Organización y militancia

GONZALO LEÓN -.

En la película Bonnie and Clyde (1967), protagonizada por Warren Beatty y Faye Dunaway, se cuentan los erráticos inicios de estos famosos robabancos de la década de los treinta en Estados Unidos: el primer banco que asaltan, por ejemplo, estaba en quiebra y el segundo robo que hacen es por comida y todo sale mal, pero además cuando la pareja se presentaba ante desconocidos decía: Bonnie Parker, Clyde Barrow, asaltabancos. Así era muy fácil imaginar que ninguno llegara siquiera a los veinticinco años. Volviendo a la película y más allá de estos erráticos inicios, lo interesante es que se muestra cómo se va formando una organización criminal, porque Bonnie and Clyde era más que una pareja. Lo primero que hace es reclutar a un mecánico para que en las huídas no hubiera inconvenientes.


El escritor alemán Hans Magnus Enzensberger tiene un ensayo llamado La balada de Al Capone, en donde analiza los vínculos entre una organización criminal, en este caso la de Al Capone, y el capitalismo. Enzensberger muestra la organización empresarial que tenía la mafia durante la prohibición, con turnos de despacho de camiones con alcohol y todos los crímenes estaban motivados por la lógica de la economía. Más que una organización delictiva, lo que el autor alemán detecta es una empresa exitosa. Pero además Capone era un patriota y un antibolchevique, que creía en que Estados Unidos era la tierra de las oportunidades, por eso cuando lo detienen, él hace hincapié en su carácter de patriota, de buen norteamericano, de creador de empleos. Perfectamente podría haber sido el Steve Jobs de la década de los treinta.

Me viene a la mente la organización criminal como ejemplo de cualquier organización: una pandilla de robabancos, una mafia, un club de fútbol, una empresa e incluso un movimiento político. En Argentina, sin ir más lejos, se ha criminalizado a La Cámpora, la organización juvenil fundada, entre otros, por Máximo Kirchner y que ha vuelto a poner en escena a los jóvenes. Se ha dicho de todo de ellos: que controlan la empresa y los sindicatos de Aerolíneas Argentinas, que compraron una chacra avaluada en dos millones y medio de dólares, que son una mafia de bolcheviques, que intentaron adoctrinar a niños de un jardín de infantes, en fin hay un odio irracional hacia todo lo que sea La Cámpora; pero no sólo eso, toda militancia joven es vista como camporista, y no es así. Sin embargo, esta organización concentra las miradas de los medios opositores, pasando por alto que La Cámpora no es montoneros (que estaba por la lucha armada), sino un grupo de jóvenes que quiere participar en política, que siente la legítima ambición de poder.

Recuerdo que a finales de los noventa y hasta mediados de la década pasada en Chile ningún joven se manifestaba políticamente, era muy raro ver a un joven preocupado por lo que estaba pasando, leyendo la actualidad en un diario o teniendo una opinión formada de lo que fuera. Durante buena parte de estos años el niño símbolo de esta clase de jóvenes fue el tenista Marcelo Ríos y su “no estoy ni ahí”. Coincidentemente en Argentina casi en el mismo tiempo los jóvenes tampoco se interesaron en política, pero llegó Néstor Kirchner y les habló directamente. No sé qué lleva a un joven a escuchar un llamado, ni tampoco qué lleva a una organización a formarse y cristalizar, pero lo cierto es que hace un tiempo La Cámpora tiene una orgánica, un centro de estudios políticos que analiza diversos sectores –política exterior, medios, economía, educación, trabajo, salud, asuntos constitucionales, ciencia y cultura– y lo más importante: tiene jóvenes que en cada manifestación a favor de Cristina Fernández se hacen sentir. Para la asunción del segundo mandato de la Presidenta, allí estuvo La Cámpora, flanqueando el lado derecha del Congreso Nacional; para la celebración del día de los derechos humanos, ahí estuvo La Cámpora, flanqueando el lado derecho de La Rosada.

Si hay algo que cuestionar a esta organización joven es que ha transformado la lealtad como un valor político relevante. Un amigo argentino me intentó explicar que para el peronismo era relevante la lealtad, pero a mi parecer es el único valor político que exhiben, y a mí, que soy exigente con los jóvenes porque alguna vez fui joven, me gustaría ver, por ejemplo, que los diputados de La Cámpora llegaran a la hora a las sesiones en el Congreso. Me ha tocado ir en tres ocasiones hasta allá y siempre los diputados de la organización llegan diez, quince o veinte minutos tarde. Y llegar tarde cuando se puede llegar antes o primero es imperdonable. Porque si de algo puede acusarse a la militancia política de los jóvenes en los setenta es de cierta irresponsabilidad, que rayaba a veces en una organización criminal para cometer asesinatos. La Cámpora, pese a lo que se ha dicho, está libre de esa carga. Puede lanzar la primera piedra y no dar en el blanco. No importa, por el momento no hay maldad en ellos.

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