.

Hoy he vuelto a mi adolescencia, cuando era una niña gordita y los chicos me lo recordaban al pasar por su lado. Cuando yo hacía aquellos laboriosos trabajos yo era una niña gorda, acomplejada, tímida, discreta. Una niña que quería pasar desapercibida. Fueron años muy dolorosos porque los niños de entonces no nos quejábamos. Sufríamos en silencio nuestros fracasos, nuestro dolor. Se vivía muy íntimamente. Todo se guardaba hasta quedar petrificado en nuestro dolorido corazón. Nuestros padres no nos contemplaban como hemos hecho nosotros con nuestros hijos. No había mimos, ni cachetitos en el trasero, ni caricias, ni besos. A los niños de entonces no nos daban besos. Crecimos sin besos y tal vez por eso nos hicimos fuertes, bravíos. Tal vez por eso somos fuego y pasión. Tal vez por todo eso somos como somos. Unos seres, casi, extraterrestres. O exagero. No sé.

Publicar un comentario

6 Comentarios

  1. Lautaro29/6/11

    Precisos y preciosos recuerdos los que nos acerca aquí. Me alegra la mañana leerle.

    ResponderEliminar
  2. Tengo en un par de libros de la educación inicial los principales recuerdos de aquellos días. Gracias por compartir sus memorias y refrescar las mías.

    ResponderEliminar
  3. Me impresiona la cantidad de tesoros que guardaba esa maleta, mi querida Concha, la cantidad de sueños, de pequeños y grandes problemas, de conocimientos que entonces eran importantes, de penurias, de tiernas picardías, de muchos rostros, y sobretodo, de tantas alegrías.

    Una maleta que es a la vez una caja de Pandora invertida, que no libera males sino tan sólo recuerdos, algo así como pequeños espejos de nosotros mismos dispersos en el espacio tiempo.

    A pesar de lo que dice Neruda en un poema: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…”, en el fondo, nunca dejamos de ser ese niño o esa niña indefensa, llena de asombro, de miedo y de grandes expectativas. Más bien nos recubrimos a lo largo de la vida con multitud de corazas, y vamos instalando frente a nosotros, tergiversadores espejos cóncavos, para que retraten a un actor-personaje mucho más fuerte de lo que somos en realidad.

    Yo tuve algunos besos, exclusivamente de madre, no muchos, porque el tiempo que demandaba la sobrevivencia no dejaba mucho espacio para los cariños. No sé qué hubiese sido de mí sin un solo beso.

    Si tan sólo todos tuviésemos un primo Pepe que repentinamente nos viniese a obsequiar una maleta con una parte de nuestras propias vidas bien envueltitas contra el olvido.

    Magistral mi querida amiga.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo30/6/11

    Me ha dado una profunda nostalgia de tantas cosas que atesoré en mi niñez, las que procuré conservar siempre pero en algún punto de mi vida les perdí sin querer el rastro...y todavía siento su falta.
    Fueron tan importantes porque le dieron sentido a esa etapa de mi vida más bien solitaria, según veo ahora, pero que en esa época no resentí porque estaba inundada de de fantasías, afán de saber y de proyectos creativos que llenaban los espacios vacíos de la presencia y expresiones afectivas de los padres...pese a eso, cuánto más sentido tenía la vida en aquel entonces, podía hacer lo que realmente me satisfacía y hacía feliz...
    Saludos Sra. Concha y gracias por tan evocador relato.

    ResponderEliminar
  5. Alicia Aguirre30/6/11

    Una maleta llena de recuerdos magistralmente compartidos. Gracias por este hermoso post.

    ResponderEliminar
  6. Ana María6/7/11

    Tiernas y lúcidas evocaciones. Esos recuerdos son invaluables, increible que quepan en una maleta pero más aún que estén tan detalladamente presentes en la mente. Maravilloso.

    ResponderEliminar