Epístola virtual a Rosa Marina González-Quevedo

MANUEL GAYOL MECÍAS -.

Un viaje espontáneo a “De la luz y sus contrastes: el aura de la soledad”

Mi muy cercana Rosa Marina, sé que mis palabras van a sorprenderte, puesto que ellas no dan lugar a una carta común, sino que intentan convertirse en un amasijo de ideas reconstructivas, inspiradas por tu trabajo, desde mi proyección del hecho estético, y que también llevan el afecto que siempre te he reiterado en todo momento. Más bien, esto es un intercambio de ideas, para discernir, para inspirar.

Hoy, felizmente para mí, puedo unir el placer del cariño con lo intelectual. Es decir, quiero expresarte no sólo mi sentir y admiración de amigo, sino además mi sincera interpretación sobre tu artículo crítico publicado en el número 5 de la revista brasileña Metanoia, de la Universidad de Sao João del Rey, en São Pablo.
Realmente, todo tu artículo me ha interesado, puesto que nos acercamos en criterios; entre muchas cosas, es eso de creer en la coexistencia de un lenguaje lógico con un lenguaje metafísico, como dos formas válidas de pensar el mundo. Y entre estos dos discursos de pensamiento encuentro la posibilidad de hallar un proceso discursivo que puede oscilar entre lo lógico-metafísico y lo metafísico-lógico, así como, por otra parte, tratar de incursionar en una narrativa mezcla de lo popular y lo clásico.

En fin, es intentar la manera de afirmar algo nuevo; es el hecho de accionar una búsqueda; o quizás, mejor: una exploración constante para encontrar caminos de penetración de la realidad.

Para mí la realidad está compuesta por lo objetivo y lo subjetivo, por lo concreto y lo abstracto, por lo físico y lo imaginativo; aquí, en esto último, es en lo que siempre he querido acentuar la probabilidad de aportar algo: el hecho de que la realidad está conformada también y al mismo nivel —o a saber más— por la dimensión de lo imaginativo relacionado con lo físico. El primero es el mundo ausente-invisible-imaginario y el segundo es el mundo presente-visible-físico. Ambas dimensiones son válidas y verdaderas, y la imaginación constituye entonces el reservorio, aún poco explorado, de la mente del hombre (hay que recordar que del cerebro humano solamente se conoce una décima parte; que hay nueve décimas partes por investigar y definir).

En fin, que la ciencia no es exclusivamente la razón del racionalismo cartesiano (modernidad), sino también las posibilidades que implica el mundo de lo imaginario como vía de acceso no sólo al conocimiento como tal, sino asimismo al derecho y hecho de sentir las cosas, y que a través de la intuición podríamos avanzar en proporción geométrica y no aritmética.

En resumen, pienso que, con sus variantes y matices, tú también andas por estos senderos. Desde esta perspectiva es que yo interpreto tu artículo. Por eso, desde el comienzo, la idea (primer párrafo) de cómo los elementos de la expresión poética pueden insertarse en el análisis filosófico es bien estimulante para mí, porque toca el sentido de indagar por una fusión de cierto discurso poético con elementos de historia, análisis y discurrir filosófico, lo que podría dar como resultado una atmósfera metafísica, y viceversa: es decir, cómo la metafísica en su estructura factual puede asimismo estar equilibrada por estas características de lo poético y lo filosófico.

Asimismo, me gusta eso de invitar a hacer un viaje (tercer párrafo), pues ésta es una noción, aunque vieja, siempre útil y profunda: la literatura, la filosofía y la vida misma indefectiblemente conforman un viaje inverso, que va del nacimiento (dentro de las coordenadas de este mundo) a los orígenes divinos del hombre.

