Casimiro Luna. El cazador de extraterrestres de la calle Deheza

EDUARDO MOLARO -.

/ Del Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús

Casimiro Luna, el mecánico de la calle Deheza, aseguraba que seres extraterrestres lo habían abducido una noche en la que regresaba de un Baile de Carnaval.

Según su relato, mientras caminaba por la calle Margarita Weild unas luces se adueñaron de la noche y su cuerpo se elevó repentinamente del piso, para luego ser introducido en el centro de la fuente lumínica. Una vez allí –según Casimiro– unos seres que no pudo describir con palabras lo sometieron a una serie de análisis que incluían muestras de piel, saliva , semen y su billetera.

El brujo Maciel, famoso hechicero de la zona, se burló de aquel relato diciendo: 

- Ma´ qué Marcianos! Por lo que te sacaron, me parece que te metiste en un cabarute!

Pero más allá de la burla cruel de Maciel, Casimiro comenzó a indagar sobre la vida extraterrestre y al tiempo se convirtió casi en un especialista en la materia. Además descubrió que no estaba solo en sus creencias y decidió fundar, junto con unos cuantos compañeros, la agrupación Ufológica "Abdúceme que me gusta".

Cada noche, los miembros de la Asociación recorrían los barrios más despoblados de Lanús en busca de una luz en el cielo que les renovara la fe; un indicio que les revelara algún secreto del Universo, o el hallazgo de una trayectoria estelar que al menos les sugiriera qué número iba a salir en la quiniela.

Pero a pesar de los nulos resultados de esa búsqueda, los adeptos se fueron sumando. 

Sin embargo no faltaban quienes descreían de esas cuestiones.

Edmundo Morales, el poeta de la calle Ituzaingo, también dejó su incrédulo testimonio sobre estas especulaciones en su ensayo "No me vengan con boludeces".

Aquí, un fragmento:

"Cuando digo que no creo en los marcianos me tratan de escéptico. Y es un error. Creo en muchas cosas difíciles de concebir como reales: Las metáforas, las promesas electorales y los juramentos de amor eterno de las damas. Pero no me obliguen a creer en seres que vienen de otro mundo y que nunca han tenido la delicadeza de invitarme con un asado o de romperme el corazón. 
¡Nunca una muestra irrefutable! ¡Nunca un símbolo, un presente, un souvenir…una señal inequívoca de que quieren conocernos! ¡Nunca mandaron flores a la vecina más linda y nunca dejaron nada en ninguna parte!
¡Tales individuos no existen! Y en todo caso, si esos visitantes existieran, no serían de mi agrado.
Siempre conviene desconfiar de quien llega a tu casa con las manos vacías."

Pero quien más abogó en contra de las creencias alienígenas fue el filósofo de la calle Oyuelas, Heráclito D´Exceso:

"Suelo ser respetuoso de todas las creencias. Quien cree en un Dios piadoso y omnipresente es un hombre de fe; aquel que cree en Utopías, es un idealista, un soñador. Pero aquel que cree en la existencia de los marcianos es lisa y llanamente un pelotudo."

Pero Casimiro y sus cofrades no se dejaban amedrentar por esos pensamientos escépticos. Abrieron un local sobre la calle Arias donde convocaban a todos aquellos que quisieran experimentar la maravillosa sensación de un verdadero avistamiento OVNI. 

Y cada vez más gente se sumaba a la iniciativa. 

El local, donde mayormente se exhibían películas sobre encuentros lejanamente cercanos con seres de otras galaxias, ya empezaba a quedar chico.

Más allá de la devoción de Casimiro por las cuestiones extraterrestres, tuvo la terrenal idea de hacer algún dinero con aquello. Fue así que organizó excursiones al Cerro Uritorco ("El Paraíso de los OVNIs", decía el folleto publicitario) y Casimiro Luna comenzó a prosperar.

Las excursiones fueron un éxito total en cuanto a la convocatoria. No así con respecto a los avistajes de OVNIs. En 23 viajes realizados al famoso Cerro jamás vieron nada que se asemejara a un plato volador. Los más optimistas aseguraban que los alienígenas eran tan inteligentes que posiblemente se habían camuflado bajo el aspecto de algún aladeltista o del mismísimo guía que les contaba a los excursionistas la historia del marciano fumón. Pero la verdad era que nada extraño ocurría en ningún viaje.

