Cadáveres en el jardín


ENCARNA MORÍN -.

-Ismael, cuénteme cómo es eso de que estuvieron aquí los muertos.

-Mire, era el año 1969 o 1970 cuando España dejó el Sidi Ifni. A este lugar, que era una batería militar con sus cañones y todo, llegaron evacuados en cajitas de madera los muertos militares que estaban en el colonia africana, los traían en camiones que soltaban una tierra más parecida a polvo que a otra cosa. Eran unas cajas pequeñitas, como de aquellas que había por entonces de coñac. Los depositaban aquí en el sitio donde se encuentra el jardín. Y luego se los llevaron para algún lado.

- ¿Y usted sabe a dónde fueron a parar?

-Oí decir que a una fosa común fuera de aquí, no sé bien donde. Lo que sí recuerdo es que estaba todo lleno del polvo africano, los camiones y coches militares tenían polvo hasta en el diferencial. Tanto polvo que había por aquí, que en esta tierra no se puede plantar nada porque está toda reseca. Después, unos diez años más tarde comenzamos la lucha de los vecinos para conseguir que en este lugar abandonado se hiciera un colegio para el barrio y nos encontramos con grandes problemas. Uno de ellos era que este terreno fue ocupado por el ejército en tiempos de la guerra civil, pero tenía sus dueños. Era una gran extensión de tierra. Con constancia y persistencia conseguimos el solar para el colegio. Había primero un barracón y al otro lado un pequeño local para decir la misa. Luego hemos conseguido este estupendo colegio que se ha mantenido con los años. Por algún motivo cada vez que miro por la ventana recuerdo aquellas cajitas soltando polvo apiladas en el jardín.


Los muertos del jardín de mi colegio me llevaron a indagar en la historia de de la antigua colonia española situada justo enfrente de Canarias, ubicada territorio marroquí. Al parecer, como tierra de nadie, fue cedida a España -antiguo país colonizador desde 1476 hasta 1524-, por el sultán de Marruecos en el año 1860, aunque España no tomaría posesión formal del territorio hasta 1934, en tiempos de la Segunda República Española. Los lugareños prefirieron la presencia española a la francesa o a la posterior opción de pagar tributos al sultán.

Tras la independencia de Marruecos, hubo algunas escaramuzas y enfrentamientos entre los años 1957 y 1958: la llamada "Guerra de Ifni", que no ocurrió directamente en el interior de la colonia. Unos ocho mil jóvenes fueron a la guerra “inexistente” de Ifni, reclutados mientras realizaban el servicio militar. Sin formación en el manejo de armamento, calzados con alpargatas y en algunos casos con apenas 18 o 19 años, se encontraron de pronto en primera línea de fuego. A los casi 300 muertos o desaparecidos y 500 heridos graves, hay que sumar los numerosos hombres que quedaron con secuelas psicológicas el resto de su vida, sin que se les considerara veteranos de guerra, ya que el régimen franquista no lo quiso hacer. Tuvieron que llevarlo a los tribunales y dejar pasar decenas de años para que se hiciera justicia.

En 1958 se establece la frontera abandonando parte del territorio por su aridez y conservado una zona de unos diez kilómetros a la redonda que pasó a ser Ifni la provincia española de ultramar. Siempre hubo buenas relaciones con España, según cuentan las crónicas, incluso se permitió la religión y creencias de los lugareños, no intentando “salvarles” convirtiéndoles al cristianismo. Aunque lo cierto es que el territorio se recortó considerablemente. De aquella guerra el régimen franquista habló poco, como si en realidad nunca hubiera existido.

En el año 1969 el gobierno español cede Ifni a Marruecos en virtud del tratado de Retrocesión, firmado en Fez. Ahí fue cuando evacuaron a la población, el armamento, los archivos y todo lo que dejara rastro de la hasta ahora metrópoli. En ese viaje se trajeron a sus muertos. Y por un tiempo estuvieron depositados en nuestro jardín. Quizá a alguno de ellos le gustó quedarse y su alma pasea entre nuestras frondosas palmeras, aunque lo probable es que las cajas portadoras de restos humanos, no trajeran camufladas entre el polvo del desierto las almas de los difuntos. Seguramente se pasean por las playas y el desierto disfrutando de una paz que no alcanzaron a conocer en vida. Puede que preguntándose por qué les tocó morir en tierra lejana y desconocida por una causa totalmente ajena.