Pero, por otra parte, no creo que haya que disculparse ni con el lector ni con el crítico. Esto de la disculpa también me ha pasado; contrariamente, ahora estoy por reconocer la importancia de mí mismo; es decir, de ti misma; lo que significa que tengo (tenemos) derecho a escribir lo que deseamos y lo que sentimos sin pedirle excusas ni desdorar a ningún lector. Esto podría interpretarlo como que escribo para mí, mi lector virtual también soy yo mismo, y si lo que diga le es útil y bueno a todos los lectores, a determinado tipo de lector o a un solo lector, me felicito, seré feliz y me doy por bien servido (creo que en la Biblia, en el Nuevo Testamento, hay un pasaje de Jesús, no recuerdo la referencia, y que nunca se agota, que dice algo así como: “el que tenga ojos que vea, y el que tenga oídos que oiga”).

Me alegro que en esencia tu escrito sea sobre la especulación (cuarto párrafo), pues estimo que la especulación y la sugerencia son los recursos más válidos de la literatura. Si vamos a ver, la literatura en esencia es especulación, y es en la especulación, con el recurso de la sugerencia, en lo que comienza y se desarrolla la imaginación literaria. La subjetividad, bien ubicada y lograda, es tan efectiva y esencial como la objetividad. Para mí la verdadera realidad se compone de la objetividad y la subjetividad, ambas al mismo nivel —como ya te he dicho—, lo que sucede es un problema de orden, puesto que vivimos en un mundo material, físico, y primero tropezamos con lo objetivo y después con lo subjetivo. Sin embargo, contemplamos el mundo y reaccionamos ante él mediante la subjetividad. Y muchas veces antes de planear, o planeando ya una respuesta al mundo exterior, lo primero que hacemos es especular.

En cuanto a la filosofía, afirmo como tú que ésta (párrafo 9) también especula, tiene ese derecho: libertad de discurso. Lo que sucede es que en este caso su campo pasaría a ser el de la poesía-filosofía. Filosofar especulativamente cae más dentro de este ámbito (lo que asimismo podría andar por el sentido de la metafísica) que de la filosofía-poesía. Pienso que tu décimo párrafo es bien alentador en lo que se refiere a este asunto —muchas veces rechazado por los filósofos “puros”, de discursos exclusivamente lógicos— de la especulación filosófica. Claro que el discurso filosófico no tiene por qué ser un discurrir de categorías clasificadas y preestablecidas, algo que con el tiempo (y creo que el tiempo ya ha llegado) termina anquilosado, sin movimiento ni desarrollo.

Sinceramente, me satisface tu párrafo 11, porque es una reafirmación que la creo necesaria hoy en día, hablar del derecho que se tiene de que la filosofía también entre en el reino de lo intangible. La filosofía debe y tiene que hablar de “esa fuerza que nos hace trascender del reino animal y nos inmortaliza: nuestros poderes de crear y creer, ambos en unidad sustancial conformando el alma”. Esto es la poesía y mucho más: la fe.

Este tipo de lenguaje que tú planteas, mitad filosófico, mitad poético, es el que yo he estado intentando trazar en el libro que aún estoy reescribiendo: Intuiciones. La razón de la mentira poética. Lenguaje que va desde lo racional y analítico con retazos de impresiones; o mejor, de pasajes intuitivos, a un discurso cada vez más especulativo y sugerente, hasta llegar finalmente al hecho formal de la especulación metafísica.

En los tres primeros párrafos de El viaje del poeta visto por el filósofo, creo que has logrado la belleza de un lenguaje poético con el sentido filosófico de la transposición del mundo visible al invisible, o más bien al reino de la imaginación, donde lo onírico y lo metafísico están presentes. Todo este primer párrafo del viaje del poeta… lo siento como uno de los logros de tu escrito, me ha impresionado bien, como si fuera un poema en sí mismo. Pienso que aquí está la esencia de lo que no se puede explicar: este conglomerado de palabras salidas de ti, pero sacadas de no se sabe dónde, es lo que constituye el Misterio, uno de los cinco (aún no sé si son cinco o son 14, que este último es, según Borges, un número infinito de veces) elementos característcos de Dios. El poeta, la poesía, es esto (y lo seguirá siendo siempre): el Misterio de algo que no se encuentra en esta dimensión física; es lo inefable and that’s it.

