La dignidad y el perdón

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

En medio de la retahíla de noticias, inocuas unas, dolorosas otras, ridículas muchas, mientras se incendiaba la casa de Snoopy, el personaje de Schulz, hubo una que debería ser materia de reflexiones.

El 17 de septiembre pasado, en la discreta página 7 de un periódico, encima de la fotografía de un rostro de hombre tatuado o torturado por el sufrimiento, el título dice: Lo que quiero es justicia en el caso de mi hijo.

La precisión severa de la voz que expresa lo que se pide, la materia misma de lo solicitado: justicia, llevan al lector a detenerse. Y hace falta detenerse ahora que los espacios de lectura se han perdido. Antes era usual leer la prensa con un café y dialogar a solas con la realidad, o sentarse en el banco del limpiador de zapatos que mientras brilla aporta su criterio formado por diversas y cotidianas charlas.

La noticia refiere, mediante una breve entrevista, la respuesta del padre del profesor Alfredo Correa de Andréis al perdón ofrecido por un funcionario de la dependencia de Seguridad del Estado después de nueve años en que mataron a su hijo. Como en los peores tiempos, que no concluyen, los colombianos seguimos en las andadas. Destruir al otro porque piensa distinto a mi. Agravado el crimen por un Estado que participaba en la cruzada demencial y preparaba su sustitución. Los hampones que robaron tierras, mataron poblaciones enteras, acuñaron una retórica, pronto cooptaron a los poderes públicos para preparar el asalto final que garantizaría impunidad y un extraño país desolado, unidimensional. Un país sin mujeres, sin homosexuales, sin libre pensadores, sin universidades, sometido a una parranda impuesta.

¿Alguien habrá imaginado lo que pudo suceder si los señores hubieran decidido quedarse en el Congreso de la República o en la casa de Nariño?

Parece entonces que la desmesura criminal del asunto dejó a la justicia sin elementos convincentes de castigo y reparación. En la orfandad de explicaciones y medios se ha vuelto a un acto que se debate entre la cortesía descuidada y el sacramento de la religión que parece servir más a la conciencia sin propósito de enmienda del pecador que a su incorporación plena a la Gracia. De haber sido su resultado el de la Gracia tendríamos un mundo en el cual la cívica, los fundamentos de convivencia, serían observados.

Pero se volvió una moda esta de andar diciendo perdones impuestos. De especial manera para quienes disponen de medios de comunicación y aparecen en la televisión con rostros de payasos compungidos y los escondites del dinero mal habido repletos.

¿Qué debe hacer quien no da el perdón? ¿Una acción que modifique la sentencia?

¿Cuál es el rito del perdón?

Ojala la dignidad de Raúl Correa inste a la justicia y al Estado a recuperar seriedad y pertinencia. ¡Perdón señores!

Fotografïa: Raúl Correa, padre de Alfredo Correa de Andréis.

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2 Comentarios

  1. "Perdón" esa palabra en el marco jurídico me incomoda mucho y me espanta cuando termino de pasarla por todos mis filtros. No me parece posible el perdón ante un crimen, siempre debe haber un castigo justo y necesario. No tanto para dar ejemplos porque los delincuentes no toman ejemplos ni atienden a los posibles castigos, sino porque eso es ajusticiar. Así de simple. El que las hace las paga.

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  2. Perdonar es algo muy íntimo. Quien podría cuestionar al padre de un hijo asesinado.

    Saludos cordiales, estimado Roberto.

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