Del buen fútbol y vainas de solitario

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.

Casualidad, pero hoy, en el zapping que depara siempre sorpresas, pasaban la historia del Independiente campeón de la Libertadores, 1984. Noté los ridículos shorts, muy cortos, demasiado pegados, no dudo que ajustándoles los huevos tanto a los jugadores que las viejas cochabambinas les dirían, sentenciosas, que no habrían de hacer parir.

Bochini. De él un gol magistral en los partidos previos contra Estudiantes de La Plata. Recordé que obtuve a la entrada del estadio Capriles, de Cochabamba, una firma suya sobre un artículo en El Gráfico. Me pregunto qué habrá sido de ella, tanto gitanismo y malabares para vivir más o menos en paz. Pero eso fue antes del 84, antes del mundial argentino incluso. Todavía estaba Pavoni, sobrio y carismático atrás, el uruguayo.

Llegan las tres B, me avisó mi padre, alcanzándome los pesos para comprarme una entrada. Asegúrate, dijo, que sea en Preferencia. Sol, como le decían al otro lado, servía para la plebe alcoholizada, donde la chicha corría en arroyo por las escalinatas; sobre la calle, entre polvo y palmeras, se desataban escenas dantescas de tipos con la linga al aire echándose sonoras meadas en medio de vendedoras con suculentos sándwiches de chola. Domingo en la tarde, cayendo el crepúsculo, aquella cuadra de la Avenida Libertador se hacía impasable, y húmeda. Muy cerca, en los frontones de pelota vasca, los q’ajcheros seguían la rutina nacional, esta vez con cerveza Taquiña, y festejaban la vida, no el deporte, o qué elementos oscuros de su psiquis, vaya uno a saber. El canchero, don Q’aspa, y los q’aspitas, sus hijos, hilaban parsimoniosos las bolas que vendían para el juego. Hilo y goma, ligas de hule, una tras otra, dando forma redonda casi perfecta. Luego las cubrían con cuero de colores, unas más grandes, para la q’ajcha, otras menores para la recién introducida raqueta de madera, duras como piedras. Rompían las manos, les sacaban “clavos”, lesión típica del juego que requería cirujano.

Las tres B eran Bertoni, Bochini y Balbuena. Menotti probaba a los dos primeros para lo que sería la selección campeona del mundo el 78. Quedó Bertoni, el que más me gustaba. Al Bocha, lo decían por su apellido y su inteligencia, lo descartó por gente más aguerrida como Valencia, o el barbón Villa, sin hablar del mejor 10 de todos los tiempos que fue Beto Alonso. Seguí esa controversia en las revistas especializadas. La televisión todavía representaba lo último de la tecnología, y la fatalidad boliviana solo permitía ver lo que se podía piratear. Las imágenes del fútbol de entonces me venían de la literatura, la deportiva y la “seria”. Con holgura podía cuestionar la necesidad de Piazza, entonces en el Paris Saint Germain o el Olimpique de Marsella (no estoy seguro), a quien reclamaban en reemplazo de Gallego o Passarella, sin nunca haberlo visto jugar.

Hoy la cosa cambió. Hay tanto que prefiero no encender el televisor. O son los monstruos de río, del magnífico programa de ese nombre, o porque el canal del Tecnológico de México pone un recordatorio de Monsiváis, mientras el de CONACULTA tiene a Silvia Lemus entrevistando a alguna joven autora. Ni hablar de las peleas de la UFC, que me mantienen pegado a sus rounds hasta que alguien se desmaya, le rompen el brazo o muere. El circo romano en casa, mientras devoro una hamburguesa cuyo costo humano y medioambiental aterra. Y el fútbol, creciendo hasta el infinito como fenómeno de masas, sin descanso: campeonato español, Libertadores, eliminatorias, la Copa de Campeones, y esta semana y la otra el torneo europeo de selecciones.