Ahora bien, respondo a tus preguntas: ¿dónde ha quedado el alma del poeta?; ¿de qué parte de la realidad sustancial?; ¿ha quedado del lado de la Historia o del otro lado?; ¿en el mundo [de la] imago?… Me gustaría pensar que siempre está en la imago, pero el poeta (te aclaro que me refiero al poeta como creador, puesto que el hecho esencial de “lo poético” es raíz representativa de todas los géneros artísticos y literarios) es tal porque también radica en este mundo concreto y, según sea ese poeta, me refiero a su naturaleza y contexto, así existen unos que han tenido la posibilidad de vivir más en la región de la imago y otros dependen más de la circunstancia física-histórica que nos rodea.
Sí, pienso como tú que es un viaje, y que a la vez es una transformación. Pero este viaje o transformación admite sus gradaciones. Me explico: para unos es de carácter casi natural, puesto que por sus condiciones de vida, su contexto, sus posibilidades tanto psicológicas como físicas, este poeta se halla (y se ha hallado) casi siempre en el mundo de la imago. En este mundo de la Historia humana él podría ser un andrajoso, casi un homeless, un hermético y solitario ser que no deja de estar un instante metido en su propia intimidad, sólo pensando en términos poéticos, viendo su mundo exterior como extasiado no únicamente por la droga química, sino por su propia intención de distanciamiento. Claro que este poeta sufre, y sus mortificaciones podrían ser extremas. Sin embargo, dudo mucho que por lo general este tipo de creador se comprometa con un verdadero sufrimiento. Pienso que cuando esté atiborrado de acoso por su contexto físico y social, por las tribulaciones del mundo, este creador busca el escape del suicidio. Pero no por romántico, sino por genuina debilidad ante la vida.

Hay otra clase de poeta que está rodeado y obligado a atender sus circunstancias para subsistir él mismo y los suyos. Yo lo llamaría “el creador circunstancial”. Alguna vez habría que hacer una descripción genérica y una valoración de cómo es o ha sido la vida de este tipo de poeta que, si se quiere ver, se ha manifestado más para los otros que para sí mismo. Aquí se da la lucha entre ambas dimensiones: la Historia humana y la imaginativa (anímica, espiritual).

Este tipo de poeta (el creador circunstancial) está llamado a rehacerse de sus propias cenizas, como el Fénix, porque cada vez que puede dejar su dimensión humana y comenzar a adentrarse en la región de Omega —diría yo—, está recomponiendo su propio origen, su divinidad. Siente incluso que respira en su primigenia dimensión, que sería rodearse de la imago. El aire entonces se le antoja ser un fluido de ámbar: el cosquilleo de la creación. El disfrute es mayor. Porque este poeta circunstancial está luchando contra su “caída”, contra su inmersión en este mundo físico. ¿Por qué está aquí?, no lo sabe él ni nadie, nada más que Dios, pero por algo está aquí. Entonces el sufrimiento es mayor, pero el placer también es mayor. El “poeta circunstancial” está aprovechando cada instante de su creación, busca respirar en cada verso, en cada palabra, en cada creación y entrega todas las posibilidades de su intimidad, como si el momento del poema o de la obra fuera el último de su existencia. Éste es el creador que yo prefiero, el antipoeta, el anticreador, quizás, si quisiéramos llamarlo así, porque tiene que lidiar todos los días del mundo con su propio destino, por su obligación de regresar a la Historia, a la piel y a la hermosa, compleja y prosaica vida exterior de las circunstancias. Pienso que es el que más y mejor demuestra una lucha tenaz por la vida y la acción creativa.

