El de Belén


ROBERTO BURGOS CANTOR -.

La vida apresurada destruye los ritos con el mismo generoso gesto que los acuña. Así uno de los misterios hermosos de la cristiandad. Aquel del niño que nace en medio del peligro en un rancho humilde y sobrepone a su condición divina la experiencia tremenda de vivir lo humano hasta su acabamiento.

Tengo la impresión que se requiere la edad de la inocencia para percibir el delicado equilibrio con el cual los años que nos correspondieron conmemoraban este misterio complejo y rico en enseñanzas que atraviesa los tiempos sin gastar su mensaje, su destello de revelación.

Al lado de los gestos de la religión, la novena, la misa; el juego comunitario de hacer un pesebre con su lago de espejo y sus manantiales de celofán, la estrella de lata y el reguero de luces escondidas entre el musgo y sobre el papel encerado, coexistía una sana mundanidad que se manifestaba en las comidas que cambiaban la carne y el arroz del Tuerto López, y en los regalos que por voluntad o por pedido alegraban los días.

El espacio de ilusión correspondía a los niños y su costumbre de escribir cartas al Dios niño pidiendo algún triciclo, o patines, o una muñeca de trapo, o un juego de mesa. Desde la escogencia del lugar donde se dejaban estas cartas que no eran llevadas al correo, hasta la enumeración de los deseos, era una afirmación de fe y de oposición a los designios estrechos de la necesidad.

No voy a olvidar como un incumplimiento de Dios con la solicitud de la niña Alicia me condujo a uno de esos conflictos sin solución, exasperantes, donde la razón no sirve de nada ante la obstinación fija del querer.

Resulta que Dios, amable, le respondió que la muñeca que había pedido en su carta no la encontró porque muchos niños del mundo solicitaron lo mismo. En los días siguientes al reparto fuimos, con Alicia, a un centro comercial. En las vitrinas con los vacíos de las mercancías vendidas, Alicia distinguió el juguete que no recibió. Lo miré con desinterés, era una de esas horribles imitaciones de las peores apariencias de la mujer. Entre vampira de cine y alcohólica de novela policíaca estaba allí, entre los saldos del derroche, como cadáver violado.

Nada de esto podía decirle a Alicia que se adhirió a la vitrina cual ventosa de limpiador de vidrios. Cuando el vendedor aburrido pero con arrestos para una venta más descubrió a la niña, todo estuvo perdido para mi. Alicia lloraba y parecía una bolsa de gritos inacabable.

No sé cuánto dura la creencia. Supongo que se desvanece por los comentarios crueles de algún amigo avanzado, o por pedir un regalo de tamaño grande. La mía se acabó con la bicicleta Monark, azul, que entró a la habitación de mano de mi padre con el sonido alegre de los ejes y la cadena nuevos.

Algo estimulante ocurría con las comidas de navidad. Las diferencias entre los que no tienen y los que tienen desaparecían en el momento de inolvidable hermandad en que la señora que lavaba la ropa le regalaba a mi madre un poco de dulce, mazamorra de maíz, y ella le correspondía con un pastel de gallina envuelto, así debe ser, en hojas de bijao.

Mucho de esto se esfuma. Hay que recordarlo con fuerza para que retorne.

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5 Comentarios

  1. Si el pretexto sirve para unir, para igualar, para fraternizar, pues que existan pretextos todo los días del año.

    Hermoso escrito, estimado Roberto.

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  2. Claudia Bustos14/12/12

    Alicia no tiene la culpa. Lo que pidió no eran gran cosa, aunque para ella era muy importante. Muy buen relato.

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  3. Anónimo14/12/12

    Es una época odiosa, al ritmo vertiginoso de las compras para los festejos se anexan las actitudes más egoístas y pretenciosas que puedan exitir. Lo peor es que se contamina a los niños.

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  4. De estas festividades solemos salir más dañados que dichosos.

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  5. Anónimo16/12/12

    Triste. La navidad es una fecha muy triste.

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