Poeta nacional

GONZALO LEÓN -.

Juan Gelman murió el 14 de enero pasado, a tres meses de cumplir 84 años. Su longevidad fue sólo comparable a las actividades que desempeñó: periodista, militante montonero, traductor, incansable buscador de su nieta apropiada (y recuperada en 2000), columnista inquieto de política exterior (en Chile trabajó casi un año en La Nación Domingo), ganador del Premio Cervantes y del Premio Iberoamericano Pablo Neruda. Gelman hizo de todo por situarse como poeta nacional, incluido, obviamente, publicar su obra completa en vida.

En Argentina no pasó inadvertida su muerte: el gobierno decretó duelo nacional, las evaluaciones a su obra y a su militancia se multiplicaron a favor y en contra. El escritor Pablo Farrés escribió una columna en el suplemento Cultura de diario Perfil calificándolo despectivamente como poeta estatal, advirtiendo que “el poeta estatal siempre es fascista”; ahora se podía ser, según Farrés, fascista a lo Leopoldo Lugones o a lo Juan Gelman. El poeta Martín Rodríguez, por su parte, escribió en la revista Panamá una columna algo más lúcida, en donde trataba a Gelman como el “poeta oficial del país de la memoria”. Ambos coincidían en que lo estatal/oficial era Gelman y los que ellos leyeron/preferían eran Néstor Perlongher, Leónidas Lamborghini, Juan L. Ortiz, Héctor Viel Temperley y Joaquín Giannuzzi. Lo lúcido de Rodríguez radicaba en que, pese a confesar que pertenecía a una generación que no lee, ni leyó ni leerá a Juan Gelman, reconocía que Gelman “está en el centro de la experiencia histórica de los años 70. Es la poesía antes de Auschwitz, durante Auschwitz, después de Auschwitz, pero que cualquier lectura de su obra se hace con todo Auschwitz encima”. Establecer, como pretendía Farrés, en qué momento un poeta, en vez de poeta nacional, se hacía estatal es un esfuerzo ridículo, porque para que surja un poeta estatal debía existir un estado, como la URSS, que cubriera la obra de Gelman desde sus inicios, y Argentina en los años en que se dice que fue beneficiado por el estado ya tenía 73 años y su obra estaba escrita, es decir había sucedido; por lo demás, como dijo el escritor Juan Villoro, Gelman en su última etapa podría haber sido mexicano, porque ese país lo había adoptado.

Las columnas y las discusiones que se abrieron en Argentina sólo escondían lo incómodo que es, en cualquier parte del mundo, la figura del poeta nacional: cómo surge, quién lo decreta (¿el estado?), y los “beneficios” que eso acarrea. Supuestamente a un poeta nacional no se le discute, es leído en las escuelas, una calle o varias llevan su nombre, llega, como se dice vulgarmente, al Olimpo. Sin embargo, como escribió Gombrowicz, un poeta nacional, como Mickiewicz (el poeta polaco por excelencia), era menos importante que un grupo de polacos reunidos en ese pesado exilio que empezó con la Segunda Guerra Mundial: “Vosotros sois para mí mucho más importantes que Mickiewicz. Y ni yo ni nadie va a juzgar a la nación polaca por Mickiewicz o Chopin, sino por lo que pasa y se dice en esta sala”. Para Gombrowicz la poesía surgía de la gente y no de un poeta, y el poeta a su vez no debía olvidar que no era exclusivamente poeta, ya que “en cada poeta vive un no-poeta que no canta y a quien no le gusta el canto”. Aquí las disquisiciones sobre si un poeta además es otra cosa (militante, traductor, buscador de su nieta) se acaban, más todavía con los poetas nacionales, en donde la biografía sí importa. Dicho de otro modo, un poeta nacional es aquel que encarna con todo su “ser” una época.

Pablo Neruda es nuestro poeta nacional, incluido su Oda a Stalingrado y sus casas museos que muestran lo “humano”, por no decir vulgar, que podía ser un Premio Nobel de Literatura. No me gusta Neruda, especialmente su figura de poeta nacional; creo que si estuviera vivo, apoyaría al nuevo gobierno de Michelle Bachelet y alaggiornamiento del Partido Comunista Chileno. No criticaría al modelo económico, porque de seguro habría obtenido algún rédito de él. Saldría con Camila Vallejo y se comentaría un tórrido pero fugaz romance con ella. Sería un habitué de las galas del Teatro Municipal o de cualquier homenaje literario, porque él encarnaría a la poesía chilena: su presente, su pasado y desde luego su futuro. Por suerte para su poesía, él está muerto hace más de cuarenta años. Y así está bien, porque a los poetas nacionales hay que leerlos o quererlos.

Por eso cuando alguien pretende erigirse como poeta nacional está trabajando para una posteridad incierta. Hay un poeta bosnio, que no sé si aún esté vivo, pero al leer un poema suyo dentro de un libro sobre la guerra que enfrentó a su nación con los serbios me di cuenta de que estaba trabajando para convertirse en poeta nacional. Se llama Veselko Koroman y su poema iba así: “Llegará el día de un pueblo bondadoso /que tiene honor, heridas y tristeza para dar y tomar, /pueblo que detenta un poder noble y generoso, /poseedor del mar y la llanura, de los libros y los ángeles”. Desconozco el destino de Korolman, pero supongo que el hecho de que su poema estuviera incluido en ese libro no era gratuito. Era parte del trabajo de posicionamiento que implica ser poeta nacional. Pero así y todo, con eso no basta.

Publicado en revista Punto Final y en el blog del autor el 06/03/2014

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