El poeta que respira siempre la energía imago no necesita luchar, está ya, está siempre; sólo se ha alterado su forma de ser; en esencia es el mismo por condición natural; por lo que no le importa nada a su alrededor; es como si hubiera venido a este mundo por pura equivocación (o por alguna obligación más kármica que cósmica): no hay que sobrevivir, ni familia que formar ni cuidar, no hay contexto, ni vida, ni estilo de vida que reconocer; no hay otredad: su relación con el prójimo, con la humanidad puede ser nula. Es, en definitiva, no insteresarle que a su alrededor se desenvuelve la existencia.

El valor se encuentra en hacer el viaje y regresar. Esta es la grandeza del creador. Los “homínidos” —como tú les llamas— no pueden viajar porque tienen sus mentes llenas exclusivamente de “la razón”; son el otro extremo de los “poetas-durmientes”; aquellos —los homínidos— son los incapaces de comprender que “existe en realidad la sombra de quien pudo viajar al mundo del silencio y regresar sin ser descubierto”. Esto último, en bastardilla, es tu definición de ese “poeta circunstancial” que yo admiro.

En “el ojo de la aguja”

Me dices que “el ojo de la aguja” es la metáfora, el vértice de 180 grados que da el poeta cuando entra en el cono imaginativo. Y es cierto, porque la metáfora más que un vector, una señal, es un estado traslaticio, y me atrevería a decir más: un estado-umbral; es ese sentido tropológico que se abre hacia la Historia imaginaria (que es el sistema lezamiano para recomponer la fragmentación de las imágenes).

Como dices bien, amiga mía, el sueño es otro espacio; en el sueño nos transformamos: de lo físico a lo imaginario. Nos convertimos en imágenes. Incluso logramos ser ubicuos, porque somos, al mismo tiempo, narrador y protagonista y, además, tenemos doble conciencia: conciencia de estar soñándonos y conciencia de ser soñados. Hacemos el viaje y pasamos por distintas etapas hasta llegar a la sima (cavidad grande y muy profunda en el sueño) y después a la cima (o ápice, el punto Omega del sueño), para por último descender de nuevo y regresar al mundo objetivo y, en específico, a la circunstancia que nos rodea.

Esa “urdimbre” o “trama” de una “malla sutil” de la que tú hablas es lo que yo he sentido (en mi trabajo sobre el sueño: Los resplandores de Omega —Del estado alfa, de las transformaciones y las revelaciones) como una membrana que toma lugar entre mis dos yoes del sueño —el narrador y el protagonista—, y esa membrana no es sustancia, sino esencia; “algo con vitalidad de ámbar, tansparencia semitangible y semiinvisible que me arriesgaría a definir —quizás a la manera de Heidegger— como un estar ahí de mi uno y de mi otro” (Los resplandores…).

Por ejemplo, ¿cómo pasamos de la vigilia al sueño, en ese proceso que va de lo físico a lo imaginario? ¿Cómo? Pues, simplemente, mediante un letargo de oscuro resplandor que aparece detrás de los párpados y que se va haciendo metáfora, porque lentamente se va pasando de la materia al espíritu. Los ojos(el ojo) qued(a)n en su propia soledad, la acción salvífica de mirar hacia adentro hasta que el letargo va componiendo el camino interior. El hecho de cerrar los ojos y dejarse llevar es la metáfora, el pivot, que nos va introduciendo en ese otro cono de la imago. Por supuesto que cada noche, al dormir, comenzamos el viaje (el mismo de todos los días y el mismo desde la primera vez) y descendemos hacia el mundo negro y tenebroso de Perséfone y Hades. Andamos por las pesadillas. Pero lo más importante, al menos para este caso, es que aquí nos desprendemos del tiempo e incluso ganamos la ubicuidad (yo pienso que la ubicuidad es algo clave, es el desdoblamiento de poder conocernos y analizarnos a nosotros mismos). La ubicuidad puede ser el recurso, además de categoría divina, que permitiría, junto al presente eterno, resolver el misterio de cómo poder unir la Resurrección y la Reencarnación, ambas esencias doctrinales hasta ahora extremas y contrapuestas. Poco a poco entramos, ya en la noche profunda, en el reino onírico del surrealismo, luego salimos del Hades y ascendemos hacia la poesía lírica y, al fin, en el mismísimo centro de la noche, ascendemos más y nos acercamos a Omega. Este es el punto crístico de Teilhard de Chardin, probablemente también de Lezama Lima. Bueno, Omega es el contacto con Cristo (entonces estamos en la fe), el final de la cosmogénesis y el comienzo de la cristogénesis. Claro, en el sueño, sólo podemos vivir la posibilidad nunca el contacto palpable con Cristo. Antes del conocimiento personal con Jesús estamos obligados a regresar; es la caída que nos causó algo que sucedió en el origen y que nos impone expiar nuestras culpas, nos impone volver a pasar por las etapas del sueño hasta llegar a la membrana sutil de la duermevela, donde se mezclan los recuerdos de las experiencias físicas vividas en este mundo presente y visible con las distorsiones que se traen de alguna pesadilla del Hades o de ese sabor misterioso y paradisiaco de Omega.

