¿Se murió Michael Jackson?

JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

(Perdido en el Mundo, II Parte)

“Yo nunca fui a New York
No sé lo que es Paris
Vivo bajo la tierra
Vivo dentro mí”

Charly

Las cinco horas más apestosas de toda mi vida en el aeropuerto de Miami, esperando el avión que nos llevaría a Nueva York. Acalambrados. Dormir en un avión es como dormir en la taza del water. Una mierda. Sin ducharnos. Agotados. De mal genio.

Pero íbamos a Nueva York. En mí aún retumbaban los sentimientos encontrados de conocer la Gran Manzana y dejar a Marcelita en mi ciudad-pueblo. Pero era el escenario que se presentaba.

Corey, nuestro anfitrión, nos esperaba en su camioneta. “Io piensaaa quee ustedes deberrr irr a…” nos decía después en su casa sugiriendo lugares para visitar. Melanie no hablaba así. Ella es chilena. El abrazo que se dio con Fonola en pleno Time Square fue una imagen que no se me borra: dos chilenos encontrándose después de mucho tiempo en la ciudad donde mataron a Lennon. No era cosa menor.

SEINFELD

En New Jersey dejamos nuestras maletas. Yo miraba el celular y siempre había un mensaje de Marcela. “La casa está bien. Llueve”, me decía, entre otras cosas. La casa de Melanie y Corey era como en las películas. Bowie, el perro más hinchapelotas del mundo, nos recibió de entrada.

No nos emborrachamos inmediatamente. Había que salir de inmediato a recorrer las calles esas de las escenas estúpidas de Woody Allen, de donde salía humo de las alcantarillas en “Taxi Driver” –humo que, comprobamos, parecía de utilería–. Las calles de Jerry Seinfeld.

Mochila al hombro. Unos dólares en los bolsillos. Indicaciones para tomar el bus, cuyo pasaje costaba unas dos lucas chilenas.

MARICONES DE LA MANO

“Puta que les gusta Michael Jackson a estos yanquis”, nos decíamos con Fonola. Entrábamos a una tienda de cualquier cosa: Michael Falso. Al “Best Buy” de discos –donde en dos oportunidades yo sabía más de música que los pelotudos que atendían–: MaquiJackson. En los kioscos: Michael Jackson. Ese día durante todo el día, el negrito desteñido sonaba en todos lados. Sería algo normal. Pensamos.

“Quien nos viera…” decía Fonola agarrándose las bolas, sentados los dos en una esquina neoyorkina, en un día de semana, mirando el cielo, la gente, las chinitas, los maricones de la mano. Tomando algunos litros de cerveza para ver pasar la vida pensando en nuestra gente que a esa hora en Santiago y mi cuidad-pueblo desafiaban la rutina cumpliendo con sus horarios probablemente haciendo algo que no mucho les gustaba.

Pero seguía sonando Michael Jackson. Por ahí a un latino le escuchamos que Farrah Fawcett había muerto. Salud por ella, golpeamos las copas.

Era el primer día y ya habíamos dejado visto dónde compraríamos mierdas para traer de regalo a Chile en seis días más. Algunas tiendas de música. Comimos hot dogs. Yo echaba horriblemente de menos a Marcela.

MARCELITA

21.30 horas. No aguanté. Fonola se enojaba de mi mamonería. Pero qué carajo! Echaba de menos a mi crespita. Unas monedas sueltas. Teléfono en la calle. Fonola aprovechó de llamar a su Mariposa. En el restorán sonaban temas de Michael Jackson.

“Osita…” “Hola, mi amor” dijo Marcelita dos turrones con esa voz de cristal. Y vinieron las palabras de amor. Los te amos. Los te quieros. Alguna que otra promesa de eternidad. “Están dando las noticias y dicen que Michael Jackson se murió”, dijo de un sopetón.

Marcelita siempre amó a Jackson. Ella es profesora de danza y sus primeros pasos en su arte los dio influenciada por el Rey del Pop, ése por el cual el ángel bello de Cerati dijo que había llorado cuando supo de su muerte.

Las palabras de Marcela resonaron en mi cerebro como una alarma de guerra, un combo directo a los labios. Como una patada en los testículos en un partido de fútbol del barrio.

De reojo miré a Fonola hablando por otro teléfono público y leyendo su cara parecía que estaba recibiendo una información similar a la mía.

