Perdón por las madres: Tapón

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Una galanura de lector empedernido llevó a don Juan Gossaín a titular una rabia del corazón, amarulencia se sigue llamando a pesar de la expulsión del diccionario de esta bella y dolorosa expresión, con una palabra ennoblecida por la literatura.

El acto vil, criminal, imbécil (¿por qué terminan en L como mal?) que desató el malestar del ánimo, impotencia de la vida, la verdad es que carece de nombre. La carrera desbocada de la perversidad, la idiotez, han dejado al ser humano en un vacío donde las palabras se niegan a nombrar. Tanta hideputez no merece palabras. No alcanzan: la saliva para escupir, las excomuniones de la religión para educar, el lastimoso avance de patuleco de la justicia para sentenciar.

Gossaín brama por el destino injusto de dos niños, en las riberas del canal de El Dique, que han muerto de desnutrición producida por las inundaciones del río que acabaron con techo, cultivos y cuánto permitía esperar algo en la vida. Para agravar, esos niños perecían mientras los alimentos y medicinas que pudieron salvarlos se dañaban en uno más de los inanes litigios colombianos en donde la legalidad se volvió un instrumento de robar y enriquecerse sin causa a costa de los presupuestos públicos.

La iracundia que no pudo domesticar don Juan, como lo llamaban con afecto sus leales radioescuchas matutinos, tiene hoy en su exorcismo escrito la misma eficacia de lo que él en radio denominó editoriales. Una prueba de que el lenguaje de las regiones de Colombia, el habla de la gente, tiene una sustancia de dignidad y preciso poder de nombrar, que venía de una tradición despreciada y excluida. Muchos recuerdan su vozarrón ronco de cantador solitario invocando frente a las turbonadas ariscas de San Bernardo del Viento a la Abdala y la dulce ascendencia que hablaba con las estrellas.

Casi nunca las palabras, todavía, permiten la dimensión del amor o de la rabia. Se escarba por lograrlo. Fracaso y persistencia, se grita, se gime, salen ruidos ahogados del sueño.

Y en el bramido de Juan, don Juan, destellan tremendos interrogantes. Uno que me conmovió: ¿Qué pasa con nosotros, insensibles y sin voz para el rechazo y la exigencia? Como si aquella disyuntiva de los tiempos, Sociedad o Soledad, Solidaridad o Soledad, se hubiera resuelto sin deliberación por una soledumbre triste que apartó de la existencia las aventuras memorables. Es posible que una de las consecuencias, todavía sin agrimensor, de haber hecho de la política una empresa de circo ambulante de jirafas desteñidas, de expropiación por tres pesos de la voluntad del ciudadano, sea este terrible No me importa, Que se acabe el mundo, Con su pan se lo coman. Y es mi pan y mi hambre y mi importancia.

Lo anterior es de gesto impredecible. Las poblaciones que se levantan y queman las oficinas públicas, cuelgan o lapidan a los ladrones, le dan la espalda a la autoridad.

Y el otro interrogante: La justicia. ¿Con qué se come compadre?

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1 Comentarios

  1. Al gastar todos sus recursos y su tiempo en peleas intestinas, el estado pierde su razón de ser. Se le pierde el respeto, porque a ojos de ciudadanos deben acatar multitud de leyes y atropellos a cambio de sólo molestias y ningún beneficio.

    Es lamentable lo que sucedió. A las vacas sagradas que calientan el culo en las oficinas burocráticas hay que sacarlos a patadas y refrejarles su inoperancia en las narices. Que nunca se las vuelvan a llevar peladas.

    Un saludo afectuoso, estimado Roberto.

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