El día en que murió el calesitero

EDUARDO MOLARO -.

/ Del Atlas Desmemoriado del Partido de Lanús

Aquel no fue un día cualquiera. Incluso, hasta los árboles de la plaza entristecieron tanto que, desaprensivos por el dolor, dejaron caer sus hojas. Los seres demasiados racionalistas atribuyeron el fenómeno a la presencia de la estación otoñal, pero los muchachos de la Barra Poética no hacían ese tipo de especulaciones supersticiosas y sabían con toda certeza que aquel melancólico prodigio obedecía a la pena que los viejos sauces tenían ante la pérdida de Don Hugo Mendieta, el calesitero de la Plaza Villa Obrera.

El querible personaje había ejercido durante 30 años el noble oficio. Los niños amaban al calesitero y él les prodigaba un afecto desinteresado y generoso. Estadísticamente fue el profesional de ese oficio que más veces entregó la sortija a los pasajeros del giratorio paraíso. 

Sin embargo, no faltaron maledicentes que atribuyeron aquella meritoria dedicación a las supuestas intenciones de Mendieta de levantarse a las madres de los niños. De todos modos, y es justo decirlo, aquella infamia difícilmente podamos desmentirla, ya que Don Hugo atesoraba en su haber varios romances con madres, niñeras e incluso maestras del colegio Santo Cristo.

De hecho, su muerte parece justificar a los maledicentes, porque Mendieta – como buen lanusense – murió asesinado por una perdigonada de la escopeta de Cayetano del Asta, marido celoso y egoísta que no quería la felicidad de su esposa ni la del entrañable calesitero.

Como ilustre personaje, muchas instituciones ofrecieron sus instalaciones para el sepelio. Aquello derivó en uno de los tantos debates paradisíacos de las fuerzas vivas lanusenses.

Reunidos en la Plaza misma, justo frente a la calesita, los presidentes de varios clubes y sociedades de fomento se disputaron el honor de cobijar los restos de Mendieta para su último adiós.

Heráclito D´Exceso, el polémico filósofo de la calle Oyuelas y miembro de la Barra poética, en representación de ninguna institución, sugirió que el calesitero fuera velado en el emblemático Bar ´El vómito ¨, lugar donde Don Hugo acudía cada noche a compartir sus pensamientos, una buena caña Legui y unas memorables tacadas de billar. El Tano Brazzutto adhirió a la idea de Heráclito, asintiendo y dejando ver – por las dudas – que su plateado revólver 38 descansaba expectante en su cintura. 

Pero como casi toda discusión lanusense, aquello terminó a las trompadas. La policía intervino con menos intenciones apaciguadoras que de prenderse en la batahola. 

Finalmente, los restos de Mendieta fueron velados en el Club Ameghino. 

Fue un acontecimiento que muy pocos olvidarán. Cientos de personas se acercaron allí para saludar por última vez al calesitero, tomarse un cafecito y echar un vistazo a los escotes de las madres, niñeras y hasta docentes del colegio Santo Cristo.

Algunos guitarristas y cantores del barrio también se acercaron a rendir tributo al finado, deleitar a la concurrencia con su música y también, de paso, intentar seducir a alguna de las damas antes mencionadas.

El poeta Edmundo Morales dedicó unas sensibles palabras a Don Hugo Mendieta, el dueño del bar ¨El vómito ¨ dejó un mazo de naipes y una botella de Legui dentro del féretro y Griselda, la afamada prostituta de la calle Posadas, abrió su escote y exhibió sus pechos frente al cajón a modo de póstumo homenaje.

Luego el alcohol comenzó a recorrer la sala y los ánimos poéticos dejaron de existir. Las damas que amaron a Don Hugo ( muchas, vale decir ) se trenzaron en una divertida gresca de arañazos, gritos y tirones de cabello; Heráclito D´Exceso - mitad por beodez y mitad por vocación - se dedicó a desafiar desvergonzadamente a todo caballero acompañado de una dama a pelear en la puerta del velatorio, mientras Edmundo Morales recitaba convenientes Elegías al oído de la joven directora del colegio Santo Cristo.
Como no podía ser de otro modo, aquello terminó con la intervención policial.

No hubo entierro. Mendieta había pedido que sus cenizas fueran diseminadas sobre el pedregullo que rodeaba a la calesita.

Acaso por eso ( o porque aún abrazamos la fe poética ) algunas damas que pasean por la plaza, cada tanto, tienen la sensación de que una tierna brisa levanta sus faldas o acaricia suavemente sus escotes.

Los racionalistas del otoño insisten en atribuir los prodigios a supersticiones tales como el viento.

Los muchachos de la Barra Poética saben que se trata de Don Hugo Mendieta, desde su nueva y pícara condición espectral.

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8 Comentarios

  1. La calesita! Cuánta nostalgia! A mi no me gustaba nada, nada pero a mi hermano le alucinaba. Fueron tiempos duros aquellos, obligada a dar vueltas en un caballo de plástico o un auto fijo. Los calesiteros de mi barrio del conurbano bonaerense eran pendejos de pocas pulgas, olvidables! El tuyo es una pieza de colección, un tipo que sirve como ícono. Ahora veo las calesitas y los calesiteros y recuerdo aquellos momentos de la infancia y también recordaré este relato.

    Muy buen relato Edu!

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    1. ..y es que ya las calesitas ( al menos por estos porteños lares ) ya no son lo que eran. Ahora se visten de Carrousel ¨ y hasta se ven más glamorosas. Incluso, me atrevo a afirmar, que en lugar de música pasan ¨jingles ¨, mitad para promocionar otras cosas y mitad porque al ser más breves la vuelta dura menos!
      Malditos mercaderes! Jajaja
      Gracias, Bella Lore.

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  2. A cuántas mamás casadas, viudas y solteras habrá conquistado este fulano!!! Otro loco personaje inolvidable amigo EDU! Muy buenos tus escritos siempre

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    1. A muchas, Ale! A muchas! Envidiable, el tipo.
      Muchas gracias, bella amiga!

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  3. LUIS9/3/14

    ¿cuantos muertos por manos de machos celosos faltarán aún por encontrar en ese "Atlas".

    Como siempre amigo Eduardo, muy entretenido su relato.

    Saludos

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    1. Creo que deberían tener un cementerio exclusivo para ese tipo de finados, querido Luis! Un abrazo enorme y mi gratitud.

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  4. Anónimo9/3/14

    A mi me encanta la calesita!! si no fuera porque me miran raro me subiría siempre! buen relato EDU!

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    1. Jajaja! Yo evito subir a una de ellas porque me agarraría a trompadas si no me dejan ¨cazar ¨ la sortija.

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