“Osita, ¿estás segura de lo que me dices?”. Me dijo que totalmente. Que estaba mirando las noticias. Entonces me expliqué todo: el supuesto fanatismo exagerado de ese mismo día en todo Nueva York por el ex negro.

Le expliqué eso. Le conté lo que habíamos experimentado. Y ella me dijo que claro, por eso; ese mismo día en que nosotros nos bajábamos del avión, Michael Jackson se había muerto. Corté no sin antes decirle a Marcelita que deseaba que estuviera conmigo caminando por esas calles inmensas.

“¡Oye, concha tu madre!!!! Se murió Michael Jackson!!!”, bramó Fonola desde su teléfono al momento que le cortaba a Mariposa.

RATÓN

Durante todos los días que estuvimos en Nueva York todo fue Michael. La TV, las radios en el auto y en el bus. Las chucherías en la calle. Los especiales de radio. En los asados en la casa de Melanie y Corey se hablaba solo de eso. Incluso en un momento en que hablaban los gringos, humildemente aporté con el dato de que la película del ratón se llamaba “Ben”.

Compramos la “Time”, los diarios estadounidenses. De todo un poco. Discos de Jackson en el centro mismo del mundo. Testimonios no solo de una muerte solo comparable a la de Elvis, sino también de lo que marcaba en nuestras vidas algo así.

Todas esas noches en la casa de Melanie fumamos marihuana y bebimos barriles en memoria de ese pelotudo que, había que reconocer, era un monstruo por mucho que intentáramos buscarle defectos.

Además, dos boludos como nosotros se habían encontrado con tal acontecimiento justo el día que por primera vez de varias, visitábamos la mítica ciudad capital del puto mundo.

HARLEM

“Les dejo las llaves del auto, para que no vayan en bus a Nueva York”, nos dijo Melanie. Estábamos en New Jersey. Debo reconocer que me dio susto. Fonola, ya saben, no maneja ni su vida.

Nada de yerba. Nada de alcohol. Como cuando actuaba en teatro en el colegio. Quería estar absolutamente lúcido porque conduciría un auto, que más parecía una lancha, de New Jersey a Nueva York y en la misma Gran Manzana, lidiando con esos asesinos de los taxis amarillos.

Y nos fuimos en auto, mierda! Yo pensaba en Marcelita, en demostrarle mi logro de niño. En los huevones que alguna vez se burlaron de mí cuando aprendí a manejar. En mi hermano y hermana, a quienes no les extrañaría que yo estuviera enfrentado a una nueva locura.

Con Fonola éramos la dupla perfecta. Él y su mapa. Él y su excelente orientación y yo midiendo los kilómetros esta vez en millas. Manejando con el culo apretado en una vía de cuatro pistas donde ganaba el más feroz de la selva.

Teníamos un objetivo claro: íbamos a Harlem, el barrio de los negros donde Michael Jackson debutó en el Teatro “Apollo”.

Cuando llegamos al barrio no pude evitar acordarme de Patronato, del 11 en Buenos Aires. Una huevada, hay que decirlo. Pero me acordaba de eso.

Habíamos llegado a Nueva York desde New Jersey, algo así como Valparaíso-Viña, Concepción-Talcahuano, Curicó-Talca. Algo así.

Harlem. Dejamos la lancha estacionada a varias cuadras del “Apollo”, el mítico teatro donde un pendejo Michael Jackson hacía de las suyas.

Caminamos. No nos cabía un alfiler por el culo ni a martillazos. En esos edificios, en esas escaleras, unos fumadores de crack como en las películas nos miraban como si se tratara de dos gatos flacos y apestados a los que había que comerse.

Debo decir que nunca había sentido tanto nerviosismo. Ni en la primera vez que culié, ni en los barrios bajos de Santiago en los tiempos de universidad, ni cuando los pacos me subieron a la cuca en dos oportunidades, ni aquella vez que mi suegra nos pilló a mí en cueros del ombligo para arriba y a ella subiéndose los calzones (verano de 1992). Nunca.

ASESINOS

Llegamos al “Apollo”. Esa nota yo la publicaría en mi diario unos días después como una suerte de exclusiva de exclusivas.

Estaba repleto. En las afueras vendían poleras y posters del Rey del Pop. La entrada al teatro estaba llena de arreglos florales. En un muro se podía escribir la huevada que uno quisiera dedicada al ex negrito.

