William, el ciudadano anacrónico (Segunda parte)

Por Aldo Alcota 

Las moscas del verano no dejan dormir a William. La habitación es un carnaval de moscas, de todos los tamaños, todos los colores, con cientos y miles de ojos. Moscas del puerto, de la ciudad y del escampado. Moscas del mercado, gozando del pescado crudo y la verdura sin vender. William con el sudor en la frente, en el mentón, en el pecho, en los brazos, en las piernas, en los pies. Hay una mosca que se posa sobre sus revistas de viajes. Antes, esa misma mosca vagabundeaba en unas heces que estaban en la calle. De perro. De caballo. O de un animal extraño que ha causado conmoción por estos días a muchos vecinos del barrio donde vive William. Un animal inverosímil. Salido de un espejo abandonado en un contenedor. Un espejo de Rumania. O Armenia. La mosca. La insolente mosca descansando en las revistas de viajes de William. La mosca curiosa. Una desesperación recorre las mejillas de William. Se paralizan al igual que sus ojos, todo, digamos todo su cuerpo. Ya no se mueve y casi ni respira. Todo quieto. Un maniquí en la habitación. Un maniquí llamado William. ¿Cuál será su fecha de fabricación? El calor disminuye. Baja la temperatura. La noche se refugia en un cubo de hielo de la nevera. Eso piensa William. Eso le sirve para no sentir calor. Cree que está en la nevera, en una habitación con todas las comodidades que necesita. La mano de William reacciona. La mano es un gato al acecho. En el apartamento de William hay un gato. Caza pájaros y deja sus cabezas en la cama de su dueño, compañero de piso de nuestro protagonista. Como regalo y pacto de amistad. Las cabezas de pájaro. El gato lo sabe. Se las come. El dueño es muy amigo de William. En una conversación de fin de semana, le contó que había visto hace cinco años atrás a Raúl Ruiz por una calle de Providencia. Después, estuvo con el poeta Waldo Rojas hablando sobre Lihn, Huidobro y Ruiz en un café de París del barrio Ménilmontant. Rojas fue muy amigo del cineasta. ¿Marzo de este año fue el encuentro? Mediados de marzo. Rojas hablaba de la recuperación de Ruiz tras su delicado estado de salud. La conversación fue como un diálogo de exiliados o autoexiliados. O exiliados de la realidad dentro de una conversación en Ménilmontant. “Hasta siempre Raúl”, dice William emocionado en su cabeza. Desde ahora se considera un exiliado de la realidad. Una realidad común y corriente. La realidad que se aloja en uno de los ojos de la mosca que en estos instantes fastidia a William. La mano deja de estar inerte y agarra un periódico que está en el suelo. Últimamente William compra mucho el periódico. Lee alguna noticia internacional, algo de deporte, cultura si se refiere a libros y cuando se aburre, coge un lápiz y comienza a rayar las páginas, hacerle bigotes a los personajes que aparecen en las fotos y cambiar varias palabras que están en las noticias por otras más obscenas, como por ejemplo “Alcalde inaugura el culo más grande de la ciudad”. Esos son los pasatiempos de William en las tardes de verano cuando no está matando moscas. Las moscas aumentan mientras más rabia tiene la gente. Mientras más se desconcierta.


El concierto de moscas es inexplicable. Aparecen de repente y nadie sabe de dónde vienen. “Sus alas son los instrumentos de un demonio ebrio”. Conjeturas de William. Conjeturas en la cabeza de los vecinos que se agarran la cabeza, se muerden los labios, escupen hacia las paredes, golpean las ventanas, insultan hacia los armarios, aprietan los ojos, se caen, lloran, se paran nuevamente, amenazan y se convierten en fanáticos oradores sobre la destrucción de las moscas. Cada persona habla sola en su habitación y lucha con sus moscas. De tanto hablar sobre ellas acaban siendo una de ellas. Una mosca perdida en un rincón de cualquier habitación de este planeta. Porque ya son parte de sus vidas.

