Los vecinos del número 28

Por Concha Pelayo

Esta mañana de domingo estuve paseando con mi hermano por las orillas del Duero. Quería mostrarle el nuevo puente que se está construyendo y que él, por residir fuera de Zamora no lo conoce. Hablamos de muchas cosas: de nuestra madre, de la casa que ya no es casa pues se quemó, del jardín, que todavía existe y en el que se pueden ver los troncos de árboles cortados que pinté. Son cuatro árboles que mi madre ordenó cortar porque decía que desprendían mucha porquería. Un día mandó al jardinero que los serrara y los dejó a un metro del suelo, tras el consabido disgusto por parte de todos sus hijos, pero ella es asi. Una de mis hermanas, cuando se enteró, en venganza, le pisó unas matas de tomates que mi madre había plantado. No se atrevió a decirle nada. Hace un par de veranos tuve el capricho de pintarlos y han quedado preciosos entre el verde del jardín. Parecen totems sagrados. No nos hemos vuelto a acordar de los árboles.


Estuvimos hablando de todo eso y de nuestros vecinos de nuestra casa de la Avenida, número 28. Me decía mi hermano que ahí sí que tengo tema para escribir. Y efectivamente, aquellos vecinos tenían unas vidas de lo más literarias. Recordamos a la señora Petra. Su marido era comisario de policía y cuentan que un día se lió a tiros en un bar por algún conflicto serio. Precisamente, por ser policía, tenía un pase para dos personas para ir al cine y la señora Petra siempre invitaba a alguien del vecindario. Ella se quedaba dormida en cuanto se sentaba en la butaca y al terminar solía decir: Y menos mal que me he dormido porque con estos rollos que ponen....Era muy simpática y ocurrente. El matrimonio tenía cuatro hijos, todos varones, cada cual con su historia. Uno estaba casado con un nórdica muy guapa. Se notaba que estaba chiflado por ella, y lo manejaba a su antojo pues la complacía en todo. A la señora Petra no le hacía ninguna gracia que su hijo fuera tan calzonazos pero la verdad es que se les veía muy felices. La señora Petra contaba a sus vecinas los motivos por los que ella creía que su hijo estaba tan atontado por la nórdica y les decía: "Claro se pasa todas las noches tocándole la "bamba" y al día siguiente, el pobre hijo hace todo lo que la nórdica ordena" Que quería ir de compras, pues de compras, que le apetecía ir a bañarse, pues a bañarse, que quería ir a Madrid, pues a Madrid. Lo que hiciera falta. Luís acataba todo sin rechistar y a la señora Petra la llevaban los demonios. La bamba, naturalmente, aunque nadie sabía lo que era, las vecinas sabían perfectamente a qué se refería.

Otros vecinos, los del segundo derecha, discutían mucho porque el marido bebía más de la cuenta y cuando llegaba a casa y quería tener sexo con su mujer, a ella no le apetecía nada y debían de armar jaleíllo nocturno. La señora Petra que vivía debajo, tocaba con el palo de la escoba para llamarles la atención. La esposa, solía ir a nuestra casa para contarle a nuestra madre lo que ocurría y le decía: Si Petra fuera una mujer comprensiva, yo no tendría que explicarle porqué armamos jaleo por la noche, pero cómo le voy a explicar que mi marido quiere y no puede.....en fin, usted me entiende. Mi madre decía, pero ¿por qué me vienen a contar a mi todos estos rollos?

