Celebrar la Noche Buena, celebrar la vida

PABLO CINGOLANI -.

No hay porqué negarle a la vida toda su riqueza expresiva, aunque el capitalismo te lo niegue a cada momento. El problema de la negación de la vida, el genocidio, la esclavitud, la masacre; la supresión, anulación, exterminio de las culturas, sus valores, sus creencias, es carga y sobre carga y culpa y sobre todo culpa del capitalismo y de los capitalistas: no es un problema nuestro. Nuestro, me refiero, a los que queremos vivir y vivir de verdad y vivir intenso y vivir felices.

Navidad no es más que otra manera de celebrar el solsticio de la regeneración, el solsticio de la convicción más arraigada: que la vida no cede, que la vida siempre regresa, que la vida pugna, que la vida vence. Es nuestro Machaq Mara, nuestro Willka Quti, nuestro Inti Raimy pero en el revés geográfico: en el hemisferio norte, donde capas sucesivas de poder y dominación han querido alejar al hombre del destino del hombre.

El destino del hombre es uno sólo: es ser uno y parte de la naturaleza; la cultura no puede sino ser entendida como parte de esa relación y de esa reflexión, sobre todo ahora que el capitalismo nos ha desarraigado a extremos inconcebibles, a extremos aterradores.

Pero gelassenheit (serenidad) diría Martín Heidegger –por si acaso, una de esas mentes brillantes del HN, el Hemisferio Norte, que no sólo pudo y supo reconciliarse con la vida después del súper horror de los nazis, sino que lanzó al mundo ese mensaje que es el mismo de la navidad, es el mismo del solsticio de invierno: siempre hay esperanza.

Siempre hay esperanza, hermano, mientras no niegues que puede haberla.

Siempre hay esperanza, hermana, porque la vida fluye, la vida sigue, la vida no hace falta que le pidas permiso.

Sobre la vida y la regeneración de la vida, sobre esta idea natural, vino la idea occidental de un redentor, de un Cristo que nace para redimirnos, para dar la vida por todos los demás.

Es una bella idea, es tal vez –como construcción ideológica, estética, vital-, la más bella de todas las ideas.

¿Quién no se siente sangre de su sangre, sangre de Cristo recirculada y revivida en la sangre del Che, en la sangre de Javier Heraud, en la sangre de Néstor Paz, en la sangre de Fernando Abal, en la sangre de la sangre de todos nuestros mártires y de todos nuestros compañeros y compañeras que fueron muertos al igual que Jesús y que a los tres días resucitaron de entre los muertos, igual que el nazareno, para volverse carne y espíritu en miles de compañeros que a su vez murieron e igual revivieron y que así, vivos en la memoria, vivos en el alma del que lucha, llegan hasta nosotros para que los celebremos siempre, para que sigamos caminando con ellos, para que no los olvidemos nunca y con su ejemplo, con su valor, con su virtud –como la del Cristo palestino-, podamos seguir andando, podamos seguir respirando, podamos seguir luchando, podamos seguir resistiendo, podamos seguir construyendo, podamos seguir amando, podamos seguir viviendo?

Celebrar la Noche Buena es celebrar la Vida Buena, es celebrar el deseo de paz, de alegría y de felicidad que nos une a todos, más allá del espacio-tiempo, como especie humana; celebrar la Noche Buena es redención, es la posibilidad de hacerlo: es sentir que contra los pesares, contra toda la maldad, contra la negación al destino de ser cada vez más justos y ser cada más libres, seguimos vivos, seguimos latiendo, seguimos aquí, creyendo en eso, padeciendo por ello, luchando para que sea así.

Si hay algo que no deber morir es la vida. Pero si hay algo que tiene más deseo y más derecho de vivir que la vida misma es la esperanza.

A todo esto, yo lo llamo fe. Y la fe es el mejor regalo, la única recompensa, que la vida puede brindarnos. Y la fe es como el viento: es invisible pero tiene mucha fuerza… y si no, si no creen que esto es así, quiero compartir el sentimiento de lo que era la navidad cuando enfrentábamos a los milicos que asesinaban a la gente en la calle, decía así:

Noches de paz espera nuestra gente,
Noches de amor nuestro corazón
Un pueblo que sufre, herida caliente,
Nace el niño que no calla la voz.

No me harán sentir el frío de la soledad ni tampoco el castigo
De encerrarme en algún lugar, mi voz renacerá.
Nadie quiere escuchar, nadie aprende a gritar,
Gloria al ser que despierta y ama en paz

Navidad de palomas, necesito esperanza,
No me voy a esconder voy a salir a cantar...

La cantaba Celeste Carballo, tan amada. También, ese niño o niña. Tan amados. Y que también nos acompañó tantas navidades que estuvimos solos con nosotros mismos, aquí en Bolivia. No teníamos ni para comer pero teníamos algo que es más vital: teníamos fe. Fe como militancia. Militancia cono fe. Fe como militancia de la fe. Y la fe no sólo mueve montañas, ampara a la esperanza y te da de comer: más fe, siempre fe, sentir que los que se han ido, te acompañan –los muertos caminan con nosotros porque somos ellos, vivimos en ellos- y saber que hacia adelante, nunca hay nada que podrá doblegarte, jamás nadie podrá rendirte.

La Noche Buena es sentir todo esto; es celebrarlo, con fervor, con pasión, con amor: con todos y por todos y por siempre. Porque jamás nos vamos a olvidar, y acaso podremos perdonar, y hasta ampararlos en el nuevo mundo que construiremos, pero lo que nunca, nunca, nunca, vamos a hacer, lo que nunca haremos, es rendirnos.

¡Viva la Noche Buena y viva la vida!

Pablo Cingolani
Río Abajo, 24 de diciembre de 2013


Dedicado a Tor, allí donde se encuentre

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