Roberto Haebig o de cómo cargar el infierno a cuestas

CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.

A pesar de que se trata de una narración transparente, donde las palabras no se detienen salvo por uno que otro ripio de imprenta, sino que alientan al lector a pasar las páginas a toda velocidad hasta el último párrafo, y de contener anécdotas de corte cinematográfico, el libro “Los últimos días de Roberto Haebig. Los crímenes de Dardignac 81” (Editorial Royal, Impresos Servicio de Prisiones, 1974, 268 páginas) alcanza una gran intensidad en su parte final. Tal vez porque sean las palabras más sinceras dichas por este personaje que asesinó a quemarropa, a fines de los años cincuenta, a dos hombres, los sepultó en el patio de su casa del barrio Bellavista y los desenterró al poco tiempo montando una burda puesta en escena que simulaba el hallazgo de un cementerio indígena.

Lo anterior sin considerar el cúmulo de aventuras que conforman su azarosa vida –que, según su versión, lo convierten en héroe de guerra, doble de películas, marino, ingeniero naval, coleccionista de monedas, anticuario, escritor, poeta, bailarín profesional, ahijado de una luminaria de Hollywood y ex reo de Sing Sing-, siempre relatadas con un dejo de autocompasión y unilateralidad, propio de su cuadro clínico esquizoide, entre otras patologías que, de seguro, conformaban su particular personalidad. 

En 1964, mientras se encontraba cumpliendo una condena de 46 años en la Penitenciaría por los homicidios de Leonidas Valencia Chacana y Milo Montenegro Lizana (que luego le rebajaron a 28, después a 14 y finalmente a diez), Roberto Haebig contrajo segunda nupcias con Amparo González, una mujer que, atraída por su fama de personaje público, comenzó a visitarlo acompañada de una hija adolescente, manifestándole abiertamente sus intenciones de convertirse en su pareja y su esperanza de que algún día podrían entre los tres formar un hogar. Haebig aceptó más por interés que verdadero afecto, cosa que terminaría pagando caro.

Al poco tiempo de alcanzar la libertad por buena conducta en 1971, y de una convivencia desastrosa bajo el mismo techo en Avenida Matta, se produjo la separación definitiva del matrimonio, en medio de fuertes disputas por ausencia de vida marital, acusaciones de homosexualidad y brujería (durante los años cincuenta, Haebig estuvo casado con María Jesús Portales, una descendiente del Ministro del siglo XIX, Diego Portales, quien lo abandonó después que él estuvo a punto de volarle la cabeza producto un disparo “accidental” cuando limpiaba un arma).

No le costó demasiado a Roberto Haebig encontrar alojamiento como pensionista de una mujer mayor en el paradero 18 de Gran Avenida, quien le creyó completamente su carta de presentación (una mentira más, no importaba a esas alturas): William Torrealba, ingeniero naval, jubilado, nacido en Estados Unidos.

Cuando llevaba tres días como pensionista, Haebig fue reconocido por el hijo de su arrendataria –en ese momento de visita en la casa- como el jardinero de la muerte de Dardignac 81, noticia policial informada y comentada hasta la saciedad por los medios de comunicación hacía más de una década, pero aún fresca en el recuerdo de muchos chilenos.

El hombre le ordenó a Haebig que retirará sus cosas de la habitación en las próximas horas y le aseguró que le devolvería el dinero que había pagado por adelantado. Cuando Haebig intentó dialogar para llegar a un acuerdo y así permanecer allí, el hombre endureció aún más su postura: sacó al frustrado pensionista a empujones hasta la calle –Haebig medía casi dos metros, pero los años en la cárcel no habían pasado en vano- y lo presionó para que apurara el retiro de sus pertenencias de la casa de su madre, haciéndole explícitos sus temores de que intentara asesinarla.

