Fragmento


 Por Concha Pelayo

Al abrirse la puerta del salón, un tufillo caliente le azotó el rostro. El sudor, el polvo que levantaban los bailarines y los perfumes, fuertes y dulzones, hacían la atmósfera cargada y repelente. En el centro de la pista, las parejas jóvenes se apretujaban. Los chicos comprimiendo fuertemente su pelvis contra las de las chicas. Éstas, azaradas, notaban en sus vientres las durezas viriles de sus parejas. No se atrevían a desasirse de ellos pues les gustaba aquel calor que les subía desde sus genitales hasta las sienes. Les caían pesadamente los párpados, ocultando los ojos, que se esforzaban para levantarlos. Era todo demasiado bello en aquellos momentos. Compensaban las fatigas de la semana: la siega, la trilla, el cavar el huerto, la recolección de patatas, los sudores, el cansancio, la falta de sueño. Merecía la pena todo aquello si se podían vivir esos momentos y dar rienda suelta a la imaginación.


Las mujeres casadas también bailaban unas con otras mientras hablaban de sus cosas y murmuraban con una mezcla de picardía y envidia, de las parejas enlazadas. Los niños imitaban a los mayores y se iniciaban en el baile con sus primeros pasos. De pronto, se paraban y correteaban entre las parejas mientras éstas tenían que suspender sus abrazos visiblemente contrariadas. El centro del salón era un hervidero de danzarines de todas las edades.

A los lados de la pista, largos bancos de madera adosados a las paredes, acomodaban a las comadres con los brazos cruzados sobre los robustos pechos. Vigilaban constantemente a sus hijas para que no salieran a la calle. Sabían por experiencia que cualquier escapada que se produjese en aquellas circunstancias, las conduciría directamente a una boda prematura. Las chicas, una vez fuera, en la oscuridad de los nunca iluminados pueblos y avaladas por el largo abrazo durante el baile, no podían resistirse a los apremiantes deseos de sus chicos, que, a su vez, eran los suyos propios. Las peñas de granito que circundan el pueblo, junto a la oscuridad de la noche, con la luna blanca allí arriba, han sido mudos testigos, desde siempre, de los amores más apasionados.

Todos los años se celebraban bodas entre los jóvenes y antes de los nueve meses nacían los primeros retoños. La gente del pueblo asumía con naturalidad estos lances. Estaban acostumbrados.

Nota.- (Este texto forma parte de la novela que he comenzado. Os lo ofrezco para que me deís vuestra sincera opinión. No sé porqué razón, quiero volver a los recuerdos de infancia de mi madre, de mí misma, es como una necesidad de volver al claustro materno. Se siente demasiada soledad)

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6 Comentarios

  1. Rebosante de vida, como un cuadro que se reitera en cada época y lugar.

    Esas piedras han contemplado tantas generaciones hacer casi lo mismo y seguirán haciéndolo, hasta que el sol no sea más que "una antorcha fúnebre" (como decía Jorge Teillier)

    Espero que nos mantengas al tanto, Concha.

    Y felicitaciones por esta novela que has comenzado.

    Un gran abrazo.

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  2. Raúl de la Puente1/8/12

    Un regreso a la semilla. Espero leer su novela. Buen adelanto.

    Saludos

    Raúl

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  3. Me ha encantado. Además me ha llevado a revivir mis quince años. enhorabuena Concha. si para botón, basta una muestra... es simplemente perfecta.
    Un abrazo...

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  4. Todo lo que nos has contado en esta entrada, en las de tus blogs, así como lo que podemos entrever en tus comentarios y fotos, es un volver a tu pasado. Todo eso te recontruye como persona ante mis ojos y presumo que ante los de aquellos que te siguen en silencio a la distancia. Te leemos, te vemos, te descubrimos y te valoramos... te queremos. Ojalá tu proyecto prospere, todo lo que producís es valioso y dan ansias de leer!

    Un abrazo.

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  5. Anónimo3/8/12

    Gracias por vuestras palabras, reconfortantes y sinceras.
    Lo de volver al pasado, mi querida Loren, es cierto, pero tengo que decir que ese pasado es el de mi madre, ella es la que ha tenido, y tiene, la habilidad de transmitirme sus experiencias vitales. Ella fue una hija de labradores que la hacían trabajar en las labores del campo que yo cito ahí. Yo he sido esa niña receptora que escuchaba y me nutría. Resultaba fácil, toda vez, que las casas de mis abuelos, tan frecuentadas en la infancia se ofrecían en escenarios perfectos para imaginar lo que fue la vida de mis antecesores. Yo solamente doy fe de todo ello gracias a mi pasión por la literatura. Un beso mis queridos amigos.

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  6. Lo que se lee promete mucho, ojalá pueda leerse su obra pronto. Saludos y exitos.

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