El mar

PABLO CINGOLANI.-

El mar es azul o no tanto y no importa, en el fondo (y menos en el fondo del mar, que es negro, negro total, negro abisal), o en la superficie, de qué color es el mar. El mar son todos los colores juntos o no es ningún color, eso depende.

Nimendajú cuenta de los guaraníes que querían llegar al mar. Es la historia más desgarradora de todas: el mar era también la-tierra-sin-mal. O el mar, más bien, era el acceso: querían llegar al mar, porque allí, en sus playas, vendría algo, alguien, una fuerza, una luz, que los llevaría hacia o a la-tierra-sin-mal. Nimendajú no podía convencerlos de otra cosa: ellos insistían, vamos a la costa, vamos hasta el mar. Se rompieron el culo por llegar al mar y finalmente, llegaron.

Escena uno: los guaraníes se fajan, se baquetean, caminan mil ochocientos kilómetros, caminan media vida, por llegar al mar. Finalmente, llegan, llegan al mar. Cuando los tipos ven el mar, se enloquecen: no saben dónde empieza ni menos donde termina. El mar, el dichoso mar, había sido infinito, como su desgracia.

Escena dos: Nimendajú les dice, amablemente y por millonésima vez: volvamos, hay unas tierras para ustedes (el hombre blanco se las concede) pero no son aquí, no son estas playas donde solo hay arena, horizonte, viento y pesadillas (cuando cede la magia, el corazón se puebla con ellas y eso les pasaba a los guaraníes de esta historia. Nimendajú sabía).
Escena tres: los caciques se reúnen y deciden: no nos iremos. Esperaremos a que lleguen a buscarnos y así llegaremos a la-tierra-sin-mal.

Escena cuatro, cinco y seis: los guaraníes esperan un día, dos días, tres días, cuatro días. Nadie viene a buscarlos, nada viene a llevarlos a la-tierra-sin-mal. Se mueren de hambre. Se mueren de sed. En verdad, de lo que más se mueren es de angustia, de desasosiego, de cataclismo, de fin del mundo, de fin de un mundo, del fin de su mundo.

Escena final: uno de los caciques, se acerca a Nimendajú y le dice, con toda la tristeza del universo a cuestas pero también con toda su dignidad: vámonos, hermano, vámonos a donde tú quieras. Nadie nos vino a buscar, no tenemos a dónde ir, ya parece que no tenemos lugar en este mundo, el mar es negro, negro como nuestro destino.

Esta historia no es mía: es de Nimendajú, que la contó, más o menos así, en sus memorias. Nimendajú, fue el primer antropólogo occidental –su nombre original era Curt Unckel, era alemán, como Nietzsche- que se animó a ir a vivir con los indios, compartir con ellos. Fue a principios del siglo XX, antes de Hitler, antes que Alemania se contaminara de Hitler.

Aunque no lo crean, los guaraníes también tuvieron sus hombres-dioses, igual que el pequeño demonio austriaco, pero todos los hombres-dioses de los guaraníes murieron en Kuruyuki, los inmolaron allí. Más no fue el ejército de los soviets el que acabó con ellos, sino el ejército boliviano. Igual pasó con el Che Guevara que nunca fue un hombre-dios pero fue lo más parecido que tuvimos a esa especie que ya se extinguió.

Publicar un comentario

1 Comentarios