Una parte del polvo del desierto, se conserva aún en nuestro subsuelo, incluso se mantiene erguida y firme una pared de la antigua batería, formada por cantos tallados a mano en uno de los rincones del patio de recreo, mezclando así las diferentes partes de nuestra historia local.

De alguna manera ha habido estrechos lazos entre los habitantes de la antigua Sidi Ifni, Sahara y Canarias, territorios colonizados por España, donde se habla castellano y se ha izado durante siglos la bandera española, por eso de que los símbolos parecen ser tan necesarios en las historias de los pueblos. 

Han sido nuestros vecinos y amigos, con cien kilómetros de océano de por medio, ahí, a la vuelta de la esquina están ellos, entre los que probablemente se encuentren muchos descendientes de canarios. Allí estuvieron los que tienen aún sus viudas vivas y pasando hambre, después de haber servido como perros fieles, fueron abandonados a su suerte ya que el dictador español, una vez terminada la contienda civil, negó a sus esposas la pensión que les correspondía por ley. Aún hoy luchan por ella.

Algunas cosas han cambiado, otras no tanto. La población africana del continente vive en la pobreza más absoluta, pese a que tiene al banco pesquero más rico del mundo que es esquilmado por barcos de países extranjeros, los mismos que firman los tratados. El subsuelo es rico en petróleo y fosfatos, pero la supervivencia es cada vez más difícil. "La Meca" de la población joven de Sidi Ifni es España, y el territorio más cercano las islas Canarias. Buscando escapar de la pobreza, se arriesgan jugándose lo único que poseen: su vida. En lanchas precarias y atestadas se aventuran a cruzar los escasos kilómetros que nos separan. A veces son detectados por la patrullera de la Guardia Civil que les recoge y les retorna a su lugar de origen. Otras sucumben a las inclemencias del tiempo y de la mar. Los menos, logran alcanzar su sueño.

El 13 de septiembre de 2012, una barca con 22 asustados tripulantes intentaba llegar a las islas, cuando fue interceptada por una patrullera guardacostas, que de forma inexplicable, sufre una “avería” en sus motores y embiste contra la barquilla. El resultado: un muerto y siete jóvenes desaparecidos. Hay vídeos que ponen en duda esta versión oficial de que los hechos ocurridos a las dos de la madrugada en altamar fuera un accidente.

Indagando acerca de los cadáveres que pasaron por nuestro jardín, hemos despejado algunas dudas. No fueron a una fosa común. Viajaron hasta el registro militar de Ávila, con sus nombres y apellidos, incrementadas por las que posteriormente llegaron del Sahara. Hasta un total de 8.864 cajas están inventariadas e identificadas. Una empresa privada, por una pasta considerable, fue la encargada de hacer el registro y el censo de los muertos, desaparecidos, heridos y veteranos de la guerra. Cuando vino a terminar tan ardua tarea, muchos de ellos ya habían fallecido en el caso no formar parte de las cajas.

He soñado que estaban todos ellos sentados en torno al drago que hay en nuestro jardín. Procedentes de lugares diversos: unos de Barcelona, otros de Madrid, Valencia, Melilla, Lanzarote, Fuerteventura, Sahara, Ifni… y de distintas épocas, los últimos arribaron hace apenas una semana.Y han hablado, clamando que alguien escuche sus palabras para que al menos se haga justicia a su memoria.

-La guerra de Ifni fue cruel, como todas las guerras, inexplicable como tantas otras. Un día nos recogieron para ir al servicio militar, y dos días más tarde estábamos en un barco rumbo a áfrica. Nos llevaron al matadero, con alpargatas y mal alimentados. Al llegar allí nos pusieron en las manos unos fusiles viejos y obsoletos de la guerra civil, y a pegar tiros…

-Vimos morir a los compañeros, pasamos hambre, sed y frío en aquel desierto. O te andabas listo, o te quedabas descolgado del grupo y eso era una muerte segura.

-Eso me pasó a mí. Yo recibí un balazo en la pierna y me hice un torniquete con la trincha, pero no podía seguir a mis camaradas, y allí quedé en medio el desierto. Cuando pasaron a mi lado los supuestos enemigos, me dieron por muerto, así que ni siquiera me remataron. Mi muerte fue lenta y agonizante.

