Vía de escape

GABRIEL PRACH -.

El señor K es mi amigo y a pesar de ello, jamás nos hemos tuteado. Él dice que los amigos, los verdaderos, siempre se deberían tratar así, con respeto, que el tenernos confianza no implica la pérdida de éste. Que el verdadero valor de las personas se nota en la forma en que se aprecia y valora a los demás, que la forma más fácil y educada de hacerlo es tratándose de “usted”. En realidad esto a mí no me complica demasiado, la verdad es que me agrada bastante y le sigo el juego. 

Él es un hombre serio, asume su vida como el trabajo más difícil que le han encomendado realizar y se nota en el tono de sus palabras graves, en su impostura, en el curvar de sus cejas y las líneas horizontales que cruzan su frente, en el movimiento corto y preciso al acercar el cigarrillo a sus labios y aspirar profundamente el humo, en la urgencia al hacerlo y el entrecerrar de ojos, que se vuelven diminutos, como si cada pitada fuera la última, sentado allí, en la última banca del paseo, a las diez de la mañana y con un montón de historias por contarme.

Él aún vive con sus padres, cosa bastante frecuente en esta ciudad, y está próximo a cumplir los cuarenta. Hace años que no trabaja y no precisamente por flojera. No bebe alcohol y rara vez tiene sexo. Fuma como condenado y apaga su sed con jugo instantáneo en polvo o si hay suerte, con una botella de agua mineral, pero la diosa fortuna me dice, se cansó de él hace bastante tiempo.

Desde hace unos años hasta ahora, ha desarrollado una pasión por todo lo que tenga origen o este relacionado con Alemania. Ha diseñado una visión alucinante de cómo son las cosas allá, de sus majestuosas ciudades, 

-¡Esas si que lo son!- me dice emocionado. Sus monumentos, sus genios creadores: artistas, científicos, filósofos, etc. Me habla de los excelentes trabajadores que son, de la inteligencia de sus habitantes y la belleza insuperable de sus mujeres. Para él todas las alemanas son altas, fornidas, de medidas generosas, de pelo casi blanco por lo rubio y de mirada azul cielo. Es evidente que sus “descompensaciones”, como las llama, han moldeado imperceptiblemente su impresión de la realidad. Nada que no arregle una cápsula de Litio u otra de la variada gama de fármacos que consume a diario. Esto último lo confiesa de malas ganas y me doy cuenta que el peso de esta carga es mucha para sus hombros delirantes, mucho más que de lo que a simple vista pudiera observarse. 

El señor K privilegia las conversaciones serias. Habla y habla y yo escucho. A veces una sombra atraviesa su mirada y se queda mudo mirando hacia el mar, perdido entre las nubes y el batir constante de las olas. Luego, de improviso, se pone de pie y dice: 

-caminemos- Lo hacemos. Caminamos. Porque es mejor caminar que quedarse, es mejor estar en movimiento y sentirse vivo, que el detenerse demasiado te inmoviliza y te mueres. Me cuenta que la gente está asustada, que se encierran en sus casas bajo cuatro llaves y que duermen con un ojo abierto, que algunos ya han comprado armas, de hecho su padre compró un revólver y se pregunta para qué si apenas sabe usarlo. Me explica que con tanto automóvil inundando las calles, las personas no quieren caminar, que les asusta hacer respirar al cerebro. La gente tiene miedo de pensar porque no quiere la realidad, le da pánico darse cuenta en la tremenda mierda en que nos han enterrado. Además, me insiste, hay un determinado número de personajes u entes siniestros que no quieren que la gente lo haga. Me habla de la confabulación que existe destinada a mantenernos asustados y tiesos como humanoides programados. Por ejemplo, me indica la cantidad de letreros verdes que han inundado el litoral central cual plaga informativa, ése de la gran ola persiguiendo al hombre que corre sobre las palabras: “vía de escape”. Es una atemorizante y burda estrategia, pero causa efecto me insiste. Me habla de los trabajos escasos que cada vez se hacen más angustiantes y esclavizados. De las mentiras. De la mierda de la televisión y las putas demasiado caras para un hombre… sin nada de plata y con demasiadas ganas insatisfechas. Me comenta convencido, de la irresistible atracción que ejerce en las mujeres, de su capacidad para conquistarlas, de esa electricidad que fluye de él que las magnetiza y deja pendientes de cada detalle o gesto que haga hacia ellas, que se ríen coquetas y tratan de entablar amistad con él, pero que irremediablemente cada vez que conversa con alguna de ellas se siente estafado, que nunca son lo que aparentan, que buscan su redención personal y él no está para salvar a nadie, es más, necesita ser salvado aunque no lo parezca y ahora ellas, las liberadas y poderosas mujeres, no te quieren, te necesitan para su mezquino fin y… eso y… otras muchas cosas lo… destruyen me dice. Por eso él sólo las deja ir que si las quieres tienes que dejarlas ir y si no las quieres lo mismo, el caso es que siempre está soltándolas, siempre está solo.