Siempre he creído que la dimensión imaginaria, donde se desarrolla la energía de imago, antecede el ámbito de la fe. Un poco que quisiera decirte, mi amiga, que yo veo la fe a la manera de un discurso superior a la poesía porque la contiene (probablemente, por ahora, discrepemos en esto, puesto que realmente pienso que el lenguaje poético es un escalón comunicacional hacia el lenguaje de la fe. Para mí, la poesía es el gran entendimiento dentro de la cosmogénesis chardiana y la fe es lo que nos permitiría llegar a ser todo espíritu en las posibilidades de la cristogénesis).

Creo que la máxima expresión de la fe —en el sentido de método, recurso y camino— es la mística. Pero habría que estudiar la mística no nada más como una relación poética, sino de manera más amplia: como una categoría procesal entre el cuerpo y el espíritu; incluso la mística podría ser un estado y una razón de ser para determinadas personas. Pero entonces sucede que aquí, a este místico imperecedero, le sucedería lo que al poeta-durmiente, que estaría siempre arrobado en su mundo, y en la expectativa constante de su éxtasis divino. Creo que a ti y a mí no nos interesa llegar a ser —por puro placer de exclusividad— el/la místico(a) ni el/la poeta-durmiente, sino vivir el proceso de ida y de vuelta; o sea, en todo caso, ser un(a) místico(a) del viaje.

Me gusta esa expresión tuya de “la sensación metafórica del imaginario”. Creo que es la manera de sentirnos poeta, de cuando logramos llegar a un determinado puerto en una determinada región de lo imaginario y sentimos ese algo que después, en el mundo presente, identificamos con un golpe de brisa, con un olor o perfume determinado… Caramba, en estos momentos siento que por la ventana del cuarto está entrando una ligera brisa de otoño y un olor a leña ahumada. Esto me produce una sensación extraña, como de melancolía y al mismo tiempo de espera por un pasado que se encuentra en el futuro. Esto me dice, de pronto, que hay como una fuerza de ámbar en cada cosa, y que la energía poética de la imago también puede estar en los sentidos; ahora, en el sentido del olfato. Esto sería un poco mi “sensación metafórica del imaginario”, pero traída conmigo de regreso.

Ves, acabo de tener una sensación poética y ha sido del exterior hacia mí, esa brisa y ese olor a leña ahumada (alguien estaría, en algún patio de una casa, cocinando con leña o carbón, lo que se hace aquí para preparar barbecue —fuego al exterior para asar carne) y me produjo una sensación paradisiaca, quizás un poco exótica, de extrañar algo que no puedo definir, pero que está dentro de mí.

Siempre he tenido la impresión de que espero algo; algo que antes creía era mi salida de Cuba. Estuve años tratando de dejar esa situación de oprobio a la condición humana que se ha vivido en nuestra isla. Pero después que lo logré, a los 49 años, ahora me doy cuenta de que sigo esperando algo; y lo único que sé es que es otro viaje. Hoy, ese olor y esa brisa me propiciaron el viaje por un buen a rato a la región de la imago. Y me doy cuenta de que lo que siempre he esperado es la muerte como un cambio vital; porque la muerte es la puerta a los orígenes. No obstante, en estos momentos de Historia humana, lo que sentí fue efímero y, sin embargo, eterno. Sentí lo que han sido esas posibilidades del sueño en la vigilia, tuve una sensación poética. Y ello ha sido también una forma de emprender el viaje.

