Digresiones de arte, misterio y épica

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.

La Wikipedia, enciclopedia libre, menciona a la Zamba de Vargas como la zamba más antigua de la que se tenga registro. Y alude a que quizá representa el momento en que la zamacueca afroperuana, convertida en cueca chilena, se transforma en este género musical, muy popular en la Argentina. Como si la globalización fuese cuestión novedosa, la cuna de la marinera, cueca boliviana, chilena, y zamba argentina es la misma.

La Zamba de Vargas recuerda un hecho de importancia fundamental en la historia de las Provincias Unidas del Sur: el enfrentamiento de las fuerzas federales del guerrillero Felipe Varela, con las del gobierno bajo el mando del general Antonio Taboada, en las afueras de La Rioja, en Pozo de Vargas (10 de abril, 1867). Para los detalles, de profunda implicancia política en la posterior estructuración de la República Argentina, sugiero leer algo más que las páginas de la Red; su entramado vasto y complejo se extiende fuera de las fronteras de aquel país.


Me llama en particular la atención la poética de esta batalla en relación con la música. Por ideario e intelecto me pondría de lado del caudillo Varela, y por origen con los santiagueños de Taboada, disyuntiva felizmente irrealizable. La poética -digo-, porque según se narra, en el momento de desfallecer las fuerzas gubernamentales ante el embate de las montoneras, Taboada instruye a la banda tocar “la vieja zamba”. Sobre el estruendo de la guerra se levantan sus acordes, y por arte de música se renueva el ímpetu de los de Santiago del Estero que quedan con la victoria. Instante que excede la realidad y que ahonda en subjetividades humanas.

Muchas referencias hay en el mundo acerca de canciones o tonadas que tuvieron, y tienen, una presencia mayor a su simple existencia artística. La feble memoria las conjuga en un magma difuso y ecléctico, desde los tambores cosacos saliendo de la Sitch a invadir Polonia, en aquel mítico 1648 que los ucranianos festejan como fecha nacional y los polacos como la venida del Anticristo, hasta los huayños combativos de los indios del Mantaro que admiraba el niño Ernesto de Los ríos profundos.

De joven, en la explosión de fortaleza de la edad, y sobresaturado por las rancheras mexicanas, de olvido y desgracia, más las anécdotas villistas, zapatistas, personajes como Benjamín Argumedo y Felipe Ángeles, cuando me preguntaban qué canción pediría tocar en el día de mi muerte (¡!), no dubitaba: que me toquen la Sandunga. Bello tema, cuyas versiones en boca de grandes intérpretes rancheros guardaban un secreto, la apropiación por parte del mariachi, sito geográficamente en Jalisco, y en Cocula en particular, de un ritmo que venía del sur, del istmo de Tehuantepec, Oaxaca, con una tradición impensable por extensa, y el mismo fragor épico que encontramos en la zamba de Vargas.

Venida, de acuerdo a los expertos, del jaleo andaluz, y zapateado, se convierte alrededor de 1850 en música tehuana y, a partir de entonces, representativa del pueblo istmeño, como lo fue La llorona -tal vez de raíces más antiguas que se pierden en la mitología histórica-. Con letra y música de Máximo Ramón Ortiz, él mismo de confusa cronología y de dramático final.

Sandunga, voz gitana que quiere decir donaire, para algunos, y palabra zapoteca cuyo significado va desde música honda hasta mujer hermosa, se convirtió en el canto de guerra de los tehuanos en sus combates contra chiapanecos y juchitanos. Con el tiempo, a la letra de Máximo Ramón Ortiz, le añadieron parte de su leyenda personal, su llegada tardía a la muerte de su madre, sobre cuyo cuerpo se arrojó llorando y diciendo “Ay, mamá, por Dios”, que forma parte de las versiones más conocidas: “Sandunga, mamá, por Dios”.

El misterio que envuelve la música popular va siendo más y más denso. Contrariamente a lo que se creería, el avance tecnológico recupera mucho de lo que se estaba perdiendo, pero al mismo tiempo va haciendo más deleznables las ligazones de ella con los pueblos, en un rodillo fatal, ingenuo y discriminador. Aunque uno supone que todo está registrado en la red, no es cierto. Sucede con el kaluyo, vieja música tradicional boliviana, de la que casi nada se puede encontrar en línea y cuya fisonomía se irá haciendo con el tiempo impalpable, hasta perderse, como se esfumaron los caminantes del valle y del Ande, arrieros, muleros, que para matizar su soledad entonaban tristes kaluyos.