-Yo llegué vivo hasta el final, y en el último instante nos despeñamos con el jeep. Luego no quisieron reconocerme como caído en la guerra para no pagar a mi familia. Me casé joven, y dejé una hija punto de nacer. Pero me reclutaron y salí de Valencia prometiendo volver. Mi mujer lloraba temiendo lo peor. Luego he sabido que salieron adelante con la ayuda de nuestras familias.

-Yo vivía en Lanzarote, era hijo de agricultores y trabajaba la tierra. No sabía nada de armamento ni de guerras. Mis padres estaban muy asustados pues les tocó vivir la guerra civil española. En la escuela me habían aleccionado con las consignas del régimen. Por ejemplo decían que ser legionario era de valientes y un honor. Mis padres, asustados porque no fueran a creer que éramos rojos, me animaron a partir tranquilo. Yo quería irme a Uruguay con mis tíos. Pero por temor a las represalias, todos cedimos. Tardé pocos meses en caer como un conejo. Y eso que yo estaba acostumbrado al clima seco y la vida dura. Dejé a mi novia para vestir santos, porque la pobre pensó que era una forma de ser leal a mi memoria. Mi madre entró en una tremenda depresión, se metió en una cama y no volvió a pisar la calle.

-A mí me tocó la retaguardia. Llegué con 18 años y cuando terminó la contienda tenía cumplidos los veinte. Ya era sargento y me había enamorado de una chica del lugar. Tuvimos dos hijos, y apenas tuve tiempo para disfrutarlos. Morí joven, por culpa de una bala que estaba alojada en mi tórax y que le dio por caminar. Luego mi viuda y mis hijos han pasado mucha hambre, ya que no reconocen mi muerte como secuelas de la guerra y además ella no es española, según dicen. Aún vive y me recuerda cada día. Yo la ayudo en lo que puedo desde este lugar en el que habito.

Una voz sale de la segunda fila cabizbaja de almas serenamente resignadas:

-Pues yo soy tu nieto, abuelo. Me habían hablado de mi origen español y quise arreglar mi visado para llegar a España, pero costaba mucho dinero y mucho tiempo, así que trabajé varios meses en un barco japonés y con lo que gané, pagué mi sitio en una barca que nos traía a las Islas Canarias. Ya estábamos llegando a la costa cuando una luz nos deslumbró, y una lancha guardacostas se vino contra nosotros. Yo sé nadar, pero las olas y el estampido me llevaron al fondo del mar. Quise salir a flote, pero mis pulmones no aguantaron.

-Soy Aisha y tenía un hijo a punto de nacer. Quise cruzar el océano para que pudiera vivir en tierras españolas, pero después de una semana a la deriva, mi hijo nació en aquella pequeña barca, atestada de gente. Ya cerca de la costa, nos rescataron y él pudo sobrevivir, aunque aquejado de una severa hipotermia. Yo no pude… mis fuerzas me abandonaron y llegué cadáver al hospital.

-Yo no estuve en ninguna guerra, era un niño de la calle en Marraquesh. Cada día perseguía a los turistas para que me dieran unas monedas, a cambio de servirle de guía. Era el mayor de cinco hermanos y me daba vergüenza llegar a casa con las manos vacías, así que logré colarme en la patera, a cambio de abastecerla con algunos víveres y agua que duraron poco. La travesía fue larga y en altamar nos cogió una tormenta. Pero avistamos la costa de Fuerteventura. El patrón nos dijo que podíamos llegar nadando, que estaba ahí cerquita. Pero no fue así. Nos lanzamos al agua y nos ahogamos a pocos metros de la orilla. Mi esperanza era que al ser menor de edad, si me pillaban no me iban a repatriar, con lo cual se abría una puerta al futuro para mi familia si yo trabajaba duro y les ayudaba desde aquí.

