Días extraños

GONZALO LEÓN -.

En las últimas semanas han pasado cosas extrañas: se me estropeó la ducha de teléfono (ahora no calienta a nadie), me cobraron un mes de gastos comunes dos veces (el ex conserje asumió el hurto y está devolviendo el dinero), una escritora argentina consideró que yo escribía con desgarro y durante una lectura de poetas chilenos vi cómo atravesaba una sala una señora en silla de ruedas para luego salir por la otra puerta. Esto sin contar con mi inestabilidad laboral en La Nación y mis intentos por irme del diario de forma pactada.

Son días extraños, reitero. La otra vez me llamó mi “ex” y me dijo que un amigo pintor de 67 años quería que hiciéramos un trío. Si me hubiera dicho que quería tener sexo conmigo, no le hubiera dicho lo que le dije, pero en Chile nunca se dice lo que se piensa, o en otras palabras nunca se manifiestan las verdaderas intenciones. Entonces uno tiene que empezar a adivinar y quizá por eso, entre tanta adivinanza, los días, estos días se volvieron extraños, ajenos, no propios. No quiero decir que en el último tiempo alguien distinto a mí u otro ha vivido las cosas que me han tocado vivir, es sólo una sensación que me embarga. Es como El Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, un doctor que se comporta como un perfecto caballero y un míster como un bárbaro. Son dos personas en una, dos versiones de la misma moneda.

Quisiera detenerme en este cuento de Stevenson, un cuento que según César Aira en Las tres fechas trata de la doble moral victoriana. Voy a discrepar con Aira y diré que El Dr. Jeckyll y Mr. Hyde es más bien un thriller, en donde se busca un culpable por unos extraños asesinatos que comienzan a ocurrir alrededor del respetable Dr. Jeckyll. Si no fuera por esa famosa pócima, uno podría afirmar que en ese Londres en donde está ambientado el relato no existían crímenes en las “altas esferas”, o de existir éstos eran escondidos o acallados. Para muestra un botón: “Se sabe de hombres que han contratado a malhechores para que cometieran por ellos crímenes, mientras que su reputación y su persona no sufrían menoscabo”. Lo que hace Stevenson es denunciar un o unos hechos que se sabían pero subterráneamente. Y de ahí los exhuma y los pone a conocimiento público. El crimen ante nuestros ojos, como el Informe Rettig a principios de los noventa. Cuando el Presidente Aylwin lo dio a conocer, muchos ya sabíamos que habían ocurrido crímenes, y no sorprendía; sin embargo, era distinto ver reflejado los asesinatos en esas páginas.

Pero volvamos a mis días extraños, en los que me he acordado del relato de Stevenson, pero además me han hecho pensar en mis crímenes. ¿Acaso no fue un crimen responder lo que respondí a mi ex cuando “propuso” el trío? Después de todo, otra ex me propuso lo mismo, pero con una chica y bien atractiva. ¿Acaso no sé que, al menos, un conocido llevo a cabo un trío y ahí conoció a la madre de su hijo? En realidad esta propuesta fue lo menos extraño que me ha sucedido en el último tiempo. Pienso nuevamente en la ducha; en general cuando las cosas se estropean pienso en fantasmas, en señales desde el más allá. Sin ir más lejos, hace un mes encendí una luz y bum, se quemó. Luego prendí otra y bum, lo mismo. Cuando se lo conté a un amigo, me dijo que tal vez andaba con una energía extraña. Energía extraña, hechos sobrenaturales, decretos, fantasmas, egrégores, santos; no, prefiero no creer en esas cosas, prefiero explicarme lo que me sucede de otra manera, aunque cuando los días son extraños soy capaz de creer en cualquier cosa.

Para ilustrar aun más estos días, la otra vez me tuve que juntar con una mujer y en el camino me topé con dos enanos ciegos en la micro. Ambos entonaban una mazurca llamada “La petaquita” y que decía más o menos así: “Tengo una petaquita para ir guardando las penas y los pesares que estoy pasando. Pero algún día, pero algún día, abro la petaquita, y la hallo vacía”. A la semana siguiente me reuní con otra mujer, una enemiga de la otra, y en la micro me topé con un enano viejo. Contemplándolo de cerca, pensé en lo difícil que es que un enano llegara a esa edad: canoso, con la piel arrugada y venosa de sus manos, lucía un jockey de lana. Pensando más de la cuenta, medité sobre la presencia de los enanos y esas dos mujeres que son enemigas a muerte. ¿Acaso los enanos están condenados a muerte, a la extinción? Mejor no darle vueltas al asunto. Eso es o de eso se trata. Cuando los días son extraños, no hay que pensar nada. Cuando los días son extraños, lo mejor es ponerse a leer y observar las extrañas historias de otras personas. Para estas semanas recomiendo a Gabriela Bejerman (“Linaje” o “Volveré y seré la misma”) o a Luis López-Aliaga (“El bulto”).

Publicado en el blog del autor el 24/11/2010

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