De carne y hueso

PABLO MENDIETA PAZ -.

Si hay algo que nos hace iguales en esta planetaria sociedad humana es que todos somos de carne y hueso, por más que haya diferencia en el pigmento de la piel, en el nombre, o en el idioma que hablamos, cuyo embrollo, como enseña el mito inspirado en elzigurat babilónico, se debió al disparate de los hijos de Noé de intentar construir en Babel una torre por la que podría escalarse hasta el mismísimo cielo; absurda tentativa que Dios cortó de plano mediante la confusión de las lenguas.

Pero así como todos somos de carne y hueso, existe otra similitud: poseemos esa parte superior del cuerpo llamada cabeza, que aunque en unos es más grande que pequeña, o cuadrada que esferoidal, al final de cuentas ella nos hace únicos y nos diferencia de otros vertebrados por su cualidad pensante; la que, averiguadas las cosas, se manifiesta de igual manera en las capas hiemales de Groenlandia, en la hoguera natural de El Azizia, en el templado y generoso valle de Cochabamba, en el arrítmico corazón de Wall Street -que es la parte globosa y algo hundida de uno de los extremos de la llamada Gran Manzana- (aunque este fruto es sabroso), o en los cordones de pobreza bañados por el mar Rojo.

De modo que no hay de qué preocuparse. Por más que unos sean del Primer Mundo, u otros del tercero (siempre tendré la duda en qué momento y por qué razón se esfumó el segundo), todos pensamos o actuamos igual. Que Einstein saque la lengua como mi inocente nieto de tres años; o que al príncipe Carlos se lo vea muchas veces con falda escocesa jugando con un tallito de cualquier cosa en su mano y dando saltitos infantiles; o que Piñera afirme que la educación es un bien de consumo, nos hace a todos perpetuamente humanos.    

No extraña, por tanto, que en el mundo llano del Norte o del Sur, o de Este y Oeste, con simétrica mentalidad, se hable del vecino en la mayoría de los casos con toda la carga de maldad que motiva a los criticones de siempre a frotarse las manos con satisfecha sonrisa, pasando por alto estos juzgamundos, como por arte de birlibirloque o encantamiento, que ellos mismos tropezaron en actos iguales a los que ahora censuran acremente. Es la mundana ley del olvido y la redención que cada quien, a su antojadiza manera, dicta y acata. Así, una pareja ya mayor, con una considerable sucesión de descendencia, poniendo en boca a todos los santos, condena con aspereza a la nieta mayor de sus íntimos amigos, de sólo 16 años, “una niña” que ha quedado encinta; y olvidan que ellos mismos fundaron su familia al calor de un fogoso amor carnal –libídine a cuerpo suelto- que los obligó a casarse precipitadamente en una sencilla ceremonia.

O que el otro amigo, el de la sagrada comunión dominical, no es más que un corrupto en el ejercicio de la abogacía, y que por eso puede mantener a las tres mujeres oficiales que tuvo, “y a cuántas más será”. O que el hijo del honorable amigo ya muerto (sobre quien recayeron las más gruesas diatribas en vida), no le llega ni al talón al padre porque es un borracho y pendenciero, pasando por alto la mujer que oficia de Torquemada, o por lo menos de Bernardo Gui, que hace no mucho ella misma tropezó y cayó de bruces sobre la estética escultura de granito que adorna la entrada de su casa, luego de empapar su organismo con seis copas bien cargadas de whisky en un té canasta. Y mientras con postura crítica persevera en hablar incendios del borracho y pendenciero, acomoda con gestos de molestia los parches que adornan toda su cara estirada por cirugía -o lifting-, que fue la parte más dañada del cuerpo por el etílico porrazo.

Esta gente, de rango mediocre, pulula como ejército de ciempiés en esta tiznada Tierra, impoluta, eso sí, por mágico y alivioso encanto, para quienes viven en otro formato. Nada más triste, pero todo lo que se ha dicho, y más aún, ocurre y ocurrirá siempre en este redondo y celeste planeta que de tanto y tanto girar regurgita sin falta un solo segundo. Nada más triste, pero también nada más acumulador de bronca e impotencia, así como experimentó el sabio Discépolo, quien, alargando sus dedos al piano interpretó con inspiración quid divínum la umbrosa y deformada sinfonía de nuestro mundo en su filosofal tango, un opus mayor.


Imagen: Adam Fuss/Untitled, (Roman Head from the Pinholes Series), 1984

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6 Comentarios

  1. Un gran texto con fuerte tono de manifiesto, escrito en un riquísimo vocabulario poco usual hoy en día; me recuerda a los autores del siglo de Oro en el estilo...
    Me agrada esa crítica explícita a la sociedad de nuestros pueblos arraigada en los prejuicios sociales y de educación religiosa, la católica en su mayoría o evangélica más al Norte que luego de cometer los pecados más aberrantes comulga, se confiesa y resulta ser más oscura y tenebrosa que el humo de las fogatas que incendiaron a las bellas brujas que quemó la Santa Inquisición.

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  2. Errata: Debí haber dicho "se confiesa y, luego comulga..."

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  3. Valioso escrito, estimado Roberto.

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  4. Vivimos empantanados en nuestra condición humana, intentando mancharnos mutuamente nuestras artificiosas plumas de pavo real, lavando nuestras culpas en los demás, mirando la paja en el ojo ajeno, y así parece ser la vida en todos lados.

    Un abrazo

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  5. Un escrito con fuerza bruta, me encantó.

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  6. Sabias duras palabras, muy necesarias para los tiempos que corren. A ver si asi se avivan. Saludos.

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