Ya vi a Rusia, Grecia, los checos, Ucrania versus Suecia, Dinamarca derrota a Holanda. No pude por asuntos de trabajo presenciar Francia-Inglaterra, pero no estaba Rooney, o sea que dio igual. ¿Qué diferencia me pregunto con los partidos imaginados de la infancia y juventud, de las jugadas maestras, taquitos y goles olímpicos, de la galera y el bastón de Branko Oblac? Hoy ni siquiera cabe la duda de un offside o un penalty. Ya va la computadora y te desmenuza todo, en fracción de segundos. También me gusta, da lugar a otro espacio de imaginación, da constancia viva del batallar sudoroso de los polacos contra los rusos, en un encuentro que representa guerras, pueblo contra pueblo, odio contra odio, Iván el Terrible, el falso Dimitri, Ucrania 1648, las divisiones, los Potocki, Kattyn, más anciano aún en tiempos del Gran Casimiro, o los Jagellones, cuando Rusia no era madrecita ni nada, sino un despojo mongol. Pobre Eisenstein, que lo dijo, a su modo, para evitar la ira de Josif, el malhechor.

Los miro en la mañana, luego de descabezar un sueño por lo general interrumpido. Entre los cronistas deportivos que traen muchos canales aparecen Mario Kempes, algo separado de su propia leyenda, Quique Wolf, el lateral argentino. Invitados, famosos, o exfamosos ya que la dinámica perniciosa del presente no aguanta iconos. Las estadísticas, que antes se hacían a mano, tan precisas que abruman. Eligen a Pavlichenko, por ejemplo, del fútbol inglés y la selección rusa, y rescatan hasta la aguja del pajar de su existencia.

Que quién saldrá campeón me pregunto. Y me respondo que está por verse. Hay varios candidatos. En ese instante se entremezclan literatura y balón, y mis gustos en patadas los deciden los otros de lecturas. Rusia por Solzhenitsin; Polonia por Kapuscinski; Francia por Lautréamont e Inglaterra por Auden. Gogol, claro, así quisiera Ucrania campeón. Pero también Dinamarca donde nació Karen Blixen, llamada Isak Dinesen.

De a ratos la cámara sale de los estadios y atisba la belleza anciana de las cúpulas de Kiev, la humedad industriosa de Breslavia. Se juega en Polonia-Ucrania. Una polaca de Silesia, en el trabajo, me comenta que sus compatriotas siempre desean ganarle a Rusia y terminan llorando por las callejas, anclados en botellas de vodka, que unos reclaman como bebida propia, y los otros también.


12/06/12
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 16/05/2012
Foto: Hinchas checos en la Eurocopa 2012

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4 Comentarios

  1. Literaturalizando el balón. Excelente escrito, estimado Claudio.

    Un dato algo pintoresco a estas alturas. Tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, la selecciòn chilena tuvo que viajar a Moscú a jugar por las clasificatorias para Alemania 74. Empataron 0 a 0 en un partido muy tenso. El partido de vuelta debía jugarse en noviembre, pero los rusos no viajaron, y los jugadores chilenos tuvieron que hacer acto de presencia en una cancha vacía.

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  2. No lo sabía, Jorge. Gracias. Ese, el del 74, es un mundial que recuerdo mucho. Solo leído; no había televisión en Cochabamba, todavía. Cruyff, Holanda, Breitner, Lato, Deyna, Polonia, retratos escritos. Seguíamos las jugadas y los partidos en los reportes de El Gráfico y Goles. Un año después, al fin, con un gran SONY en casa, pude ver que aquellos hombres se movían, que no solo eran lírica de papel.

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  3. A Quique Wolf lo tengo en el alma desde Simplemente Fútbol. Desde entonces el fútbol está dentro de mis pasiones. Buen escrito! Saludos :)

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  4. Kempes por lejos, el mejor entre mis recuerdos futboleros. acompañando a mi marido le tomé cariño al juego.

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