Importa tanto, entonces, el rescate que se haga de la tradición oral y musical, aunque para ello se tenga que penetrar espacios que a veces se tornan de tan peligrosos imposibles. Cómo llegar hoy a las justas musicales del Cáucaso y el Turquestán que retratara Peter Brook, filmando sobre Gurdjieff. En esas gargantas montañosas ya no se escuchan cuerdas ni flautas. Ciro Guerra, de Colombia, en su filme Los viajes del viento (2009) sigue un fantástico recorrido de su patria con un músico que intenta devolver un acordeón, que alguna vez perteneció al demonio, a su maestro. En el transcurso se revela la riquísima tradición musical del país. Los hermanos Pablo y Alejandro Burgos Bernal, colombianos también, trashuman los recovecos de otra tradición, la de la gaita, en un documental (Son de gaita, 2008) que buscando la gaita negra descubre universos de arte en una región de conflicto.

América sigue siendo, a pesar de las modas que intentan desembarazarse de esa “carga”, desmitificarla, o desmerecerla, la tierra de lo mágico-real, y eso porque conviven tan diversas etapas de desarrollo humano dentro de ella, y tan variados antecedentes, que difícilmente podríamos llegar al paraíso inocuo del progreso, que tampoco es inmune al hechizo de lo plural.

Ahora que estuve inmerso, con Rosario Castellanos, en la alucinación de Chiapas, sólo confirmo lo dicho. Leo que hoy en San Juan Chamula, donde transcurre Oficio de tinieblas (1962), en la iglesia, hay santos buenos y santos malos, de un lado y de otro, bien vestidos unos, pobremente los demás, sin manos éstos, porque los pobladores se las cortaron hace cien años cuando no pudieron defender a los tzotziles ni a su iglesia.


19/07/2011
Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 24/07/2011
Publicado en Semanario Uno #420 (Santa Cruz de la Sierra), 29/07/2011
Imagen: Narval/Grabado de Antonio Alvarez Gordillo, 2007

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4 Comentarios

  1. Enriquecedor artículo señor Ferrufino. Todo indica que la cueca es una mixtura de varias danzas, peruanas, bolivianas y españolas. Eso de que las parejas no se toquen siempre me llamó la atención (al menos es lo que conozco en Chile)

    Saludos

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    1. Ramas, que adquirieron sus propias características, de la zamacueca peruana y sus ancestros. Un tema para profundizar en todo aspecto: cultural, histórico, sociológico, étnico. El otro día -fuera de la cueca- veía un documental en TVChile sobre los aymaras del norte chileno, tan parecidos, y sin embargo tan diferentes, a sus pares de Bolivia. Cuánto pesa el nacer en un país o en otro. Los efectos que sobre un grupo humano pueden y suelen tener las circunstancias externas. Mucho de qué hablar. Saludos, Cosette.

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  2. El mundo aymara abarca fracciones importantes de los cuatro países. Y aunque la aculturación ha sido significativa, aún se percibe, a grandes rasgos, como un mundo distinto al resto. Creo que desde que los estados son estados, nunca han contribuido a la integración, o más bien, reintegración de esta gran cultura. muy por el contrario, desde las escuelas se ha orientado hacia la separación, hacia la sobrevaloración de la cultura nacional (esa de tan reciente invención) por sobre la cultura ancestral de los pueblos, haciéndolos sentir incluso avergonzados. Al menos desde Chile fue una política clara y bien definida destinada a la chilenización forzada de estas comunidades.

    Pero vuelvo a la cueca. Me llama la atención el que sea considerada un canto de libertad. Hay numerosos registros de cuecas masivas y espontáneas tras determinados triunfos electorales, o deportivos, e incluso (y esto sí es una paradoja histórica) se bailaba cueca en las calles a lo largo de todo Chile tras el golpe militar de Pinochet. Los opositores a Allende salían a celebrar a las calles y a mofarse de los allendistas, zapateando una cueca de odio.

    Buen artículo, amigo Claudio. Siempre se aprende contigo.

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    1. Eso que cuentas de la cueca, Jorge, durante el golpe militar es impresionante. Bueno, de cualquier lado, de izquierda o derecha supong que se pueden reivindicar las expresiones populares. En realidad es parte de la tramoya, algo como una justificación ancestral de las acciones.
      Lo de la "cultura nacional", o la identidad nacional, es algo que utilizan todos los gobiernos. Se hizo incluso en la Ruanda tan dividida étnicamente, y no hay tal vez mejor ejemplo que el caso yugoslavo. Abrazo.

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