Esto me dice algo: no sólo puedo —como explicas tú— “renunciar, previamente, a la dimensión espacio-temporal histórica”, sino que también puedo aprovechar el mundo presente-físico-visible para trasladarme a lo imaginario; puedo, a través de la experiencia, transformar un hecho de este mundo en un hecho inspirador de imágenes. Creo que en ello hay una inversión que pertenece al sentido de la creatividad.

Cuando “traspasamos el umbral del silencio y la soledad”

Esta frase tuya que he entrecomillado es preciosa y de la que también haces el resumen: “nos quedamos solos”. Y yo quiero sentir el gusto de reafirmar tu expresión, diciéndote que ésta es la soledad positiva, la soledad necesaria, en la que podemos encontrar las imágenes de la creación.

Ahora bien, no llego a hacerme la idea aún de que el poeta (creador), en la dimensión imaginaria, exclusivamente se dedique a calcar las imágenes, a imitarlas, para luego traérselas consigo al mundo de la Historia humana. Pienso que el creador en Imago (vamos a definir ya el nombre de esta dimensión como región, reino y/o contexto, y ponerlo con mayúscula) también crea no imitando, sino reconstruyendo imágenes, recomponiendo los fragmentos de imagénes que están desperdigadas, partidas o perdidas incluso de su centro original. Se puede tomar la imagen que antecede a un hecho objetivo y unirla a otra que esté dentro de su estilo, y con ello se crea una nueva imagen, y así sucesivamente.

Las imágenes se hallan dislocadas, y es el creador el que comienza a armar el puzzle de una historia o de un poema, y lo hace siguiendo algún hilo de Ariadna que su intuición le proporcione. Realmente, la intuición es el hilo del misterioso ovillo de Ariadna que todos llevamos dentro de nuestras mentes, y de esta manera se va rehaciendo un nuevo mundo fantástico que nuestra intuición escogió dentro de Imago. De una manera muy parecida a cómo sucede en los sueños. Crear es una manera de soñar despiertos, o de soñar en vigilia, como diría Nerval. Cuando llegamos al hecho de tropezar con las imágenes y reconocerlas es porque estamos también reuniendo, recopilando y fundiendo varias imágenes para llegar a una imagen mayor, que en este caso es la totalidad del propósito creativo.

Claro que estas imágenes —en tus palabras— las hallamos “congeladas” o “petrificadas”, y es entonces cuando se da nuestra razón de ser… creadores… porque somos los que inyectamos movimiento a los conceptos, frases y palabras imaginarias que encontramos, les damos nuestro soplo al igual que alguna vez Dios nos dio el soplo de su aliento. De aquí que el creador (el poeta) tenga carácter de demiurgo.
En apariencia podríamos creer que las imágenes estaban ya establecidas por el misterio plátonico; es decir, antes de que el poeta encuentre las imágenes, para después “calcarlas, pintarlas, tal y como hace el artista plástico”. Pero ésta es la otra perspectiva, válida, que no es sólo a la que me quiero referir ahora. Porque no creo que el sentido del platonismo clásico es el único que nos permite crear. La imitación platónica —la cual no rechazo y que valoro mucho— a veces me ha hecho reflexionar que todo lo deja preestablecido; pienso, como que no otorga del todo el dinamismo y la vitalidad que merece el hecho del re-crear humano; o sea, no se reconocería lo suficiente el esfuerzo creativo del ser humano. Por tanto, quiero significar (y dignificar) que la participación del poeta puede ser, por otra parte, de corte sustancialmente original. Porque de alguna manera Platón nos pone de segunda mano, de simple vehículo de anda y trae.