Me ha contado de su última conquista alemana a través del Chat, del cuasi platónico amor que ella siente por él y que no lo puede evitar, pues la enamora con una amplia variedad de versos y prosa germánica que el numen de su pluma le ha enviado a través del ciberespacio, -palabras de él-. 

La semana pasada fui a visitarlo. Lo encontré descompuesto. Nervioso. Me dice que ama a su fornida alemana y que se marcha, que el dinero casi lo tiene, que no puede dejar pasar más tiempo, que su madre le dice que de qué va a vivir. Pero a él no le importa. Es mejor moverse que quedarse. Que ella lo ayudará, su alemana. Mientras va al baño, su madre me cuenta que, al parecer, tiene una recaída, que está intratable, que ya han cambiado sus medicamentos y que posiblemente haya que internarlo. Me fui preocupado por mi amigo ese día. 

Ayer lo encontró su padre inerte en medio de la sala. Con los frascos de remedios tirados en piso, la caratula del single Jeanny de Falco hecha picadillo y el revólver aún humeante en su mano derecha. No dejó ninguna nota de despedida.

Publicar un comentario

6 Comentarios

  1. Muy bueno, me encantó! Qué terrible final para el señor K, en el fondo imaginable para alguien con las ideas tan claras y firmes que no obstante no se anima a tomar. La vía de escape.. la más terrible, la más absurda..

    Abrazos:)

    ResponderEliminar
  2. Qué locura! Cuando empecé a leer se me vino al presente el Sr.K que nos gobernó a los argentinos! De otro mundo, pero luego me caí y me cargué. Este sr.K es otro de los que habla tanto y acaba como todos en el mismo pozo. Muy interesante su cuento, entre la comedia y el drama.__ Besos__

    ResponderEliminar
  3. Ludmila Alonzo21/11/11

    Las vias de escape son para los cobardes, pero este cobarde era bien interesante y tenía el pensamiento bastante filoso. Lastima que no pudo quedarse.

    ResponderEliminar
  4. jaja perdón que me ría, pobre tipo! una lastima pero no le quedaba otra salida, otra via de escape a su propio estancamiento. Me gusta el cinismo y humor con el que escribe. saludo

    ResponderEliminar
  5. Sr Prach, tengo un amigo que padece de falta de litio y cuando lo tiene controlado, sus conversaciones son profundas e inspiradas. Sin embargo su inestabilidad ha hecho que con cuarenta y muchos años tenga que seguir viviendo con sus padres, a pesar de ser un hombre de una cultura sólida y trabajador.
    Una cosa, Diego, ahórrese la risa y el calificativo de pobre tipo. A todos nos queda otra salida aunque a veces la desesperación y el hartazgo no nos deje verla.

    ResponderEliminar
  6. Ufff, Gabriel, sí que nos das de sablazos, nos enamoras de tus personajes y luego los descerrajas para dejarnos aún más solos y sombríos que antes.
    El tipo estaba tan cuerdo, todas sus miradas parecían dar en el blanco, sólo le faltaba un buen polvo con una rubia teutona...
    Ya escucho el Jenny, antes también me daban ganas de descerrajarme un fierrito recordando tantas otras Jennys.

    Bueno, bueno, bueno. Eso es escribir bien mierda.

    ResponderEliminar