Los rusos

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.

Difícil dar una característica genérica de una multitud de pueblos. Convivo con georgianos, armenios, rusos blancos, ucranianos, hebreos, rusos rusos y algunos asiáticos cuya diversidad étnica excede a aquellos de origen europeo. Lo cierto es que todos ellos, después de la euforia de los primeros años en Estados Unidos, reseñan con nostalgia el tiempo en que juntos formaban la Unión Soviética. A pesar de los errores, del pésimo manejo del estado comunista, la vida no ha mejorado sustancialmente aquí.


Hablo de la gente de más de cuarenta años. Algunos recuerdan la guerra todavía: eran muchachos; otros nacieron durante el conflicto. Atesoran, quizá impensadamente, el orgullo del triunfo. El tiempo tiende a borrar los defectos y su recuerdo de Rusia (Unión Soviética) es aquel de importancia y poder. Luego de una calurosa acogida norteamericana a los que preferían dejar su patria para trasladarse al sueño americano, la mayoría de ellos pasaron a engrosar las legiones de culturas y naciones que habitan modestamente en medio de la ostentación del nuevo mundo. Los rusos tratan de reunirse y de vivir en complejos habitacionales específicos. En Denver, Colorado, un barrio entero se convirtió en la Pequeña Rusia. La municipalidad incluso les construyó un parque como señal de aprecio. Hoy, cinco años después, el parque Mir cobija los domingos a un multitudinario México. Los pocos rusos que quedan en los vetustos edificios, canosos y malvestidos, observan la acelerada destrucción de su mundo. Rara avis que añora la época en que fueron algo. Con los pies sobre alfombras kazajas de segunda calidad, con un periódico que todavía pregona las ventajas del nuevo país en la lengua madre, y un reducido canal televisivo, el ruso se ha vuelto más enigmático, apenas aparece en el umbral. Las atronadoras bandas norteñas, acordeón y pistolón, se afianzan ya con descaro en este proceso de conquista imposible de parar.

Me gusta sentarme y escucharlos. Doy gracias a la posibilidad de aprender, con todas las desviaciones que el relato personal puede cargar, historia soviética de primera mano. Hay mayor riqueza en estas voces que en el adusto, aunque no menos hermoso, texto escrito. Y aprendo verbo también, lo malo primero -como se debe-. De pronto leo un artículo en el New Yorker y me doy cuenta que la lengua que me enseñan no viene a ser académica sino jerga, subidioma que se basa en cuatro palabras fundamentales, todas de connotación sexual. La maldición más expresiva, la única que utilizo por sus infinitas implicaciones es "bliad" que tanto llega a ser "puta madre", "coño" y "muérete".

Los amigos "rusos" cargan un cúmulo de defectos, pero la cercanía de su forma de vida a la nuestra los hace comprensibles. Indisciplina, falta de respeto a la ley, constante actitud de revuelta y etcéteras nos hermanan. Taras tercermundistas señalan. Quizá, pero en el mutuo contacto de dos extranjeros similares en tierra ajena se hace difícil esconder un sentimiento de solidaridad.

Con ellos conozco Sochi, el balneario del Mar Negro, el vino blanco de Georgia, el borsch y las albóndigas de carnes de res y puerco mezcladas. La fortaleza de Suram, Jarkov... Para adentrarme, pasada la medianoche, en aquel rincón de ensueño, retomo a Sholojov y me hundo en la labor primaveral de la estepa de combatir el lodo.


2/6/04
Publicado en Opinión (Cochabamba), junio, 2004
Imagen: Afiche anticapitalista ruso en los EUA

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3 Comentarios

  1. Inevitablemente debe surgir la añoranza. Añoranza mezclada con respeto. Por supuesto que eran importantes. Eran los ciudadanos de la otra gran potencia.

    Los pocos rusos que arribaron por acá, en el sur, pasaron a engrosar los cuerpos académicos. Hoy llevan una vida holgada, y se les respeta.

    Me gustó mucho tu relato, estimado amigo. Veo similitudes entre esos mexicanos irrumpiendo, alzando la voz con sus canciones, con su multitud que llega a quedarse. Tal como los peruanos y ecuatorianos ocupando barrios enteros en Chile, abriendo restoranes, negocios limpios y turbios, o los bolivianos y paraguayos haciendo lo mismo en Argentina. Los pueblos se mueven. Algunos avanzan y otros se repliegan.

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  2. Así lo hacen, Jorge. Los rusos de Colorado, que llegaron masivamente a partir del 92, muchísimos de ellos judíos, abandonaron sus barrios no solo por la irrupción mexicana, sino porque siendo blancos y rubios, aunque no lo parezca, subieron en la pirámide social, compraron casas, etc, mientras que a la mayoría de los inmigrantes de México y Centroamérica esa movilidad les está vedada por su situación legal. Los rusos llegaron ya con papeles y mucha ayuda local. Los mexicanos continúan engrosando las listas interminables de los que hacen los trabajos, entre los meas duros y/o los peores. Da para mucho el tema.

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  3. Catalina Cienfuegos5/2/13

    Los comentarios me cierran el círculo. La visión es triste, pero no menos hermosa. Amo a Chejov y veo el mundo ruso a través de esas letras.

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