Es cierto que ello sucede y es creación artística y, según sea el talento, el esfuerzo platónico es altamente valorado, como cuando hurgamos en el discurso lógico de la narrativa. Aquí la “imitación” sí puede ser bien importante porque habría que hablar entonces del carácter dialógico de los textos (Mijail Bajtín, revolución cultural rusa de los años 20), y de la intertextualité (Julia Kristeva, 1967) y este tejido textual que hace que todos los textos narrativos sean un único texto de imitate vitae, una única historia que sí puede proceder de la clave de la imitación, porque sería esa posibilidad reproductiva que da el reflejo de la imagen ante un espejo, pero que se repite y se repite en nuevas formaciones, como la situación de reflejarnos en un laberinto de espejos, uno frente al otro, de manera tangencial, diagonal, en círculos concéntricos, los espejos situados por encima y por debajo en unos de los infinitos contextos del contexto Imago. Este conjunto de espejos frontales, en todas las posiciones, formaría una nueva clase de contexto (narrativo o poético) de la imago (hablo ahora de la energía ambarina —repito— que surge en un momento creativo en Imago)… Pero que no necesariamente tendría que ser o corresponderse con el contexto total del reino Imago.

Claro que en poesía también sucede la intertextualidad y hay tanta o más imitación que en la narrativa y en cualquier tipo de arte. Pero insisto en que este tipo de creación para los géneros es de una manera calculadoramente intelectual en comparación con la que puede ser auténticamente originaria; la primera: reconocida, como ya he dicho, y a la cual no renuncio nunca, por supuesto, pero que se mantiene dentro de la Historia humana, y que más bien puede relacionarse con la planeación consciente de la Historia literaria.

Lo que quiero significar es que a diferencia de la creación intertextual, creo que existe otra que puedo denominar como “creación originaria”, porque ésta es la que tiene que ver con las esencias de la energía imago. Las imágenes, según el creador, se encuentran en el éxtasis, es una especie de mística de lo imaginario, llegamos a adorar la Imagen de las imágenes, que se dan frescas, nuevas, auténticas, y las superponemos, unas con otras, con la obsesión de encontrar un nuevo camino. Es por eso que todo lo onírico de los sueños es tan impactante y penetrante; el surrealismo, en el que hay superposición constante de imágenes y símbolos, es la fuente y ha sido uno de los más grandes descubrimientos del psicoanálisis y del ser humano imaginante. En el surrealismo, en su fantástica y maravillosa locura, no hay imitación ni calco, sino ger-mi-na-ción. Entonces el poeta (cualquier artista que sea) en su propia locura se hace una partecita de Dios. Muere y resucita a la vez, y dispone y se transforma en lo inimaginable, en la dulce locura de andar su mundo.

Es por tanto, como tú dices, que “el poeta ‘descubre’ los entes intangibles en un mundo todo suyo, irrepetible: el mundo de la soledad poética”.

El retorno desde Imago

Pues simplemente un pestañar, un ruido, un hecho físico exterior nos desploma, nos retorna, nos deja caer y descendemos abruptamente… Despertamos a la vigilia y ya no estamos más en la realidad de Imago. Esto si hubo un rompimiento brusco con el éxtasis místico.

Pero también la salida a nuestra realidad objetiva puede ser lenta. El asunto puede interesar entonces a la repetición de los ciclos, al “mito del eterno retorno”, como diría Mircea Eliade, y estamos cayendo hacia lo físico sin saber por qué. Es como la pérdida de la libertad que disfrutamos en Imago. Allí sufrimos y nos reconstruimos. Pero aun el sufrimiento es placer porque andamos y desandamos nuestra identidad primera. En la última instancia, el Gran Tiempo de Omega se esfuma y volvemos a la condena de Sísifo.