Luego -según el relato del libro, narrado en primera persona por el propio Haebig, pero firmado en la portada por Free Lancer en calidad de transcriptor y editor-, el dueño de un garage de Avenida Matta y antiguo vecino se compadeció de su situación y decidió contratarlo como cuidador del recinto, con una paga razonable y la posibilidad de habilitar el espacio como si fuera su hogar. Sin embargo, a las pocas semanas el garage fue destruido por las llamas de un incendio provocado por enfrentamientos entre grupos de choque del gobierno de la Unidad Popular y de la oposición.

Empapado por la manguera de bomberos, Haebig terminó internado en el Hospital Barros Luco por varias semanas, aquejado de bronconeumonía.

Una vez dado de alta, comenzó su periplo por las calles de Santiago. Sin dinero, amigos ni un techo dónde cobijarse, convertido en paria para el resto de su familia (hasta ese momento considerada de buen nombre), pasó la noche en el interior de un quiosco abandonado y sobre restos de basura del Parque O’Higgins, en compañía de perros vagos, gatos y ratones. Se alimentó con cáscaras de naranjas, maní y pan duro. Haebig asegura en su relato que todo este tortuoso peregrinar duró treinta y seis horas.

Convertido en una caricatura del hombre que llegó a ser en el pasado, cuando se ufanaba de sapiencia y estilo ante vecinos de Dardignac, periodistas y fotógrafos o en el momento en que felicitaba a la policía civil por haberlo superado en inteligencia al descubrir sus asesinatos, Roberto Haebig dio con una vieja casa de adobe en Santa Rosa 1675, ocupada como asilo de ancianos. Luego de beber un enorme vaso de agua que le brindó el director del establecimiento, el español Juan Lagar, le pidió cobijo tras argumentarle que su hermana -muy discretamente- lo solventaría económicamente para permanecer allí.

Roberto Haebig logró juntar unos pocos pesos fabricando lámparas de bronce con la ayuda de Irma, una no vidente de 42 años que lo acompañaba en sus horas de soledad, le preparaba alimentos, barría su pieza, lavaba su ropa y le facilitaba un guatero caliente por las noches frías de invierno. Ése fue el momento en que Free Lancer le propuso la escritura del libro donde relatara toda su vida, incluyendo, por cierto, los crímenes de Dardignac 81.


(continuará)

Publicar un comentario

10 Comentarios

  1. Interesante!! Qué continúe. Prometido es deuda! Saludis

    ResponderEliminar
  2. Qué tremenda historia, amigo Rodríguez. La particularidad es que está contada por la voz inconfundible de Claudio Rodríguez. A estas alturas reconocida como una de las mejores en habla hispana.

    Es un honor leerte y saber más minucias de este polémico caso, amigo.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Anónimo28/11/11

    Siga amigo, siga. Usted escribe de miedo, como su personaje.

    Feña

    ResponderEliminar
  4. Anónimo28/11/11

    siga amigo siga, usted escribe de miedo, como el personaje aquel de los muertitos en el patio. que miedo.

    Eva

    ResponderEliminar
  5. Anónimo28/11/11

    felicitaciones desde Argentina, realmente muy bueno el blog y este relato en especuial, lo mejor que he leido. Agradezco a mi amiga que me lo recomendó. ¿Todo es real?

    Alicia

    ResponderEliminar
  6. muy interesante
    non conecia roberto...
    un honor volver a leerte

    abrazo serrano en matrimonio :) y con foto

    ResponderEliminar
  7. Anónimo29/11/11

    Buena historia, tiene que continuarla a la brevedad para saber el destino de tan curioso personaje. Curioso? Y sí.. para los que no tuvimos la desgracia de sufrirlo se convierte en eso.
    Espero la continuación.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  8. Copado, interesante como para novela policial o serie mejor. Gusto pasar cada tanto por aca.

    ResponderEliminar
  9. Se espera con ansias la segunda entrega. Muy bien narrado, como si estuviera hecho para la columna policial de las mejores publicaciones. Felicitaciones

    ResponderEliminar
  10. Muy bueno Rodriguez!! Ya le pedí la continuación? Si, lo hice y ya está. Necesitaba refrescar la memoria antes de continuar la lectura. Continue por el buen camino, lo hace más que bien.

    ResponderEliminar