En busca de la memoria involuntaria

GONZALO LEÓN -.

En el prólogo de La invención de Morel, Borges escribe: “Hay páginas, hay capítulos de Marcel Proust que son inaceptables como invenciones: a los que, sin saberlo, nos resignamos como a lo insípido y ocioso de cada día”. Esta opinión sobre la obra de Proust es bastante extendida, al menos, en cierta escena literaria argentina. Vale la pena entonces recordar el ensayo que escribiera el Premio Nobel irlandés Samuel Beckett, llamado simplemente Proust y que Editorial Tusquets acaba de editar.

En cien páginas muy exhaustivas, Beckett aborda la monumental obra de Proust (En busca del tiempo perdido), deteniéndose en lo esencial, aclarando lo que hay que aclarar, sirviendo como una guía de lectura, tanto para los que han leído o no al autor francés. Una de las primeras cosas que nos dice Beckett es que “las leyes de la memoria dependen de las leyes más generales de la costumbre”, definiendo a la vida como costumbre, o más bien “una sucesión de costumbres por cuanto el individuo es una sucesión de individuos”. Lo que intenta explicarnos es que en la vida de un hombre hay varias vidas y varios hombres y por tanto, siguiendo las leyes de la memoria, habrá un sinfín de recuerdos.

¿Pero qué hace que un individuo retenga un recuerdo y no otro? Según Beckett, en la costumbre no podemos deslumbrarnos, por lo tanto son aquellos períodos de transición que separan la muerte de una costumbre y el nacimiento de otra “donde está la realidad, insufrible, febrilmente absorbida por la consciencia del narrador en el límite extremo de su intensidad”. Proust juega en este intersticio, o para decirlo con sus propias palabras: “Porque si la costumbre es una segunda naturaleza nos impide conocer la primera, de la que no posee ni sus crueldades ni sus encantos”. La costumbre, o para ponerlo en términos coloquiales la cotidianeidad, es lo que nos impide conocer la realidad. Entonces hay que luchar contra ella.

¿Pero cómo hacerlo? O mejor dicho, cómo lo hizo Proust según Beckett. Recurriendo a la memoria involuntaria que, según el Premio Nobel, “es una maga díscola que no admite presiones. Es ella quien escoge la hora y el lugar en que sucederá el milagro. Ignoro cuántas veces se produce este milagro en Proust”. A la hora de escoger una acción o una imagen se queda con el episodio de la magdalena mojada en el té, para él “todo el universo de Proust surge de una taza de té”. No se trata entonces que haya ido en busca de los recuerdos, sino más bien de la operación contraria: de estar receptivo para cuando los recuerdos decidan ir tras él. Por eso, advierte Beckett, el material no contiene “nada del pasado, no es más que una proyección borrosa y uniforme, en su día extirpada, de nuestra angustia y oportunismo, es decir: nada”.

Dos autores latinoamericanos como Mario Levrero (en El alma de Gardel) y Fogwill (en La gran ventana de los sueños) exploraron cómo funcionaban los recuerdos y los sueños, concluyendo que recuerdos y sueños abrían una grieta para la invención; porque la mente suele completar, bajo una narrativa aprehendida y heredada, lo incompleto. Para Proust no existe gran diferencia entre recordar un sueño y una realidad, porque como el autor de este ensayo, “la única realidad es la que viene dada por los jeroglíficos que traza la percepción inspirada”.

Por eso Proust se burla de los realistas y naturalistas “que rinden culto al detritus de la experiencia”, describiendo sólo la superficie y dándose por ello satisfechos. Él intenta llegar a la Idea que está detrás de todo, si es que hay algo. El diálogo que establece Samuel Beckett con su obra es estimulante porque hace reflexionar no sólo sobre la Idea que estuvo detrás de ella, sino que además opera con nociones básicas de la creación literaria, que para él están en permanente cuestionamiento, lo que en un ensayo breve pero exhaustivo, como éste, se agradece. La mini obra de teatro que le sigue, de autoría del Premio Nobel, completa el cuadro y es un regalo.


Publicado en Suplemento Cultura de Perfil

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1 Comentarios

  1. Arbitraria memoria. Recuerdo la hilarante exasperación que manifestaba Jenaro Prieto ante la lectura de Proust. Pero ese es otro cuento. Yo lo valoro como un secuenciador de imágenes poéticas.

    Saludos cordiales.

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