Otra de las vecínas, la del cuarto izquierda, tenía tres hijos, dos chicas y un chico. El chico se fue a trabajar a Alemania y poco tiempo después supimos que se hizo futbolista y jugaba en primera división en un importante equipo alemán. Una de las chicas se fue con su novio a Canadá, se casaron y allí hicieron su vida y la otra se casó con un holandés y la forma en que se conocieron fue deliciosa y completamente literaria. Ya lo dice mi hermano. La chica se llamaba Tina y trabajaba en un tienda de bisutería llamada "El Capricho". Un día, Tina recibió una carta cuyo sobre rezaba así: Para la chica de los ojos verdes, de los labios y chaqueta rojos, El Capricho. Zamora. Tina se quedó patidifusa. La carta procedía de Holanda y le escribía un desconocido que, al parecer, había pasado por Zamora haciendo turismo y entró a comprar un recuerdo en la tienda. Se quedó prendado de Tina y cuando llegó a Holanda como no conseguía olvidarla le escribió. Antes no había internet ni teléfonos móviles. Han pasado muchos años de aquello. El caso es que Tina respondió, el holandés volvió a verla y al poco tiempo se casaron. Tuvieron tres hijos y fueron felices, según cuenta las crónicas. Tijna, según su madre, "vivía como una rajada". La historia es mucho más larga, pero he de parar.

Otra familia del número 28 ocupaba el tercero derecha, Al dueño de la casa le encantaban las sopas de ajo y su mujer se las tenía que hacer cada noche para cenar. Para que se enfriaran colocaba la cazuela de barro con las sopas en el alféizar de una de las ventanas que daba a un patio enorme y hermosísimo lleno de flores con un pequeño estanque en el centro. Era muy bonito aquel patio, la verdad. A veces, la cazuela iba resbalándose lentamente hasta caer y las sopas iban a estrellarse a la ropa de la vecina que acababa de tender. Seguro que debía de haber problemillas pero yo no los recuerdo, la verdad. Esta familia fue enriqueciéndose poco a poco hasta que se fueron a vivir a otra casa más cara. Se decía que su mujer era muy ambiciosa y que lo presionaba para que ganara y ganara mucho más. Cuentan las lenguas viperinas que comenzó a traficar con droga pero no sabemos nada.

En fin, he pasado una jornada llena de recuerdos y de nostalgia. He vuelto a evocar mis años de niña. Ha sido muy agradable conversar con mi hermano el que siempre me cuenta tantas cosas sobre la órden del Temple, sobre la cultura megalítica... Hoy, parte de la conversación la hemos dedicado a nuestros antiguos vecinos del número 28.

Publicar un comentario

5 Comentarios

  1. Querida Cocha, qué hermoso relato. ¡Qué capacidad de traer, llevar y enhebrar, como cuentas de un rosario esos recuerdos, esas historias tan dispares que cada una daría, no para un relato individualmente sino para una novela en sí mismas, y hacerlo con tanto arte y maestría para que se den el relevo una a la otra de tal manera que, en el fondo, todas parezcan parte de una sola y única historia sin más trascendencia.
    La maestría, la de verdad, se demuestra cuando la dificultad de algo parece salir de manera simple y sin esfuerzo.
    Me he divertido muchísimo con tus recuerdos y con los retazos de la vida de tus vecinos del número 28.
    ¡Muchas gracias!

    ResponderEliminar
  2. Me ha encantado el relato... y esa cadencia tuya que relaja, a medida que avanzas en el texto. Hacer de la vida cotidiana una historia, es en sí el arte de escribir.
    Preciosa foto, por cierto. Un abrazo amiga Concha.

    ResponderEliminar
  3. Eso de "calzonazos" suena muy divertido. En Chile se le diría de forma parecida: "calzonúo", "pollerúo", "mamón", "macabeo" o "faldero". El misterio de la "bamba" suena muy pícaro.

    Un relato evocativo, sabroso, con tanta enjundia como ternura y destreza narrativa.

    Un abrazo fuerte, Concha.

    ResponderEliminar
  4. Cahuines y copuchas fascinantes.

    Muy bueno

    ResponderEliminar
  5. Anónimo24/8/12

    ¿qué son cahines y copuchas?

    Entiendo los adjetivos de Jorge: pollerúo, mamón, macabeo, faldero, pero cahines y copuchas, ni idea. Por favor díme que significan esas dos palabritas tan bonitas.

    ResponderEliminar