“Nunca en mi vida te había visto tan asustado”, me confesó Fonola cagándose de la risa. Y claro, cómo no si mientras tomaba fotos se me acercó un sujeto de unos dos metros que con ojos de energúmeno me tomó la polera y me dijo: “Take a photo… take a photo…”. Me cagué. O casi me cagué. En cualquier momento nos veíamos asaltados. Me cagué. Ni siquiera recuerdo qué puta le respondí para que me dejara en paz.

Nuestra vuelta a New Jersey fue en medio de risas y recuerdos del día. Habíamos salido vivos de todo eso. Habíamos sido testigos de la muerte de un personaje mundial. Como si nosotros lo hubiéramos matado. Habíamos escrito un capítulo en nuestras vidas absoluto y definitivo.

Esa noche en casa de los muchachos nos relajamos tan sueltos como yo manejando de vuelta. Escuchamos CDs de Michael a miles de decibeles, jugamos a la pelota con Bowie, chateamos con nuestras princesas, destapamos una decena de botellas y tocamos la felicidad como tocar una estrella cuando estás enamorado como un idiota.

De vuelta a mi ciudad-pueblo me informaron que hacía varios días se había muerto el concejal Emiliano Rojas. Parece que el mismo día que Michael Jackson.

Publicar un comentario

7 Comentarios

  1. Yo nunca pisé un aeropuerto, pensar en subirme a un avión me da un poco de vértigo pero es cuestión de aventurarse ¿no? Sería un sueño poder tomar algunas fotos en esos lugares, en cualquier otro lugar que no sea este en el que vivo pues ya me aburre mucho!! Tu entretenido relato es una linda forma de viajar imaginariamente, lo disfruté.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo2/10/11

    ¿Y por qué no escribe sobre ese concejal, señor Jiménez?
    El poeta Auden escribió que el pueblo estadounidense es el más estúpido de todos. Fue hace muchas décadas y parece que el diagnóstico sólo empeoró con el tiempo. Recuerdo que los últimos tiempos de Jackson fueron un constante lidiar con su ya idesterrable imagen de pedófilo.
    Finalmente pudo más la gran industria del espectáculo que (sacando bien las cuentas) llegó a la conclusión que era preferible y económicamente jugoso, invisibilizar al pedófilo y exaltar a un Jackson víctima de las circunstancias, y cuyos niños abusados eran víctimas de una víctima de las circunstancias, o algo así.
    Pero su artículo es entretenido, señor Jiménez. Usted escribe muy bien, independientemente de lo que escriba.

    Saludos desde Chillán

    Raúl González

    ResponderEliminar
  3. La verdad, da lo mismo el viaje como tal si pensamos lo maravilloso que resulta ser el destino. Y cómo el destino nos grita desde el infinito que somos títeres suyos. En su mundo de fantasía-realidad, Sr. Jiménez ¿imaginó alguna vez viajar a oler la muerte de Jackson? Jamás, le aseguro, jamás. Apróntese entonces, mire que después de este relato, le aseguro que otras sorpresas aún mayores le regalará el destino.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo3/10/11

    Se murió el rey, son cosas que pasan. Que bueno que pueda relatarnos su experiencia tan cercana y personal, es otro punto de vista digno de contemplar. Recuedo de aquellos tiempos que no se podía ver tele sin encontrar un homenaje, una locura total.

    ResponderEliminar
  5. Ludmila Alonzo5/10/11

    No soy de su época, no lo oí en sus mejores tiempo. Me hice su fan en su ocaso, cuando todos lo acusaban de pedófilo. Le considero un genio, un rey, un gran cantante y me entristecí mucho tras su deceso. Nadie podrá igualarlo, la multitud de imitadores que tiene no le hacen ni sombra y los considero más bien una deshonra a su memoria! Hay muchas formas de recordar a nuestros ídolos que no sea poniendolo en ridículo, como esta excelente entrada de blog. Muy buena!! Gracias y saludos!

    ResponderEliminar
  6. Michael no está muerto!!! Viva el Rey del Pop!!!

    ResponderEliminar
  7. Dos pícaros sudamericanos en Nueva York. Por ahí funciona el texto. Es la parte entrañable y divertida de la historia, junto con sus raccontos a culo pelado.
    El finado Jackson nunca fue de mi agrado, aunque le reconozco todos sus méritos artísticos.

    Notable, amigo Jiménez.

    Abrazos

    ResponderEliminar