Lencería muy fina


CONCHA PELAYO -.

Sus dedos iban pasando lentamente las páginas del libro. De pronto se detuvo en una frase, bastó solamente una frase para que volviera a su memoria, aquella imagen del coche de su amigo. Lo había conocido casualmente en un bar de tapas cuando estaba en compañía de unas amigas. Hablaron, bromearon y se despidieron, no sin antes anotar los teléfonos de cada una de ellas. Elsa no volvió a acordarse de aquel joven granadino. Era médico y ejercía su profesión en uno de los hospitales de la ciudad.

Algunos días después, el joven llamó a Elsa para invitarla a salir. Ella, no sin muchas ganas aceptó. La esperaba en la puerta de su casa dentro de su coche. Se saludaron amistosamente y el automóvil inició su marcha. Elsa, mientras se acomodaba en su asiento notó cómo uno de los tacones de sus zapatos se enroscaba en algo elástico que le impedía mover el pie con soltura. Con su propia mano consiguió desasirse de aquello y lo levantó en el aire. Cuál no fue su sorpresa al comprobar que había pescado una braguita femenina. Una braguita color beige, transparente y de muy buena calidad. Una prenda interior de lencería muy fina.


Con la braga en la mano se quedó muda mientras el joven soltó una carcajada que contagió a Elsa y ambos rieron al unísono, ella muy azarada, aunque no permitió que se notara, y él demostrando ser dueño de la situación.

Le contó que las chicas con las que salía solían olvidar sus bragas en el coche. Elsa no daba crédito a lo que oía. ¿Cómo era posible que las chicas se despojaran de sus bragas así como así? ¿Cómo era posible? Aquel día él le dijo que habría más braguitas por allí, escondidas en cualquier rincón del automóvil. Elsa, ya más relajada comenzó a manipular a su derecha, bajo el asiento y donde le permitían sus manos y, efectivamente, fueron apareciendo bragas de todos los colores: blancas, negras, rojas, beiges. No, aquello no podía ser cierto.

Puedes quedártelas dijo él con toda naturalidad. Pero, ¿qué te has creído?, respondió Elsa. Disculpa, no he querido ofenderte, dijo él. No obstante, Elsa, en un descuido, decidió apropiarse de la braguita beige porque era una preciosidad y ella no tenía ninguna parecida. Como sospechaba, debía ser de muy buena calidad porque, una vez en su casa, la lavó minuciosamente y la usó bastante tiempo, hasta que de tantos lavados se deterioró y la tiró a la basura. Sin embargo nunca más se olvidó de aquella braguita.

Se despidieron después de haber pasado una tarde divertida en una sala de fiestas donde conversaron a placer y bailaron. Elsa contó a sus amigas el encuentro con el joven. Les dijo que era muy simpático y sobre todo, lo que más le había cautivado era su sonrisa, fresca y luminosa y dotada de una perfecta dentadura blanquísima rodeada de unos labios carnosos. La sonrisa la había enamorado.

A aquella primera tarde siguieron otras y así fueron conociéndose y tomando confianza. Las bragas habían desaparecido del coche y nunca más volvieron a recordar el incidente. Sin darse cuenta se habían enamorado locamente. Sus encuentros se sucedían entre miradas apasionadas, besos, abrazos y bailes donde enlazaban sus cuerpos y se olvidaban del mundo. Pero Elsa nunca se despojó de sus bragas. Faltaría más.

Al cabo de un tiempo, cada cual tomó un camino distinto y no volvieron a verse.

Elsa levantó la cabeza y detuvo su dedo en el punto exacto de la página del libro que leía. “Ella lo miraba con los ojos semicerrados, mientras sus dedos fueron deslizando, muy despacio, la braguita beige fina y transparente que la cubría, hasta que llegó al suelo y rodeó sus pies desnudos”.

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6 Comentarios

  1. Sólo hablar de bragas, sólo imaginarlas, tiene una poderosa carga erótica. Subir a un auto y encontrarlas diseminadas, encontrar las huellas de tantas relaciones fugaces, de sudores ajenos, de orgasmos al aire libre, y guardarse una de ellas como algo muy preciado da por resultado este original relato.

    Un gusto leerte, querida Concha.

    Un abrazo fuerte

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  2. Raúl de la Puente24/1/13

    Vaya. Cómo no desearía ser yo ese coleccionista.
    Delicado cuadro. Me gustó.

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  3. Una braguita beige es algo muy sugerente, muy fino. Buen relato.


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  4. Muy fina su historia. Me encantó!

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  5. Anónimo22/4/13

    Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. Anónimo22/4/13

    antes se besaban y olfateaban con deleite los pétalos secos, las cartas perfumadas, los cabellos del mechón guardado en un pequeño relicario de oro como si fueran sagrados; y entre besos y aromas pasaban los años y las décadas como si en un sueño. Luego, en el siglo de nuestros padres se sustituyeron por fotografías, bombones e idas al cine, recuerdos consumibles; duraban años o meses. Nuestros recuerdos son los de los hijos, que duran lo que las braguitas en el carro de este simpático joven al que llamaremos El enchufe popular, y duran semanas si la chica tiene suerte. Previa una buena jabonada, pese a que el plástico del condón haya evitado todo contacto realmente íntimo y todo intercambio de fluídos; pero es por simple etiqueta, más que por higiene, para eliminar el contacto con la hembra de la semana anterior. Besos, olores, humedades, vapores, días, minutos.

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