Meditaciones de un coleccionista de piedras

PABLO CINGOLANI -.

Hay pocos asuntos existenciales tan reconfortantes como el hallazgo de una piedra. Puedes ir por el mundo o detrás del mundo, buscando inauditos tesoros; puedes ir por ahí, buscándote: nada se compara a la dicha de encontrar una piedra. La tremenda potencia que una piedra puede brindarte es más fuerte que cien corceles alzando arenas. El magnetismo que una piedra atesora provoca la danza, la risa y una felicidad de dimensiones sin mesura, no humanas. La piedra –me refiero a esa piedra encontrada- es aquel pedazo de cosmos al cual accedes sin permiso de nadie. Está allí, condensado y vivo, como un oráculo –donde todos los elementos vibran y se agitan, donde todos los destinos suceden y brillan, donde el infinito se aquieta y la eternidad se ovilla, donde todo pesar se licua y estalla y el mundo cobra su forma y el mundo cabe en tu puño y empieza a cantar su canción.

La canción de la piedra. La canción del mundo. Tu canción. Dirás: las piedras no cantan. Ocurre que andas atrapado por el ruido de esa realidad que está más allá de la piedra. Y la-realidad-que-está-más-allá-de-la-piedra, francamente, es espantosa. No podrás desmentirme: esa realidad, ante todo, carece de la tranquilidad de la piedra. Si nos dominase tamaña muestra de sensatez frente a las cosas del mundo, rodaríamos como ellas, mansamente, por la corriente de la vida. Una piedra jamás se angustiaría frente a las aguas turbulentas del verano, la espuma, el ramaje, tanto grito líquido, tanta vorágine: simplemente, se dejaría llevar hasta encontrar una nueva playa u otra tormenta donde volver a abrir los ojos. Y donde una piedra abre los ojos, se celebra. Porque es como si el mundo los abriera también.

La realidad tampoco tiene la piel tan bella. La piel de una piedra es una de las maravillas de la creación. Por eso, cuando la tocas, la electricidad no cesa. Es que el ADN de una piedra es puro ajayu, pura energía, de allí que si alzas una piedra, estás alzando un vendaval. Y a un vendaval hay que cargarlo nomás, sólo si estás dispuesto a todo por contenerlo y mecerlo con vos. Es ilusorio enfrentarlo. Vivimos sugestionados con el poder –en realidad, nos obsesiona la idea del poder, ya que casi nadie lo tiene; y el poder es un puñado de sal del mar, una estrella ciega, enana y ciega. Vivimos sin saber que toda la energía (no el poder, que es una hormiga en la estepa), está allí, concentrado en una piedra.

Piedra es libertad. Energía y libertad. ¿Acaso no recuerdas eso tan sano de arrojarla si la culpa está ausente? Cuando niños, tal vez sea ese nuestro primer acto intuitivo de desafío y afirmación: lanzar una piedra lo más lejos que podamos, lanzarla hasta los confines del mundo –de ese nuestro mundo infantil- para decirle a ese mundo: estoy aquí. Esa, tu primera piedra, es tal vez la marca de tu destino, el signo y la cifra de tu existir. Si vuela hacia arriba, alto latirás, alto morarás, tu huella buscará montañas. Si bajo vuela, tal vez lo tuyo sea la calma, esa gloriosa que sólo poseen ellas, y las llanuras sin contornos. Extrañas piedras del destino: destino de piedras extrañas. Vete vos a saber. Vete vos a buscarlas.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 3 de noviembre de 2012

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4 Comentarios

  1. Lanzarlas, hacerlas rebotar en el agua (un primario sentido competitivo, porque siempre se aspira a más rebotes, jugar a la payaya (las piedritas deben lanzarse hacia arriba y caer en el anverso de la palma), juntar de colores, de formas, contemplar el arbitrario resultado de la licuadora magmática del centro de la tierra. Tocar la eternidad, algo no muy diferente a tocarnos a nosotros mismos.

    Un abrazo amigo. Genial y con mucho sentido, como siempre.

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  2. Anónimo4/11/12

    Qué actividad más relajante! Tanto como su texto, preciso y encantador :)

    Saludos

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  3. Alguna vez leí que en cada piedra hay oro, así como un conjunto de metales. Esto me llevó a interesarme de pequeña en la geología. Recuerdo haber leído también cómo los europeos se lanzaban locos de entusiasmo a las orillas de los ríos cuando veían brillar el fondo. Pronto aprendieron que era sólo el oro de los tontos.

    Muy bueno.

    Saludos

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  4. Recoger piedras, tirar piedras, coleccionar piedras. Todas nobles acciones que apuntan a la evasión y ensimismamiento, todo lo que queremos es un poco de paz.

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