La primavera del descontento

JORGE MUZAM -.

Desde pequeño me intentaron enseñar que la felicidad sólo podía realizarse bajo un esquema de vida ordenado y dentro de una sociedad perfectamente ordenada. Este orden no era discutible, pues se le consideraba natural. Los potentados abusaban de los menos afortunados y se echaban al buche todo lo que ellos producían. Siempre había sido así y todo cuestionamiento a ese orden era castigado al menos con el desdén y la indiferencia. No obstante, a poco andar tuve la suficiente astucia como para desatar todas las amarras conscientes de esta conductista camisa de fuerza. 

La ideología en la que me formé simplemente se hizo pedazos por incoherente e injusta. No había que tener vista de águila para ver lo que sucedía. Simplemente había que abrir los ojos. Cada día veía estafas, aprovechamientos, intimidaciones, prepotencias y humillaciones de los codiciosos hacia los más débiles. Estos sólo respondían con la mansedumbre de la resignación, farfullando para sí mismo su miseria.

Crecí en un pueblo pequeño de Chile cuando Pinochet y sus criminales lo controlaban todo. Las clases estaban claramente divididas. Los que estaban con Pinochet eran derechistas. Eran los ricos de cada lugar. Cada rico tenía su corte de lameculos entre los que estaba su menesterosa servidumbre, funcionarios municipales, policías, jueces, profesores, curas, médicos, pequeños propietarios y multitud de muertos de hambre que actuaban como fuerza de choque y que estaban muy convencidos de que ese orden era el único posible y que los ricos garantizaban la paz y la prosperidad de todo el poblado.

La otra clase estaba conformada por los silenciosos, casi todos muy pobres y uno que otro profesional que sólo a través de la mirada podía transmitir su disconformidad con la situación reinante. Estos silenciosos no adulaban a la autoridad municipal, no rendían pleitesía a ningún potentado ni se cuadraban ante la policía. Se desconfiaba de ellos, se les discriminaba, se les omitía y en privado se les tachaba de comunistas y subversivos. Nosotros pertenecíamos a esa clase de silenciosos. Nosotros éramos las mayores víctimas de toda esa mierda, pues junto con arrinconarnos económicamente, se nos impedía expresar nuestro descontento. Nuestro libre albedrío estaba prisionero dentro de una tenebrosa bóveda bajo mil candados ciegos.

Mientras tanto, la clase pinochetista, conformada por todos los idiotas de cada pueblo, entregaba en bandeja de plata la economía del país a la banca privada. Era la moda dictada por los señoritos rubios de la Escuela de Chicago. La banca se quedó con todo el botín y con toda la producción hacia el futuro. Pero los idiotas estaban jubilosos, pues su generalote estaba satisfecho con la nueva marcha del país y más encima le había doblado la mano al marxismo internacional. Muchos de ellos mismos hoy sufren las consecuencias. ¡Por imbéciles!

Hoy, más del 80% de las familias chilenas debe sobrevivir con menos de 800 dólares al mes. Pero su gasto mensual, aun pasando hambre y frío, no disminuye de 1800 dólares. Esta diferencia en contra, creciente, asfixiante, tiene a gran parte de la población con la soga al cuello, trabajando como bestias para abonar a los intereses crecientes de una banca voraz.

Podría seguir enumerando por cientos de hojas todas las iniquidades que ha cometido la banca privada en mi país, y en casi todos los países del mundo, pero prefiero quedarme con la alegría que siento ante esta primavera del descontento que florece en tantos lugares. Veo las pancartas de los indignados de Atenas, de Roma, de Nueva York, de Berlín, de Madrid o Santiago de Chile, y siento que todas son perfectamente intercambiables, porque los problemas que tenemos son exactamente los mismos. Hemos vivido extorsionados por la codicia enfermiza y por los gobiernos que actúan en función de esa codicia.

Hoy nos empieza a tocar a nosotros. Los indignados arremetemos tozudamente en cada ciudad. Crecemos, nos multiplicamos e invertimos el orden a nuestro favor. El miedo, el paralizante miedo, ahora corre por las venas de ellos, los grandes banqueros, los financistas, los especuladores y sus gobiernos títeres.

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3 Comentarios

  1. Anónimo18/10/11

    Oh, sí, amigo Jorge, el miedo, ahora, lo sienten ellos porque saben que el pueblo, cuando se decide a uni sus manos, sus ideas y sus fuerzas, en invencible.

    Yo también me siento feliz, por tu primavera gloriosa y por mi otoño glorioso. Ambos se han unido clamando justicia.

    Estamos todos llenos de alegría.

    Un gran beso.

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  2. Me indigna! No me alcanzan los dedos de las manos para enumerar las situaciones que me hacen entir indignación a lo largo del día. Apoyo la movida de la juventud chilena, dan esperanza-

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  3. Ayer, trescientos mil jóvenes estudiantes, y algunos padres y tíos y abuelos de esos jóvenes marcharon nuevamente por las calles de Chile. Marchaban con alegría, con rebeldía, con entusiasmo. Las máscaras, los carteles ingeniosos y las danzas predominaban sobre las consignas.
    Lo seguirán haciendo, lo seguiremos haciendo, cada vez con más recurrencia, con más apoyo, con menos miedo, tal como ha sucedido en los últimos seis meses.
    El gobierno de los empresarios no va a ganar.

    Abrazos

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