El Duero suena a fado



Estos días disfruto del verano cultural de Zamora. La semana pasada me acerqué hasta las Aceñas de Olivares para ser testigo de una bella representación que se desarrollaría en los edificios de piedra, antiguos molinos medievales que se utilizaron en tiempos pasados. Perfectamente restaurados, emergen estáticos de las aguas del Duero para recordarnos su historia y su cometido. Y allí, en medio de tan mágico lugar, los asistentes, pudimos disfrutar e imaginar lo que debió ser la vida de sus moradores: del molinero, de su mujer y de su hijo.


Nos habían citado junto a la pequeña iglesia románica de San Claudio de Olivares, y allí, de pronto, apareció Martín, el hijo de los molineros, Amador y Amanda. Vestido de la época que correspondía y caracterizado su rostro con una máscara nos fue llevando junto al Duero mientras escuchábamos el rumor del agua y sus palabras. La caminata fue corta pero intensa. En apenas unos metros nos puso en antecedentes de su vida, del pasado, de la propia historia de su familia y de la propia historia del Duero. Llegamos a la primera aceña. Allí nos esperaba Amador, el padre de Martín, un anciano ciego pero que se movía con facilidad entre el recinto, entre las piedras, entre las cuerdas y los cubos. El agua rugía a sus pies y en nuestros oídos mientras hablaba. Nos contaba cómo había conocido a su mujer, que procede de Ucrania. La enamoró diciéndole que vivía en un bello barco. Si llega a saber que el barco era de piedra e inamovible, no la hubiera conquistado, -nos decía- Ella se dedica, ya sabéis, a hacer sus conjuros y sus pócimas. Antes nos había dicho Martín que su padre es muy bruto pero muy tierno al tiempo; y sabe cómo hay que tratar a las mujeres. A su madre, Amanda, la enamoró perdidamente y allí en las Aceñas de su barco de piedra, junto al Duero, le habla de la vida, filosofa con la existencia, con el hombre, con la felicidad, esa felicidad que está siempre latente, en cualquier parte, entre esos cubos de agua.

Después pasamos a visitar el otro molino. Nos esperaba Amanda, una bella mujer, ataviada como su padre y su hijo. Por un momento llegamos a creer que habíamos retrocedido unos cuantos siglos atrás. Y cómo rugía el agua y qué ágil Amanda, saltando descalza sobre los robustos maderos, el agua lamiéndole los pies. Qué belleza.

Terminó nuestra visita a casa de los molineros donde fuimos obsequiados con queso, con vino y con pan. Después todos salimos hacia el azud, la familia abrazada miraba en dirección a Porto, siguiendo con la mirada las aguas del río, allá lejos, junto al Atlántico, cuando ambos se abrazan también. Ellos soñaban con ir algín día, nos dijeron.

Al terminar la representación, se despojaron de sus trajes, de sus máscaras y pudimos ver a los excelentes actores que supieron emocionarnos.

Desde las viejas piedras del azud, la música de fado nos despedía. Y al otro lado del río, la Fundación Rei Afonso Henriques, nos mostraba el cromatismo de su iluminación en las piedras. Era la segunda jornada de fados. Todo el río era un fado.

Y el sábado pasado volví al teatro, esta vez en el Castillo, siempre junto a las piedras. Las piedras de Zamora, en verano, son versos que se viven y se recitan. En esta ocasión se representaba “Hércules y el establo de Augias” por la Compañía Contra-Tiempo. Los actores, algunos, hijos de Agustín García Calvo, nos introdujeron desde la Grecia Clásica, a la España actual, enmerdada y sucia. Ya no hay quien la enmiende.

Publicar un comentario

4 Comentarios

  1. Anónimo1/8/11

    DISFRUTÉ DE ESE PASEO CON USTED.
    SALUDOS

    ResponderEliminar
  2. Me puse a buscar el lugar que menciona en internet y lo encontré tan fascinante como lo describe, aunque junto a la historia que cuenta se vuelve más encantador- Gracias por compartir sus hermosos relatos.

    ResponderEliminar
  3. Anónimo2/8/11

    Que bonito retazo de experiencia, me quedé ensoñada con la historia de amor del molinero...alguna vez soñé una historia así para mi vida.

    Saludos Sra. Concha.

    ResponderEliminar
  4. Qué privilegio estar inmerso en esa especie de teatro al aire libre, mi querida Concha, molinos que desde su solemne quietud han visto miles de representaciones dramáticas y cómicas y burlescas a través de las épocas, porque qué es la vida sino un teatro representado por actores algo inútiles, que muchas veces no saben siquiera hacer reír, como diría Macbeth.

    La foto y el texto son bellísimos. Gracias por compartirlos con nosotros mi querida amiga.

    ResponderEliminar