Todos los santos

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.

Con el fin de la Cuaresma, el Viernes Santo, la película de Mel Gibson sobre la pasión de Cristo, la devoción permanente de la sociedad norteamericana y varios asuntos de índole religiosa, el ambiente se prestaba a palabras que hablaran de santidad.

Hojeé a Papini, sus "Testigos de la pasión", y repensé en las profecías que anunciaban la terminación del mundo cuando asomara el año dos mil. Al alba del segundo milenio nos encontrábamos en Bolivia, no muy preocupados a decir verdad por lo que habría de suceder; si los muertos salían de sus tumbas nos encontrarían reunidos, cerveza alrededor, y podrían recalentar sus cuerpos largamente fríos entre cueca y ron.

Al acercarse los primeros mil años de la era cristiana el pánico se apoderó de las masas españolas; todos creían ver signos del fin en cualquier detalle intrascendente. Para colmo, Al-Mansur, Almanzor, volvía con sus bereberes a asolar la cristiandad, fabricando santos y mártires con la velocidad del fuego, mientras los creyentes de Cristo se arrojaban bajo los cascos de su caballo y se entregaban a la muerte seguros de alcanzar la gloria en el martirio. El poeta mexicano Homero Aridjis en su magnífica novela "El señor de los últimos días/Visiones del año mil", retrata aquel soplo de terror que recorría la desmembrada España. De sus páginas extraigo que no hubo siglo mayor, o tiempo más propicio, para la aparición de reliquias santas: un pie, una quijada, la falange de un dedo, cabellos recolectados al azar, confundidos con osamentas de animales en un período en que difícilmente sabrían diferenciar un hueso de otro.

São Paulo, en el Brasil actual, no se abstiene de este renovado impulso creyente; su santo de moda, asociado con la depresión económica, es San Expedito, que no aparece en los libros vaticanos y de quien se duda existió. Algunos historiadores afirman que se lo veneraba en Sicilia durante el siglo XVIII. Otros, menos cautos y sin duda más pecadores, encuentran el origen de esta práctica en una caja que arribó en la bruma de la historia a un convento parisino, llevando en su interior supuestos restos santos. La caja tenía un cartel pegado con la palabra "expedite" y las señoras consideraron que aquel era el nombre del santo cuyas reliquias traía el equipaje, y así se quedó: San Expedito. Este mártir debiera, que bien lo merece, ser el patrono de los trabajadores de correo, dadas las circunstancias que lo trajeron a luz, pero el extraño mundo en que vivimos no le designó esos lares. Lo veneran todos los que deseen mejorar su situación dentro de la dramática crisis monetaria del Brasil. Viene a ser una suerte de Urkupiña euro-afro-americana que encuentra a sus adeptos entre aquellos que escuchan que el santo otorga dones: una camioneta, un mejor trabajo, un buen casamiento. No esperaba, quien fuera comandante de una legión romana en Armenia, convertido a la fe cristiana y decapitado por el emperador Dioclesiano por ello, verse, con el nombre transformado por ignorancia aunque talvez con visión-, repartiendo automóviles y títulos en esta Babel moderna del hemisferio sur.


20/04/04
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), abril, 2004
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz). abril, 2004

Imagen: San Expedito, el santo de lo imposible

Publicar un comentario

1 Comentarios

  1. San Expedito resulta muy funcional a estos tiempos de tanto apuro y escasas pruebas de blancura. Acá es también el santo con los mejores bonos al alza, en especial entre las clases acomodadas creyentes, que no son pocos. Lo que se recolecta en su templo ronda cifras multimillonarias que por cierto nadie sabe qué destino tienen.

    Muy buen artículo, estimado amigo.

    ResponderEliminar