Kafka

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.

Qué fascinación ejerce todavía el pequeño judío de Praga. Tal vez su juego fue apostar al misterio, y, borgiano a priori, elaboró un simulacro de espejos y laberintos donde en principio y final estaba él. Lo logró.

Tuve por casi veinte años, en la pared de casa, un afiche donde la mirada de Kafka acecha sobre la ciudad vieja de Rilke, de Franz Werfel, Jan Neruda, Karel Capek, Julius Fucik, Nezval, Jaroslav Seifert y tantos que nacieron, vivieron, murieron allí. No son ojos de cucaracha; son ojos de hombre capaz de hacer de dioses cucarachas, de penetrar hasta el último recodo de la duda, del amor y del poder...

Brújula, de Santa Cruz, me envió un cuestionario acerca del autor judío checo-alemán (hoy todos lo reclaman), y ya que el espacio no fue bastante para las opiniones, me tomo la voluntad de plagiarme y repetir algo de lo ya escrito.

Kierkegaard lo prefigura en la angustia como fuente literaria. Kafka, individuo por encima de escritor, se sitúa en los márgenes de todo: política, religión, judaísmo. Alimenta su mente, la expone en su obra con la riqueza de no poder ser, una opción pendular casi alógica que acarrea consigo los demonios de la duda, el terror, la incertidumbre. Escritor perfecto de un universo que perece mientras nace otro, casi el Nietzsche de Liliana Cavani sobre el que se reflexiona en la extraña ubicuidad de pertenecer -y también prefigurar- dos mundos.

Preguntaron el por qué pidió a Max Brod quemar sus manuscritos. Respondí con unas líneas alucinantes del crítico literario austro-brasilero Otto Maria Carpeaux. Como sigue: "(...) não pretendia criar "literatura": teria mandado a Brod destruir os originais por fundado receio de que o mundo os pudesse interpretar como literatura". No necesita traducción.

Sobre qué y dónde es y leí "La metamorfosis", dije: en Buenos Aires, en 1975, en un viaje con mi madre. El impacto tuvo estrecha relación con el momento que vivía la Argentina. En la primera noche me paseé por los portones cerrados del Abasto, y la humedad de la ciudad, más el agua utilizada para lavar los pisos, hacían brillar el pavimento como caparazón de cucaracha (...). Corrían tiempos de muerte. ¿La metamorfosis? Encrucijada del hombre ante el futuro. Lo incierto de mañana y la aguda sensatez de saberse poco, o nada. Quizá única rebelión posible ante la maquinaria del universo que aunque parece absurda (kafkiana) funciona a la perfección en sus facultades destructivas.


25/07/2010
Publicado en Opinión (Cochabamba), 27/07/2010
Imagen: Caricatura de Franz Kafka (de un blog)

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2 Comentarios

  1. Leyendo sus diarios me ha conmovido su extrema autoconciencia, superlucidez o superconciencia (invento nombres para salir del paso, pero es algo así) que lo envuelve de cierta timidez, de cierta introspección, duda de casi todo, se resiente de sus relaciones, de su educación, se siente torpe, teme no avanzar, ve baldosas frías en el camino, vericuetos insalvables...

    De sus escritos me ha inquietado casi todo, y particularmente El cazador Graccus.

    Tal como lo entiendo, tal como entiendo que lo planteas, la obra de Kafka vendría a ser una hiperrealidad de la angustia y la incertidumbre.

    Excelente texto, querido amigo. Es un tema del que afortunadamente se podrá discutir por siglos.

    Un abrazo afectuoso

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    1. Discutir por siglos, sin duda, Jorge.
      Alguna vez quise, en los tiempos del desequilibrio razonado -la juventud- hacer leer a mi padre la Carta al padre de Kafka, a lo que se negó. Actitud que comprendo ahora; le bastaba su realidad, la mía, y no necesitaba exacerbarla con otra. Dudas, temores, inceridumbre sobre el futuro de sus hijos solo se habrían ennegrecido con la lectura de esas luminosas como terribles páginas. En en sus cartas y en sus diarios que Kafka me gusta más. Abrazos.

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