Pero sin dejar que gobernara el desaliento, Casimiro redobló la apuesta. En un documental que le había llegado en una cinta de 8mm pudo concer la historia de que las pirámides de Egipto habían sido diseñadas por extraterrestres. Y Casimiro se adueñó de aquel concepto y lo compartió con sus entusiastas seguidores.

Fue así que comenzó a organizar excursiones al mismísimo Egipto, pero sin tanto éxito.

Una noche, regresando de una timba en casa de Quique Mónaco, su ilusión casi se cumple cuando unas luces lo encandilaron contra el paredón de los talleres ferroviarios de Escalada; unas fuerzas superiores lo hicieron caer, quedó inmovilizado y sus manos fueron apresadas por un dispositivo que parecía ser de una tecnología que él desconocía.

-"Por fin! ¡ Vlvieron por mí, queridos marcianos!"

-"Marciana tu hermana, negro boludo! Marche preso por juego clandestino!" – dijo el suboficial Umpierrez de la comisaría de Remedios de Escalada, hombre de no mucho apego a las creencias ufológicas y de ciertas dificultades intelectuales a la hora de dibujar una letra O con un vaso.

Con el tiempo, Casimiro transformó aquella devoción por la vida extraterrestre en una obsesión incurable. Creía ver OVNIs en la Estación Lanús, en la puerta de la Iglesia Santo cristo y en cada remate por encima del travesaño ( y de los viejos tablones de la tribuna ) que despachaba El Perro Lebioso, entrañablemente tronco centrodelantero de la escuadra granate de 1984.

Sus compañeros de vivencias no vividas comenzaron a abandonarlo; sus clientes del taller mecánico prefirieron recurrir a otros talleristas que colgaran de sus paredes fotos de minas en bolas y no de platos voladores, y el dueño del local que alquilaba prefirió rentarle aquel negocio a gente más creíble como el asesor de seguros que montó su oficina allí.

Y pronto dejamos de ver a Casimiro. 

Algunos dicen que la última vez se lo pudo ver fue corriendo tras la luz de la locomotora del Marplatense; otros dicen que murió al caer del edificio municipal de Lomas de Zamora, colosal al cual se había subido para comprobar que las luces navideñas de aquel palacio no eran otra cosa que un nuevo avistaje. 

Pero ninguno pudo comprobar estas especies. 

Los muchachos de la Barra triste de la calle Ituzaingo (que no creía en Marcianos) prefieren imaginar que, finalmente, los extraterrestre se apiadaron de él y vinieron a buscarlo.

Y no está mal. A veces creer en algo no es otra cosa que resignarse o convencerse de que no veremos más a una persona.

Después de todo, el olvido seguirá triunfando. Y mucho más cuando comprobemos que ya no queda casi nadie que nos traiga alguna anécdota sobre Casimiro Luna, el cazador de OVNIs de la calle Deheza.

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8 Comentarios

  1. creo en los ovnis tanto como en las brujas, nada! pero su relato esta impeque! me gustó!!

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  2. Se suman las genialidades del Atlas Desmemoriado. Sin duda que la posibilidad de que exista vida extraterrestre es mucho más probable a que se cumplan las promesas electorales.
    Ingenioso, hilarante y con el toque único del tristemente célebre compendiador.

    Un abrazo, amigo Edu.

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  3. Hay que olvidarse cuando vemos un ovni, el riesgo de pasar por loco o por idiota es demasiado alto.
    Divertido ser pueta.

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    1. Lo es. Y a veces peligroso. ( decenas de maridos celosos confirmarían su desprecio )

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    2. Lo es. Y a veces peligroso. ( decenas de maridos celosos confirmarían su desprecio )

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  4. ¿ Por qué no haberle creído al mecánico Casimiro?, si abducidos encontramos por todas partes, aunque ninguno ha podido probarlo,... hasta ahora.
    Entretenido y divertido su relato amigo Eduardo, una vez mas.

    saludos

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    1. Gracias, querido Luis! Tal vez conviene no creerle a los Casimiros. Pero sí escucharlos cada tanto.

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