La chavización argentina

GONZALO LEÓN -.

La nacionalización de YPF, la ley de medios, la reforma a la justicia, todas iniciativas implementadas por el gobierno de Cristina Fernández, ha llevado a que los opositores hablen de la chavización de Argentina. El Grupo Clarín, que acusa al gobierno de usar un gigantesco aparato de propaganda, fue uno de los impulsores de esto, gracias a que cambió periodismo por propaganda. Pero Clarín si bien es el principal opositor al gobierno, no es un partido político, sino un grupo económico que da lugar a los partidos de la oposición a manifestarse: PRO, Unión Cívica Radical (UCR), Frente Amplio Progresista (FAP), Partido Obrero (PO), Coalición Cívica (CV), Peronismo Federal (PF). Mauricio Macri (PRO), por ejemplo, a principios de año, al descartar una candidatura al parlamento señaló que “la Presidenta quería hacer un intento de chavización de la Argentina, atropellando la justicia, atropellando los medios de comunicación”.

Sin embargo, Macri no fue el primero en hablar de chavización de Argentina, sino que fue la diputada Patricia Bullrich la que en diciembre de 2011 advirtió sobre una chavización, comparando el uso de los medios que en ese momento hacía Hugo Chávez con los que hacía Cristina: “El gobierno usa el aparato del Estado con el único objetivo de liquidar al Grupo Clarín”. Casi un año y medio después el empresario peronista Francisco de Narváez manifestó su temor por que la Presidenta quisiera ocupar el lugar de Hugo Chávez e intentara chavizar la Argentina. Estos dirigentes ocupaban el término “chavizar” como caer por un precipicio, o como el que usó la derecha durante la Unidad Popular, “el caos”.

Lo paradójico de esto es que no fue el gobierno de Cristina Fernández la que chavizó Argentina, sino que fue el lenguaje y el actuar de los propios opositores, es decir ante el miedo a chavizar Argentina se chavizaron, y así la oposición comenzó a acusar al gobierno de ser una dictadura y de gritar a los cuatro vientos “fraude” si el resultado de una votación en el Congreso no les gustaba. Observar el proceder de la oposición argentina es comprobar que se han equivocado de país; actúan como si su líder fuera Henrique Capriles. Y quizá aquí radique su mayor debilidad: a diferencia de Venezuela, no existe un líder, tampoco proyecto de oposición; es más, quien no desee votar por el kirchnerismo en las próximas parlamentarias de octubre deberá abrir un abanico que irá cambiando, incluso, de provincia en provincia. Por ejemplo, en Santa Fe y Buenos Aires el FAP tiene fuerza, pero en el resto del país es prácticamente inexistente; lo mismo sucede con el PRO, que su radio de influencia alcanza a capital y la provincia de Buenos Aires; el único partido que tiene representación nacional es la UCR.

¿Pero qué es lo que tienen en común los dirigentes de los partidos de la oposición? Aparte del odio y la virulencia con la que hablan, desde la discusión de la reforma judicial hay un afán destituyente, pero a la vez una incoherencia sorprendentes. Para graficarlo mejor, durante la discusión parlamentaria de esta reforma un grupo de personas se concentró afuera del Congreso; un reportero de TN se acercó a uno de los manifestantes y le preguntó por qué estaba ahí, y el sujeto dijo que estaba ahí porque lo que estaba sucediendo “adentro” era inconstitucional; el reportero en vez de decir qué de inconstitucional había en una discusión parlamentaria prefirió hacer otra pregunta: ¿Y cómo se soluciona esto? Y el sujeto respondió: Se tienen que ir.

Esta anécdota no es un hecho aislado; la oposición en vez de dedicar su tiempo a fortalecer la oferta, sus planteamientos, se ha dedicado a descreditar al adversario, olvidándose de una máxima del fútbol (la metáfora en un país futbolizado sirve) que es la de “ser protagonistas”. La oposición le ha entregado el protagonismo de la vida política al kirchnerismo, por incapacidad y por desidia. Es decir el gobierno no sólo tiene la iniciativa parlamentaria y cuenta con mayoría en ambas cámaras, sino además marca la agenda. Desde esta perspectiva vale la pena preguntarse entonces si la oposición tiene el peso para haber chavizado a Argentina o si es sólo una sensación mediática que se ha construido.

José Natanson, director de la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique, en ocasión del último triunfo de Hugo Chávez escribió que una de las diferencias importantes entre chavismo y kirchnerismo era que “la intervención pública no se limita, como en Argentina, al manejo de las variables macroeconómicas, los programas de estímulo y la energía, sino que apunta a controlar los resortes fundamentales de la producción (hidrocarburos, cemento, siderurgia) para desde allí orientar el rumbo económico del país”. Esto da a entender que el camino para que el kirchnerismo se chavice es largo y complejo. Coincido en que a veces las riendas de la economía no están bien sujetas por el ejecutivo, que la política de comunicaciones tal vez no es la mejor, que la ley de medios está hecha para debilitar a Clarín, que se necesita una auténtica reforma a la justicia que ponga énfasis más en el derecho a la vida que en el de propiedad, pero estas observaciones no dan pie para un afán destituyente. Este país, y eso lo decía Gombrowicz en los años cuarenta, es inmaduro, incompleto, en donde está todo por hacer, donde están todas las posibilidades. La oposición es inmadura, el gobierno es incompleto. Pero muchachos, esto es Argentina.

Publicado en Revista Punto Final y en el blog del autor (15/05/2013)

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2 Comentarios

  1. Indudablemente al sujeto de "se tienen que ir" lo chavizó la oposición y ésta mal llamada"oposición" sín querer queriendo,le deja expedito el camino al kirchnerismo para qué a su real antojo maneje la política Argentina.

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  2. "La oposición es inmadura, el gobierno es incompleto."

    En España, la guadaña es la misma.

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