Delirios

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

A lo mejor, cuando las gentes se referían al santanderismo como una de las enfermizas características nacionales de Colombia, no querían ofender a Francisco de Paula Santander. Si es probable que dejaran constancia de la conflictiva relación con la ley que mantenemos por estos pagos.

Ese conflicto que se manifiesta de manera principal en resistencia al cumplimiento de la norma viene de antiguo y no es originario. El enorme aparato de disposiciones y órdenes que fue acumulando la corona Española en medio de las brutalidades de la conquista, muchas más que las indispensables del Génesis bíblico, y después durante las codicias y vanidades del mando en la colonia, generó y acuñó la contra conciencia del no cumplimiento. La sentencia ingeniosa y lamentable fue: se obedece pero no se cumple.

La distancia entre ese poder, revuelto de imperio militar y concepciones religiosas de las cuales derivaba su omnímoda autoridad, mar y océano de por medio, meses para que llegarán los papeles, incertidumbres y naufragios, tornaba a la ley, a las sentencias, una referencia endeble, inoportuna, que se extraviaba en un mundo que preservaba las potencias de su origen y enfrentaba las tiranías de quienes querían moldearlo bajo la forma de su incompleta realidad.

Así la ley perdió las virtudes de su aplicación, y en lugar de preparar las mentes de la sociedad para recibirla como necesaria y buena, lo que hizo fue pervertirlas en la convicción de no cumplirla y volverlas expertas en artimañas de ocasión.

A esta larga mala educación criminal y oprobiosa, como si los males tuvieran el imán de atraer males mayores, en terreno abonado por el pésimo ejemplo, las leyes de la República en pocas ocasiones se sujetaron al ideal de reglas precisas y claras, de entendimiento razonable por la comunidad, y se volvieron un berenjenal que enredaba los pasos de la vida, el sendero de su realización, progreso, felicidad. Por supuesto, lo que no desata la virtud y la razón, lo resuelve el crimen, el soborno, la estulticia.

Los efectos devastadores de esta peculiar manera de querer vivir con reglas no importan a muchos. Por lo general las autoridades y quienes representan a la gente se benefician de la dimensión de la ignorancia. Hubo un Alcalde, de la Capital, que quiso ponerle cuerpo a la ley y se iba a las avenidas a multar y enseñar a los conductores del transporte público. A entender porque avanzaban como lombrices en lata, enredando la precaria movilidad. Terminó atropellado. Otro, con más recursos pedagógicos aplicó un plan: los impuestos, los servicios domiciliarios, los niños, los cruces, los semáforos, las discusiones. Uno de sus sucesores acabó el proyecto y siendo de izquierda, dice él, prefirió recoger los restos de los mercados y repartirlos a los pobres. Cómo se hace Sociedad y Estado así ¿?

No cree Usted que la locura y el despilfarro ante la sentencia en el litigio con Nicaragua viene de aquellos vicios que claman por siquiatra y verdugo ¿?

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