De traducciones y traductores

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.

Leo en el New Yorker un precioso (no utilizo delicioso por su connotación culinaria) artículo de David Remnick sobre las "guerras de traducción" (The Translation Wars). Trata de las traducciones inglesas de libros rusos mientras deambula, erudito, en anécdotas y estilos de aquella gran literatura. La obstinada ignorancia acerca de otras lenguas impide un acercamiento estrecho a la obra de autores extranjeros; pone al lector en manos de traductores que pueden no ceñirse a los escritos originales y rendir adaptaciones quizá lejanas. Pero es un riesgo urgente de tomar si queremos ampliar los horizontes literarios de nuestra ansia. Dudo que un día decida, yo, por ejemplo, dedicar mi tiempo al estudio del serbocroata para leer a Ivo Andric. Hay que conformarse con lo que las editoras ofrecen y, en el caso suyo, no me han hasta ahora decepcionado.

Remnick señala a cierta Mrs. Constance Garnett, devota y victoriana ama de casa británica, aficionada al ruso y que se convirtió en la mayor traductora de libros de esa lengua al inglés: setenta volúmenes en total que incluyen todo Dostoievsky, cientos de relatos de Chejov, Tolstoi, su preferido Turgueniev, así como textos de Herzen, Goncharov y Ostrovsky.


Al parecer, según Nabokov y Joseph Brodsky, la señora Garnett destruyó la esencia de tales autores, hasta un punto que como anota Remnick, la dificultad para un lector en inglés de diferenciar a Tolstoi de Dostoievsky, se debe a ella. Nabokov, iracundo y presumido como fue, se dedicó en sus clases de literatura a vilipendiar las traducciones de Garnett, para a su vez ser ferozmente atacado por su amigo Edmund Wilson por su traducción de "Eugenio Onegin" de Pushkin.

El artículo continúa con la odisea de una pareja de traductores, Richard Pevear y su esposa Larissa Volokhonsky, dedicados a la traducción de "Los hermanos Karamazov" y su subsecuente éxito, artístico y monetario por el espaldarazo dado por Oprah Winfrey a su traducción de "Ana Karenina", de la que se vendieron casi un millón de ejemplares. Desde su modesto y abrupto comienzo traduciendo los Karamazov, Pevear y Volokhonsky han continuado, en la tranquilidad de su estancia borgoñona, con Dostoievski y actualmente trabajan en "Guerra y Paz" de Tolstoi, con proyectos futuros que incluyen a Leskov.

Sucede lo mismo en español. A no olvidar que García Márquez reclama una herencia de las "malas traducciones de Faulkner", como lo hace Hemingway de las traducciones rusas de Garnett. Una traducción difiere de otra, y no necesariamente implica un mayor conocimiento del lenguaje sino consustanciarse con el ambiente narrativo. La traducción de Gregory Rabassa al inglés de "Cien años de soledad" no tiene par y sin embargo se encuentran burdos errores de interpretación.

Si me dan a elegir entre la traducción de Julio Cortázar de los cuentos de Edgar Allan Poe y la similar de Ernesto Sábato, me quedo con la primera. Feliz episodio el de contar con dos versiones notables. Entre los libros más hermosos que conservo a mi lado está la "Caballería roja" de Babel. La leí en dos ediciones y la traducción de José María Güell es superior, en laconismo y poética, aunque parezcan éstos irreconciliables enemigos, a la de José Laín Entralgo que sin ser mala no tiene igual sustancia.

Hay traducciones de traducciones y eso, en primera instancia, equivaldría a desmerecer una obra; mas no es así: otro de los iconos literarios que me acompañan es el "Viaje sentimental" de Viktor Shklovski, traducida del italiano por Carmen Artal, siendo la obra original en ruso.

No se puede dejar de lado la monumental obra traductora de Jorge Luis Borges, desde Snorri Sturlusson a Lord Dunsany, pasando por su magnífico "Un bárbaro en Asia" de Henri Michaux.

David Remnick superpone en su artículo los aspectos de arte y financieros del oficio de traducir. No toma partido aunque observa. Se limita a detallar esta nueva explosión de lectura de los autores rusos en el caso, con ventas que sobrepasan a veces veinte mil ejemplares para Dostoievsky. Beneficios, pero también artimañas de la sociedad de consumo, que ayudan a eternizar las grandes letras. Muestra un Nabokov que en su vasta inteligencia critica a todos y a todo, a Thomas Mann y a Pasternak. Recuerdo que Babel (de acuerdo a Ehrenburg) decía de él, en los tempranos años, que Nabokov-Sirin escribía bien pero no sabía sobre qué escribir.

Sobre la mesa de noche, al lado de un Don César de metal y espada, descansa la "Antología negra" de Blaise Cendrars, en traducción de Manuel Azaña.


16/11/05
Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), noviembre del 2005
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 2005
Imagen: Escriba maya. Detalle de la estela 63 de Copán (dibujo de Linda Schele)

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1 Comentarios

  1. Sabroso artículo. El tema de leer una obra traducida siempre genera suspicacias. Hay localismos o formas culturales muy circunscritas a un contexto particular, que imagino de difícil traducción. Más bien leemos aproximaciones.
    Por ejemplo, me resulta complicado entender a Tagore, sus construcciones narrativas, y lo suelo atribuir a la incorrecta traducción, que termina rearmando una especie de pastiche literario.

    Los casos son abundantes. Sin embargo, al leer escritores japoneses suelo quedar impactado por la fuerza de las imágenes y los modos de interactuar de los personajes. Alguna vez escribí algo sobre esto, como si el problema de las traducciones no alcanzara a dañarlos, quizás por la universalidad de sus ideas.

    Ya vuelvo. Muy bueno, estimado amigo.

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