-Pues miren que lo mío viene a ser algo diferente, pero tampoco llegué vivo. Yo vivía en el Aaiún cuando nos vendieron los españoles. Conservé mi documento nacional de identidad, caducado en 1975. Mis hijos varones se exiliaron a los campamentos de Tinduf. Uno de ellos estuvo en Cuba haciendo la carrera militar. El mayor había muerto en la guerra de Ifni al servicio de España. Mi viejo cuerpo comenzó a fallar y con un cáncer de próstata quise venir a Canarias a recibir atención médica. Pero los visados tardaron en llegar y morí justo un día después de tomar aquel avión que me trajo a esta tierra en apenas cuarenta minutos. Mi hijo, nacido en el Sahara y después de haber sido español, trabaja en Canarias con un permiso de residencia que renueva cada cuatro años. En cierto modo casi mejor que yo haya muerto, porque pagar todos mis gastos de hospital le habría supuesto una gran carga.

-Yo ni siquiera llegué a nacer. Mi madre no quiere ni pensar en mí. Mi padre y su familia huyeron a Tinduf. Pasado el tiempo, allí no cambiaba nada. Así que papá emigró a Canarias y dejó a mis hermanitos en el campamento. Aquí tuvo una relación con mi madre y me engendraron, creo que por accidente. Ella no quería tener un hijo negro de alguien a quien ni siquiera conocía bien. Decidió interrumpir su embarazo, así que ni siquiera llegué a nacer. En caso de haberlo hecho sería, cien por cien, un ciudadano de las colonias de ultramar, o quizá de tierra de nadie.

En nuestro huerto han comenzado a crecer las verduras, con un cantero de plantas aromáticas y otro de hortalizas. Llenas de vida y de calor humano, eso sin duda. El día en el que lo hemos inaugurado oficialmente, les dedicamos un pensamiento a todos ellos, enviándoles besos a través del viento. Una rústica placa de madera lleva impregnadas las huella de los niños y niñas de nuestro cole, que han estampado sus manitas en señal de saludo universal. Necesitamos juntar todas nuestras manos para no perder de vista que somos hermanos. En nombre de la humanidad hemos hablado intentando no levantar muros, ni marcar distancias. Apostamos por la paz, más allá de las bonitas palabras escritas en los murales el 30 de enero de cada año. 

El drago majestuoso nos mira muy discreto sabiéndose portador de grandes secretos. Es curioso: vivimos de espaldas a África y, sin embargo, formamos parte ella.

Fotografía: ACANMET (Asociación Canaria de Metereología)

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5 Comentarios

  1. Muy interesante, casi un documento histórico que arroja muchas luces sobre la identidad de los canarios y las raíces mixtas de la gente que habita las tierras circundantes. Esto me pone a pensar en los conflictos que no paran de surgir y se van volviendo cada vez más violentos entre gente que tiene un origen no muy distinto.. si tan sólo pudiésemos aceptar nuestras diferencias y aplacar nuestros instintos expansionistas, podríamos hacer de este un mejor mundo. Sueño improbable, lo sé pero lo sueño y lo pienso muy a menudo.
    Muy bueno, un gusto leerte.

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  2. Este texto me encaró de frente cuando hemos comenzado con las tareas del huerto del colegio. Es curioso que me costara casi una semana volcar en palabras lo que rondaba por mi cabeza. Luego he dado con la clave: vivimos de espaldas a África, fingimos ignorarla y sin embargo formamos parte de ella. Venimos a ser ciudadanos del mundo más allá de las fronteras territoriales de los países imperialistas. Hay situaciones en la vida que nos ayudan a comprender escarbando en la historia un poquito. Este ha sido el caso. Ahora ya sabemos por qué el colegio conserva el nombre de "Batería de San Juan"...

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  3. El título infunde miedo pero al leerlo uno se adentra en otras pieles y resulta tan gratificante deslizarse por estas líneas. Muy bueno, saludos.

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  4. Una valiosa contribución a la historia crítica, realizada con las mejores herramientas de la literatura.

    Excelente, querida Encarna.

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  5. Anónimo27/3/13

    Arqueología y escritura o El espacio va por estratos, como la Historia. No en vano está en una escuela el jardín que tapó tanto muerto adolescente, retornado de "una guerra inexistente" en "cajitas" y en "polvo africano". Vaya frase impactante te soltaste, Encarna: "Unos ocho mil jóvenes fueron a la guerra “inexistente” de Ifni, reclutados mientras realizaban el servicio militar. Sin formación en el manejo de armamento, calzados con alpargatas y en algunos casos con apenas 18 o 19 años, se encontraron de pronto en primera línea de fuego". ¡Zas! una frase de metralla, una frase "ejecutiva", en el peor sentido de la palabra.

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