La mosca en la habitación de William siente que ya es parte de él, como si fuera su brazo, su cama o su familiar que no ve hace muchos años. Moscas eléctricas, de luz que iluminan sus lecturas nocturnas, sus pensamientos y sus ensueños. Una mosca luminosa o chillona como una guirnalda de Navidad. Una mosca de espuma. Una mosca invisible que sólo vuela en la imaginación de William, “vaya lío, ahora sin poder dormir, con la luz apagada, lo que me faltaba, imaginar moscas que posiblemente no existan, ese zumbido está en mi cabeza, como un ruido de ametralladora, ¿Fumas mosca? ¿Lees? ¿Quiénes te engendraron? ¿Por qué mejor no me cuentas tu vida y dejas de hacer ruido con tus alas? ¿Te lo pasas bien jodiendo a un tipo que no puede dormir? ¿Te burlas de los insomnios? No existen entonces, qué diablos le echaron al vino que me bebí en la cena, mis amigos quieren volverme loco, pero si las moscas no te dejan cerrar los ojos en verano, te hacen cosquillas, te pellizcan, quieren tu sangre, tu memoria, tu impaciencia, tu deshidratación, tu sed de otro vino en otra cena donde se pueda hablar de Celan y Nerval, moscas del carajo, en el Mercado Central hay un jugoso pedazo de sandía abandonado que les espera, es más jugoso que yo, es rojo, dulce, no como mi sudor salado que podría servir como pegamento para reparar figuritas de yeso que ya nos están de moda. Moscas, ¡dejadme en paz!”. La mosca no pide permiso, entra y jode el descanso de William. Y de muchos. Las moscas traen su propio manicomio en sus alas, quieren volver loco a todos, que caigan en las redes de la locura y procurar una sala de ese manicomio a cada individuo que sienta el fastidio entre sus narices. Respirar hondo. El manicomio de la mosca acecha. Respira William, hay una sala esperándote en esa ala de mosca. “¡Qué quieres de mí insecto del carajo!” “No te cagues en mis revistas” “¿Acaso en tu manicomio no hay revistas para tu aburrimiento?” “¿No?” “Mientes mosca y sabes que no me equivoco”.

William recuerda la noche en que dejó escapar una mosca y ésta aprovechó de huir hacia la cocina en busca de los desperdicios que quedaron de la comida. Pero la mano de William despierta, estamos en la escena triunfal del desquiciado verano, y W, señor mío está usted bien de la cabeza, se ha comido el resto de las palabras que forman su nombre, agarra el periódico rayado por este Leonardo dadá y decide dar un golpe certero a las revistas de viaje. Zap! Mosca de los cojones, cae como una lágrima negra sin quejas. Cae como un pedacito de pan tostado, negro, crujiente, de golpe al suelo, pasando a ser un pendiente del gato, un pendiente negro traído de no sé qué lugar, de lejos, de las Indias, porque ese pendiente tiene una historia y es película, su estreno depende de William, veamos si ahora está más tranquilo, la mosca se ha ido con el gato, la mosca inerte, veamos si aparece en la película, a William le gusta ir al cine, huir de las calurosas tardes de verano y encerrarse en las salas donde haya aire acondicionado. Esa mosca que mataste, habrá estado en algún cine molestando a un espectador y depositando sus huevos en sus palomitas? William, ya no está la mosca. Tu vecino hará lo mismo y todas esas moscas serán pendientes de gatos.

El calor trae sudor y el sudor picazón. William abre la ventana y trata de ordenar unas cajas que tiene en su habitación. Todas contienen revistas de viajes. Las lee, las manosea, las huele, las ordena según fechas, otras según colores o si los temas son de algún país o continente específico. Cuando todo el vecindario duerme, William lee estas revistas, las hojea y recorta los paisajes que encuentra más bellos y los pega en la pared. Le habla al gato de su compañero de apartamento y le da a elegir entre un paisaje y otro. El gato abre bien los ojos y con su garra deja su huella en uno. Para William es una señal. Allí hay un destino por conocer. Allí venden los espejos de Rumania o de Armenia donde ha salido el extraño animal que no deja dormir a los vecinos. Dicen que abre sus fauces para dejar escapar miles de moscas. Que tienen una misión: molestar el dormir de todo hijo de vecino. Un animal que lleva un collar de moscas. Un animal que lleva alas de moscas gigantes en su lomo. Un delirio que podría aparecer cuando William está borracho y no sabe cómo exterminar todas las moscas del barrio, con una fuerte picazón en la espalda.

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6 Comentarios

  1. Una atmósfera asfixiante envuelve sus pasos narrativos señor Alcota. Un relato lúdico, puntilloso y original.

    Felicitaciones, amigo Aldo.

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  2. Anónimo8/9/11

    Un abrazo amigo Jorge. Admiro su pluma que me inspira para que yo pueda balbucear algo en la escritura. Soy un fan de tu trascendental obra. Abrazos desde el Mediterráneo. Estemos en comunicación.

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  3. Moscas de verano, pensamientos... cómo no sentir ganas de dar un manotazo certero que acabe con el tedio y la molestia. Angustiante, sofocante, asfixiante. Necesito un vaso de agua bien fresca luego de leerlo.
    Preciso y muy bien narrado. Saludos.

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  4. Anónimo8/9/11

    Gracias Lorena.
    Escritura sofocante en el ala de una mosca.
    Un abrazo desde Valencia.

    Aldo.

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  5. Buena la segunda, parece raro decir que es entretenido cuando se refiere a un ambiente tan denso pero lo disfruté de verdad.

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  6. La verdad11/12/11

    Alcota aùn eres parte de esa manga de psicopatas del grupo surrealista "Derrame". Si te retirastes, hicistes muy bien, no terminaras como ellos.

    LA verdad

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