Los hilos de Ariadna que nos llevaron a Imago nos regresan, y no hay que temer eso de que los hilos se rompan y nos quedemos allá, no, siempre que seamos, claro, “poetas circunstanciales”; al contrario, para este tipo de creador, el temor se da al comienzo del viaje, que el hilo se rompa y caigamos vertiginosamente, sin llegar a sentir la fuerza de la imago. El temor es al desasimiento de esa región imaginaria, al hecho de no cumplir el viaje.

Si quedáramos allí, es porque seríamos “poeta-durmientes” y no tendríamos que luchar contra el destino de la eternidad, “como estatua entre las imágenes”, quizás entonces así se cumple el camino fácil de algún alma y todo se convierta en el ámbito primigenio, o en el infierno último de la negación al amor.

Porque el viaje se da —pensemos bien— a todo riesgo…

“Y sentir al poeta es una buena razón para la filosofía”, hermoso final que viene de ti para recomenzar, pues esto último es no sólo el reconocimiento de que la filosofía es algo más de lo que se nos ha querido hacer ver, sino que definitivamente es un puente entre la ciencia y el espíritu, y que por tanto, puede ser metafísica y especulación poética. La filosofía, como tú expresas, es parte esencial también del viaje de la poesía, de la creación narrativa, de las artes plásticas, de todas las formas estéticas.

De aquí que la filosofía también exista en su particular modalidad de poesía filosófica (o quien dice poesía-filosofía) y no al revés.

El orden de la esencialidad empieza por la poesía (por lo poético); lo filosófico más bien es una manera de hacer el viaje, y, posiblemente, en su mejor modalidad: la metafísica. Lo genial es cuando la poesía, creación (metáfora-imagen, ritmo versálico, trama, discursos denotativo-connotativo, curva, color, etc.) se funde con la inquietud ontológica, gnoseológica, teológica y metafísica, como concibió en su momento Aristóteles; ese hecho, siempre importante, de que la filosofía viene a ser el interés por un algo más, que es la búsqueda del Misterio.

Pienso que de repente la filosofía se hace metafísica: poesía-filosofía en un solo cuerpo, en una fusión de historia-imago-espíritu.

Y entre tantas cosas que me ha provocado tu trabajo, está mi afecto, y me despido de ti con un abrazo así de grande. Siempre, Manuel


[Penúltimo capítulo del libro inédito La razón de la mentira poética]

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2 Comentarios

  1. Declárome circunstancial, aunque con oscilantes inclinaciones hacia las otras variantes de la creación poética. A veces las palabras parecen reproducirse solas, como si en el teclado ni siquiera participasen los dedos. Las letras se van sumando, sin premeditación, atropelladamente, inevitablemente, mientras nos sentimos acometidos por un barullo disperso, indescifrable.

    Me siento honrado de poder leerte, amigo Manuel, y poder participar de este conjunto de ideas propositivas, constructivas y reconstructivas. Llevan implícitas el sentido más profundo de quienes amamos la literatura y la filosofía. Vale decir que cada frase, que cada idea, que cada proposición, que cada imagen, se transforme en un entusiasta motivo para un diálogo permanente.

    Un fuerte abrazo mi querido amigo.

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  2. Gracias, caro amigo, es un placer inmenso cada vz que voy a Plumas Hispanoamericanas, más cuando escribo algo para ella. Me siento tan bien entre ustedes que me da la impresión de que la imaginación contribuye mucho a la hermandad humana. Ultiumamente estoy un poco alejado de Plumas... porque he estado enfrascado en varias cosas de mi obra literaria como la novela Ojos de Godo rojo y su presentación en Miami (la cual rebasó todas mis expectativas). Pero quiero decirles a ti y a todos los amigos de este espacio maravilloso que si yo, en realidad, tengo algún êxito, en êl estan inmersos ustedes, que siempre me han dado aliento para escribir, y que de ustedes (todos los que aquí escriben) he aprendido lo profesional y lo humano de lo que es la verdadera creación. Una vez más gracias a ti Jorge y a todos y cada uno de los amigos que forman parte de mi alma imaginativa. Un abrazo, Manuel

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